31/10/2024
Artes visuales
Bettie bajando una escalera
Elizabeth Calzado explora la práctica performática de Alberto Perera, artista barcelonés afincado en la Ciudad de México
Alberto Perera, artista barcelonés que se formó en diseño de modas y desde hace más de una década habita distintos espacios de la ciudad de México, ha transitado por diversas facetas profesionales que van de atender un guardarropa en una fiesta a probar suerte como camboy erótico en la web. Entre otras aptitudes, Perera es un ávido consumidor de cultura pop. El Señor Blobby, por ejemplo, se encuentra en su lista de personajes predilectos: una botarga rosa de la televisión británica de los noventa que causó sensaciones ambivalentes. La siguiente reflexión retoma, por un lado, la archivalización desde lo que Lucy Lippard anticipó frente a las prácticas artísticas efímeras que surgieron en los años sesenta y, por otro, el carácter paradójico de esta obligada interdependencia. Es decir, pensar el dibujo, el video y la escultura como las formas de archivalización de las que Perera se sirve para aprehender apenas residuos de su acontecer performático.
Angelyne the Billboard Queen, otro de los personajes que Perera frecuenta, se hizo famosa en 1984 al autopromocionarse en espectaculares publicitarios donde manejaba un Corvette rosa por Los Ángeles y se vestía del mismo color. Hace algunos años el artista tuvo una cita con ella, reconocida ahora como la influencer original, en el estacionamiento de un sitio de hamburguesas de la metrópolis californiana, donde adquirió todo tipo de merchandising y logró tomarse una foto (hoy en día, por mil dólares, puedes comprar una “experiencia personal” con la celebridad y pasear con ella en su automóvil). Alberto Perera reflexiona sobre la cercanía de su encuentro con la idea de un reality show sin cámaras, donde la mirada del espectador termina de construir la identidad de quien se está dejando ver, una ficción que irrumpe y deforma la realidad. En su programa As It Lays, de 2012, el artista Alex Israel –otro experto de la cultura mediática– preguntó a Angelyne: si fuera posible legalizar cualquier crimen, ¿cuál sería? Ella respondió con premeditada ingenuidad: “¡El suicidio! …de animales de peluche”.
Este ambiente tragicómico evoca la retrospectiva de Mike Kelley Ghost and Spirit, que se exhibió en la Colección Pinault de París hasta febrero de este año y continúa en la Tate Modern de Londres hasta marzo de 2025. Kelley utiliza animales de peluche no sólo para explorar el incómodo espacio que separa a la niñez de la adultez, sino para cuestionar los roles sociales que tratan de encapsular distintos símbolos identitarios: “Estoy allí pero estoy intentando hacer que se vuelva difícil afirmar quién es esa persona”. Con relación a los antihéroes que protagonizan sus trabajos videográficos, Kelley se autodefinió como multiindividuo, en resistencia a cualquier lectura identitaria definitiva, un concepto que recuerda el trabajo de Perera.
Bettie Tiniebla es quizás el personaje más recurrente en la trayectoria performática de Perera, donde es fácil encontrar retazos de Angelyne o de Elvira Mistress of the Dark. Su nombre surge de una asociación antagónica: Bettie Page, pin-up americana de los años cincuenta, y Tinieblas, leyenda de la lucha libre que a los 85 años no se ha quitado su icónica máscara. En el video Mi día libre, presente en su exposición individual más reciente, Lo personal es patético (alojada en la galería OMR de la Ciudad de México durante el verano de 2024), se encuentra Bettie (interpretando a Beatriz) trabajando en una oficina, fumando a escondidas y, sobretodo, mirando con desconcierto después de que su jefa, Nancy, le cancelara su día libre. El escenario es un espacio laboral precarizado, donde Bettie ocupa, con demasiada naturalidad, cierta vestimenta, cierto cubículo y cierta extensión telefónica. Su mirada abismal es la entrada al artilugio de una máscara de látex que fracasa en el ocultamiento y, en su lugar, descubre. La máscara, en esa reverencia a la otredad, tensiona la dualidad entre feminidad y monstruosidad.
A finales de septiembre la misma galería, en su sede LagoAlgo, inauguró la exposición colectiva Capítulo VI: Rituales, con curaduría de Roselin Rodríguez Espinosa. Abierta hasta enero de 2025, la muestra toma como base la colección de máscaras mexicanas que el antropólogo Jaled Muyaes y la profesora Estela Ogazón reunieron durante la década de los setenta, en yuxtaposición con obras de 16 artistas contemporáneos de diversas latitudes. Además de presentar en distintos momentos el performance protagonizado por Bettie Tiniebla, La verdad… no hay nada, Alberto Perera planeó incluir una versión solidificada en cerámica de la máscara en cuestión, pero no pudo hacerlo. Como me explicó tras la inauguración: “Se me explotó la máscara en el horno, obvio un día antes de exponerla, je je”.
Marcel Duchamp explicó que ser fatalista le permitió aceptar el quiebre de La novia desnudada por sus solteros, incluso, o El gran vidrio (1915-1923). Es sabido que al ser transportada después de su exposición en el Brooklyn Museum (1926-1927) los vidrios se estrellaron, generando un patrón que parece deliberado. Duchamp restauró la escultura en 1936 y tiempo después declaró que las grietas, en realidad, resultaban una mejora. Además, Duchamp se aseguró de declarar a esta obra como “definitivamente inacabada”. Mantener cierto entusiasmo por el fatalismo y reconocer el derecho a lo inacabado aparecen como la vía para transitar cualquier manifestación artística.
Si ya resultaba claro que el trabajo de Perera surge en el quiebre, en la identidad vulnerada, en el punto donde la media se rasga y el labial se corre, no fue hasta el obvio de su propio mensaje que apareció una de sus manifestaciones más sucintas. Lo impredecible de su práctica se concretó en la explosión de la cerámica: se trataba de Bettie resistiendo cualquier pronóstico. La archivalización, entonces, visibiliza la ausencia de quien lleva la máscara, el huésped que Bettie corrompe. Su aparición performática llega para demostrar la existencia de un guion incompleto y un escenario sin bambalinas.
Epílogo
Cuenta el artista que un día estaba Bettie esperando cruzar Paseo de la Reforma cuando un hombre desde su automóvil le gritó: ¡Fea! En este insulto se había completado su existencia.