Presente de las artes en México aspira a producir una instantánea que permita rastrear algunos rasgos salientes del arte de los últimos tiempos; nuestra selección consta de 12 artistas que están cambiando las formas expresivas y reorientando la discusión.
“El cine que me gusta y que me gusta hacer, o por lo menos intentarlo, proviene de las narraciones que suceden más en el subtexto que en los eventos tangibles. La obviedad me desentusiasma. Disfruto cuando la capa más superficial de una película se contrapone con otras más profundas a través de la forma cinematográfica”. Las palabras son de Alejandra Márquez Abella, y funcionan como una especie de manifiesto. Lo dice y lo cumple como en las dos cintas que ha dirigido y donde ha sabido recubrir la superficie de las historias hasta crear una densidad en la que puede caber el subtexto más intrincado: el conflicto secreto de una mujer con su maternidad, como en Semana Santa (2015), o la ansiedad social que habita un mundo de oropel en Las niñas bien (2018), la película que este año reconcilió a cierto sector del público –desconfiado, descreído, a veces con razón– con el cine mexicano del circuito comercial.
Márquez Abella (San Luis Potosí, 1982) ha contado que recibió la propuesta de adaptar Las niñas bien, el famoso libro de Guadalupe Loaeza, con cierto recelo. En el reino de lo fifí, el mote mismo estaba rebasado. Sin embargo pronto supo que era una oportunidad para tocar ciertos temas que le interesan, como los códigos femeninos y las relaciones de poder, desde la perspectiva de una mujer que siempre ha gozado de privilegios hasta que un día, sin que lo vea venir, los pierde. Y con ellos también sus seguridades, sus certezas: “Me gustan los personajes complicados, personajes por los que es difícil sentir empatía de entrada, es un reto, una obstrucción que me echa a andar”. Para contar la historia era necesario ese desafío, un motor que le permitió crear para su personaje una dimensión justa y evitar las dicotomías propias de los tiempos que corren.
“De alguna forma creo que la lucha debe permear todo lo que una hace, debe estar en cada palabra que se escribe y en cada plano que se filma”, dice la directora.
A las decisiones formales siempre a contrapelo de lo esperado (que atañen a la cámara, a la música, a los personajes), Márquez Abella suma un factor clave para lograr que la narración suceda por debajo: la sutileza. Pero la suya es una sutileza, digamos, militante: se ha formado a partir de la conciencia de género e indaga con empatía el origen de las angustias, escarbando en el contexto que las origina. Resulta entonces un tejido muy fino, pero enérgico y valiente, con el que moldea las contradicciones de sus protagonistas y da forma a las diferentes capas que robustecen cualquier lectura.
Luego del éxito de Las niñas bien en las salas mexicanas y en diversos festivales internacionales, desde Morelia hasta Toronto, la cinta fue nominada en 14 categorías de los premios Ariel. El día de la premiación, Márquez Abella prestó su voz a la iniciativa #YaEsHora, conformada por mujeres trabajadoras del cine mexicano, para leer el pliego petitorio de la consigna que apunta tres transformaciones que deben darse en la industria: tolerancia cero a la violencia de género, paridad laboral e historias con perspectiva de género. Las acciones del colectivo son permanentes y la directora participa activamente, consciente de que los esfuerzos deben ir en todas direcciones: “De alguna forma creo que la lucha debe permear todo lo que una hace, debe estar en cada palabra que se escribe y en cada plano que se filma”.
Saboreando un año redondo, en el que Las niñas bien alcanzó el circuito comercial de Francia y España, la directora prepara el guion de La triste, un largometraje que cuenta la historia de (des)amor de sus abuelos paternos durante el periodo de su migración de México a Chicago: “Tengo muchas ganas de hacer esa película, aunque quizás se me cruce antes una de vaqueros”. Vaqueros sutiles, eso sí. Ojalá.
https://www.youtube.com/watch?v=Zxz-idKlcRA