En México tenemos pocas noticias del cine que se hace en Ecuador, de cuya industria fílmica surge Alba (2016), la ópera prima de Ana Cristina Barragán, una película sobre una chica en pleno proceso de cambio. “Quise que el tema de la ecuatorianidad estuviera de manera natural. No hay ningún afán de retratar al país, pues la película es sobre un tema universal y a la vez íntimo. Sin embargo, me gusta que la gente encuentre imágenes nuevas de Ecuador en esta película”, dijo la realizadora en una visita a la Ciudad de México para presentar su obra, que llega hoy a los salas comerciales.
Alba, que fue reconocida en el Festival de Cine Latinoamericano de Lima, es la culminación de una serie de trabajos sobre el paso de la niñez a la adolescencia. Es, también, un inicio de ciclo para Barragán, que el próximo año filmará La piel pulpo en las islas Galápagos. De igual forma tiene otra cinta entre manos: “Surgió en un taller que tomé aquí en México, en Careyes. Es un proyecto con la actriz mexicana Karla Souza, que está en búsqueda de filmes diferentes a las comedias a las que ha hecho”.
Alba es un proyecto que tiene antecedentes: varios cortometrajes sobre el tema. ¿En qué consistió el proceso para llegar a tu ópera prima?
En segundo año de la universidad hice mi primer trabajo, un corto sobre la primera menstruación: una niña se despierta una noche con mucha sed, va al baño y sueña con catarinas que le bajan por las piernas. Desde ahí comencé a desarrollar mi interés por la preadolescencia, cuando no se es ni niña ni adolescente. Es una etapa clave porque hay una toma de conciencia del mundo y de sí misma en la que hay cambios y, también, una cierta pérdida de libertad y espontaneidad. Luego vino Domingo violeta, que trató la relación de dos niñas que son hermanas, cuya madre está ausente debido a una enfermedad. Ánima, por otro lado, es sobre una chica de 25 años que el día de su cumpleaños recuerda otras celebraciones de su onomástico. Estas exploraciones, en las que aprendí cómo dirigir a niños, me permitieron encontrar ciertos elementos para llegar a Alba.
Para muchos el trayecto de ser niño a adulto es complejo. Hay personas que confiesan que nunca volverían a pasar por ahí. ¿Qué encuentras de importante en este tema?
Aunque la película no es autobiográfica sí es muy personal. En este tránsito una comienza a verse desde afuera, a considerar qué lugar ocupa entre sus amigos; el cuerpo cambia un montón. Es una mezcla de ternura y dolor; dolor de crecer y de despedirse de varias cosas y ternura porque hay belleza en el florecimiento de empezar a ser otra persona. En este proceso hay mucha ansiedad y soledad. Aunque para cada persona es distinto, para todos se trata de una ruptura. Necesitaba hablar con urgencia de todo esto. Hay otra cosa: la rareza, el no encajar, la timidez (vista en los personajes de Alba y su padre, que son silenciosos y viven en un lugar en el que todos hablan).
¿Qué implicó reelaborar esta historia de crecimiento en términos creativos?
Mi escritura siempre la provocan las sensaciones: de un sabor, de un olor, de un sentimiento que no es fácil de describir. Son más importantes los personajes que la historia misma en Alba. Estas sensaciones se mezclan con sueños, recuerdos, ideas sobre cómo se ve esa etapa desde el presente. Reelaborar todo esto, durante el proceso de la película, fue una especie de sanación, especialmente al plantearle a los actores, a los niños, situaciones difíciles que para ellos tienen que ser una especie de juego. Hice la película a los 26 años: fue una catarsis. Es complejo porque como directora tuve que manejar las emociones de los personajes, de los actores y las mías. Personalmente lo que más me llega es el tema del reencuentro con el padre.
¿Cómo tradujiste la incertidumbre y rareza de Alba en imágenes?
En el proceso de creación de Alba tomé como referencias las fotografías de Sally Mann, una artista que retrató a sus hijos durante toda su preadolescencia y adolescencia, también obras de la diseñadora Nicoletta Rissoni, que hizo dibujos de niñas con agujas, mezclando la belleza con cierta oscuridad. La decisión de estar en la cara de Alba todo el tiempo fue algo instintivo y no parte de un plan de puesta de cámara específico. Sentía que se perdía algo en los planos generales; en la edición esta idea se acentúo. Con respecto a la iluminación tuve la fortuna de trabajar con un cinefotógrafo sensible, que supo generar la luz del alba, del amanecer, de la playa y la transparencia del agua con pocos recursos.
Actualmente hay varias realizadoras latinoamericanas cuyo trabajo es admirable: Paula Marcovitch, Tatiana Huezo, etc. ¿Es difícil hacer cine siendo mujer?
Admiro muchísimo a Tatiana Huezo, también a Lucrecia Martel. Varios de mis referentes fílmicos con mujeres: Lynne Ramsay, Andrea Arnold, Lucile Hadzihalilovic. En Ecuador la historia del cine es reciente y coincide con cómo se está diluyendo el machismo: hay muchas directoras. No hay tantos cineastas pero podría decir que la mitad son mujeres. Eso es interesante. Un amigo me decía que la exigencia en la dirección de cine de un hombre se interpreta como un valor de búsqueda y rigor; en una mujer como si fuera complicada o indecisa. Evidentemente es complejo.