Una emoción ambigua, al terminar el concierto: habíamos visto a Andy Gill sobre el escenario, pero lo oído hacía pensar en un grupo de homenaje a Gang of Four antes que en la auténtica Banda de los Cuatro. El 19 de mayo de 2018, en el Plaza Condesa, el Festival Marvin trajo por primera vez a México al cuarteto fundado en Leeds cuatro décadas antes, pero junto a la guitarra de Gill no estaban la voz de Jon King ni el bajo de Dave Allen ni la batería de Hugo Burnham. Sonaron, eso sí, “At Home He’s a Tourist”, “Damaged Goods”, “What We All Want” o “To Hell With Poverty”, canciones que nos recordaron que, entre 1978 y 1984, la música popular anglosajona fue habitada por la gracia.
Entre las múltiples transformaciones que el rock experimentó en la era postpunk, se olvida con frecuencia la reinvención de la guitarra. Piénsese en el trabajo contrapuntístico de Tom Verlaine y Richard Lloyd en Television, en las exploraciones tímbricas de Daniel Ash en Bauhaus o, claro, en la integración del instrumento a la sección rítmica que operó Andy Gill (1956-2020), cuya influencia es amplia y reconocida. El acerado funk-punk de discos como Entertainment! (1979), Solid Gold (1981) o Songs of the Free (1982) nació de una convicción: la música podía ser un agente de transformación social. Las brillantes letras de King lograron poner en boca de miles diversas ideas de los situacionistas, la Escuela de Fráncfort, Brecht o Gramsci, gracias a composiciones anatómicas en donde los staccatos de Gill tienen una función rectora. Algunos hemos soñado con una revolución que marche al ritmo de Gang of Four.
Para los que reconocemos al rock como un horizonte cultural donde el goce no es incompatible con el rechazo del orden social, la muerte de Andy Gill –y la de Mark E. Smith hace un par de años– testimonia el declive de una utopía no solamente musical. El postpunk, en última instancia, fue la posibilidad de una vanguardia popular donde las ideas artísticas circulaban sin jerarquías y la competencia creadora estaba al alcance de cualquiera. El rock fue un verdadero espacio emancipatorio en las décadas en las que ayudó a moldear la cultura contemporánea. En su bello obituario para Pitchfork, Simon Reynolds cita una contundente frase de Gill: “La función de un grupo no es solamente ser entretenido. Un grupo debería entretener y tratar de cambiar las cosas”. Estamos lejos de ese ethos, pero escuchamos “Why Theory?” y todo parece reanudarse.