21/11/2024
Pensamiento
La fábula del desarrollismo latinoamericano
En ‘Oro, petróleo y aguacates’ (Arpa), el periodista inglés Andy Robinson explora las nuevas venas abiertas de América Latina
Mezclando la crónica, el ensayo y la investigación periodística, Oro, petróleo y aguacates es una radiografía de Latinoamérica y su dramática historia de pobreza, colonialismo y extracción de recursos naturales. A menudo nos preguntamos por las causas del rezago en nuestros países. Una primera lectura, superficial por supuesto, pone en el banquillo de los acusados a la corrupción y a la inestabilidad crónica de muchos gobiernos latinoamericanos. Dictaduras de distintas ideologías, golpes de Estado, guerras civiles se reciclan una y otra vez. Sin embargo, atrás de estos fenómenos sociales y económicos hay todo un sistema de intereses que, históricamente, han lucrado con el ahora llamado Sur Global. Fuerza humana y recursos naturales, además de un creciente mercado de consumidores, han sido explotados por las inmensas compañías trasnacionales que se han vuelto poderes que están más allá de soberanías o legislaciones.
El libro de Andy Robinson usa, como contexto, la historia precolombina, sin embargo, su objeto de estudio es el siglo XX y lo que llevamos del XXI. A partir de los ejemplos de Brasil, Perú, Bolivia, Chile, México, Honduras, Colombia y Venezuela el autor narra la dependencia crónica de los gobiernos latinoamericanos a las materias primas –commodities en el argot económico– y las consecuencias de vincular la prosperidad de un país a estas mercancías. Litio, petróleo, oro, hierro, energía hidroeléctrica, coltán, niobio, carne de res, soya, plátanos, aguacate y hasta la quinoa han sido los motores para las promesas que hacen políticos de derecha e izquierda. Desde tiempos de la conquista Latinoamérica fue saqueada para obtener los recursos que codiciaban los imperios europeos. Pasados los siglos la dependencia se mantiene, sólo que bajo las reglas del libre comercio que han dado forma a un nuevo tipo de extractivismo.
Andy Robinson viajó por toda Latinoamérica y entrevistó a agricultores, indígenas asediados por compañías mineras que trabajan al margen de la ley, activistas y académicos. También, para mostrar el cuadro completo, registra las conversaciones que tuvo con inversionistas, representantes empresariales y políticos. El diagnóstico es común para casi todos los casos y se podría resumir de la siguiente forma: en pos de un progreso social y económico, los gobiernos de Latinoamérica decidieron ofrecer sus recursos naturales a la globalización y al aumento voraz del consumo en el norte privilegiado.
Es particularmente llamativa la estrategia que usó y aún usa la nueva izquierda de nuestros países. Evo Morales y Lula da Silva en Bolivia y Brasil, respectivamente, aprovecharon la bonanza de las materias primas en el mercado internacional para financiar sus ambiciosos programas sociales. Por otro lado, la derecha usó la misma estrategia sólo que enfocada en beneficiar a los consorcios internacionales. El desarrollo social, en este caso, vendría a través de una de las promesas irrealizables del capitalismo global: crear riqueza a costa de lo que sea para que, en algún momento, se traslade a todos los estratos de la población. Esto no ha ocurrido en ningún lugar ni momento histórico.
Oro, petróleo y aguacates puede leerse como un moderno Mito de Sísifo: un gobierno logra el crecimiento económico gracias al auge de sus materias primas; después el mercado se contrae y la prosperidad se desvanece de un día para otro. De inmediato el partido en el poder es reemplazado por la vía electoral o a través de un golpe de Estado. Los opositores lucran con el descontento social y emprenden otro utópico ascenso a la cima que nunca llegará porque el sistema global en el que vivimos está hecho para que unos ganen y otros pierdan. En esta especie de viacrucis eterno los damnificados son la gente y los recursos naturales.
El petróleo explotado en Venezuela o México, el litio en Bolivia o la minería de cobre en Chile han dejado una huella imborrable no sólo en el paisaje sino en la posibilidad de sobrevivencia de millones de personas, piezas irrelevantes para el mercado global. Ya sea para darle juego a los corporativos que son, de facto, dueños de gran parte de los países latinoamericanos o para cumplir las promesas de justicia social que enarbola la izquierda, las materias primas han sido una caja de Pandora que revela sus terribles efectos secundarios con, por ejemplo, la depredación del Amazonas para satisfacer el mercado de carne, que ha tenido un aumento exponencial en el mundo. Lo triste de este caso en particular es que, según la investigación y pruebas que aporta Robinson, el exterminio de grandes zonas de la selva brasileña ya había empezado en los períodos presidenciales de Lula da Silva y Dilma Rousseff, gobiernos de izquierda que no pudieron o no quisieron emprender un camino diferente para lograr el desarrollo de su gente. En las naciones gobernadas por la derecha neoliberal los efectos de la depredación humana y natural han sido casi inmediatos.
Una vez finalizada la lectura del libro de Andy Robinson queda la imagen de los desplazados por el progreso. Ellos, los que resisten o los que viven en los márgenes, son los verdaderos protagonistas de estas historias. Una gran pregunta viene a la mente, y el autor la desliza sutilmente en su crónica: ¿es posible otro tipo de sociedad? En un mundo cada vez más cercano al colapso ambiental los más preparados serán los que gestionen mejor el uso de sus recursos. En el Amazonas, concretamente, los indígenas aprendieron a abastecerse sin exterminar el medioambiente. Esa gente –vista por el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, como “venida de la edad de piedra”– es un testimonio vivo de que se puede vivir de otra manera, aunque ahora esté en peligro por el acecho de los grandes empresarios y los grupos paramilitares que contratan. El libro de Robinson es un testimonio para el futuro y una evidencia contundente de la irracionalidad del sistema en el que vivimos, un modelo que, según científicos e investigadores, está en su última etapa.