03/12/2024
Literatura
El cocinero que no repetía las tomas
Hace dos años falleció Anthony Bourdain: recuperamos esta crónica de Jorge Pedro Uribe sobre una de sus visitas a la Ciudad de México
No lo conocía, y años más tarde sigo en las mismas. Pero pasamos juntos unas horas en Tepito. Me invitaron a salir en su programa, con meses de anticipación, para darle un paseo por el barrio tlatelolca, del cual tengo nociones. De él no me sonaba ni el nombre, no veo la tele y mis intereses se inclinan más a lo hispánico o latinoamericano que a la cultura pop en inglés. Accedí como quien hace un favor, después de todo se trataba de trabajar gratis para unos que sí iban a cobrar. La noche previa pensé en cancelar, qué flojera despertarse tan temprano, para colmo en domingo. No obstante, palabra empeñada es palabra que uno se empeña en cumplir, ni modo. Además también invitaron a Alfonso Hernández, colega cronista y hojalatero social, él sí un experto en el tema.
La cita era en la Plaza de Santa Catarina, a escasas calles de la mía. Faltaban horas para empezar, de todos modos había que presentarse a las nueve o diez. Montón de instrucciones, preparativos y gente de producción. Por fin nos dirigimos en caravana hacia Tepito, en específico a la avenida Peralvillo, antiguo tramo del Camino Real de Tierra Adentro, con su iglesia de Santa Ana, donde solían parar los virreyes antes de entrar en la capital, o eso se ha divulgado. Luego quizás al templo de Tequipeuhcan, “donde comenzó la esclavitud”, esto es, el lugar en el que aprehendieron a Cuauhtémoc en agosto de 1521. A lo mejor podíamos terminar en el altar de la Santa Muerte, en la calle de Alfarería. A la mera hora se decidió que puramente Santa Ana y el altar. Y en medio las insignes migas de La Güera, sucedía que el show era sobre comida. Yo no como puerco, pero quizá podía pedir otra cosa. Anthony Bourdain demoró un rato en aparecer.
Finalmente se acercó una camioneta. “Tony no repite las tomas, tiene que salir a la primera”. Entonces se bajó, saludó y ya las cámaras se encontraban sobre nosotros, qué habilidoso equipo. Le conté la historia del rumbo, antes aquí hubo un templo en honor a Toci, dizque mamá de Tonantzin. Justo como Santa Ana y la Virgen. Sincretismo, ídolos tras los altares, pensamiento barroco. No sabía si me daba a entender, todo muy difícil de manifestar en inglés, sin poder jugar con las palabras, sin echar mano de referencias culturales comunes. ¿Cómo se dice “dizque”? Enseguida se me ocurrió invitarle una caguama, de esas con chile y tamarindo en la orilla del vaso. Algunos mirones se reunieron alrededor. Jamás pensé que el estadounidense fuera así de famoso.
–Una foto, Anthony, picture, picture, por favor.
–No pics, sorry.
Comprensible, qué pesadez lidiar todo el tiempo con tanta petición de selfi, a diario y en diferentes países, raro el fanatismo que sabe contenerse, es lo malo. Caminamos entre los puestos, le hice ver que las películas pirata son cosa de todos los días, se sorprendió del precio (tres por diez pesos, creo), la pornografía a plena luz del día, quizá se detuvo a mirar unos DVD, ya no me acuerdo, esto tendrá cosa de un lustro. Una señora insistió en detenernos, picture, picture, no existía manera de sortearla, está bien, Tony la abraza y contemporiza con una sonrisa, qué hombre más serio, mas nunca rudo a nuestros ojos. Yo continuaba sin saber por qué era tan popular, qué vergüenza. Pero la señora: “No, no, la picture con el joven de los lentes”. Así que Tony nos la toma a nosotros. “Gracias por lo de joven”. Alfonso nos guió hasta La Güera. El cocinero, autor de libros y conductor nos preguntó por el origen de las migas y nuestro hojalatero social se lució con su relato, y aún apuntó que en Tepito se come bien, se coge fuerte y se le enseñan los huevos a la muerte, yo procuré traducir y pronuncié eggs. De un momento a otro Tony se fue, estaba cansado y necesitaba dormir una siesta en su hotel, el Four Seasons. Pausa de unas horas y yo aproveché para irme a mi casa.
En las redes sociales todos locos porque Anthony Bourdain andaba en la ciudad. Dos amigos preguntando si alguien sabía en dónde ocurría la grabación. Consideré que tenía que decírselos, en privado: “Estoy grabando con él, en Tepito, ¿quieren venir?”. Corrieron literalmente hasta la calle de Cuba, y de ahí nos fuimos juntos a la segunda parte del llamado, original y místico nombre para una sesión con cámaras: el altar de Alfarería 12. Tony igual de inexpresivo. Alguien de la producción creyó que nos debía una explicación: No ha dormido mucho, hay que entenderlo, hace semanas que se la vive de viaje, su día a día es muy agitado, lleva años dedicándose a esto y no es la primera vez que recorre Tepito. Mis amigos tomándole fotos, hablando en impecable inglés, Tony comenzó a mostrarse más abierto, no precisamente efusivo. Con reservas.
Doña Enriqueta Romero nos habló de su “niña hermosa”, que la defiende y nunca traiciona, y un pulmón que le tuvieron que quitar, a ella, no a la efigie, estamos frente a una señora locuaz:
–Hay un solo Dios para todos.
–¿Y un solo diablo también?
–Bueno, yo al diablo lo quiero mucho, ¿cómo ves?
–¿Por qué?
–Porque no lo conozco. ¿Tú lo conoces?
–No, pues no.
–Tú me estás hablando de un güey que ni conoces, ¿quihúbole? Si el de abajo realmente existiera, ya nos hubiera cargado la chingada, ¿dónde estaríamos? Es una gran mentira. Sea como sea, la muerte trabaja para Dios y no para el diablo.
–¿Y usted para quién trabaja?
–Para nadie, chingue su madre, a mí me mantiene mi marido, hijo.
¿Cómo traducirle esta conversación al defensor de México, según lo llamó un artículo después de su muerte (pero quién es el invasor)? El pobre nos miró con ojos nobles, cara de corderito, nada que ver con el ídolo tras los altares de Twitter que muchos querían querer. El Cristina Pacheco trotamundos, o un Yuri de Gortari de la moral biempensante. El foodie profesional que pensaba más allá de la comida, estrenando un nicho, trabajándolo con esmero y sofisticada producción mediática, inspirando a imitadores que ahora también se fijan en el narco y no nada más en el mole, no necesariamente desde el periodismo. Un amante de lo mexicano que no hablaba español, en realidad no tenía que hacerlo, comoquiera ayudó a poner de moda a este país diverso. Intento la interpretación, sin embargo. Y me encargo de acotar comentarios sobre el mestizaje, el culto a Tezcatlipoca, la tradicional resistencia de Tepito, todo tan complicado en aquella lengua exacta y llena de verbos formados con up, down, in, out, on, off. Ni la elocuencia de Alfonso resultaba cabalmente traducible. Me sentía la Malinche, sólo que más pinche. Tony otra vez no se despidió, súbitamente se retiró, me enteré de que en esos días leía a Malcolm Lowry, lástima que no a Carlos Fuentes.
Cuando transmitieron el programa recibí varios mensajes desde otros países y la cantidad de seguidores en mis redes sociales aumentó en decenas, tal vez centenas, lo agradecí mucho. “Tan simpático y sensible”, “un hombre cultísimo”, “¿qué tal en persona?”. Yo a la distancia recuerdo a un señor agotado, un viajero de pisa y corre, sin demasiada curiosidad, o no con prurito, de trato cordial como suelen ser sus compatriotas, formulando preguntas convencionales (acaso por eso certeras). Una estrella de la televisión cara a cara con la cara Santa Muerte, como si de verdad le rezara. Alguien que no repetía las tomas. Como el resto de nosotros en nuestras vidas cotidianas. Todo el mundo, sin distinción, objeto de la devoción de cierta niña hermosa que sin falla nos facilita el descanso, unos más necesitados que otros.
Publicado originalmente en La Tempestad 136, julio de 2018