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Anticlímax para la élite

‘Antiporno’, del prolífico Sion Sono, que en los últimos tres años ha dirigido ocho filmes, es una «venganza al cine que frecuentan críticos, programadores y espectadores serios’, escribe Mónica Ramón Ríos.

Mónica Ramón Ríos | miércoles, 20 de diciembre de 2017

Después de un corto prólogo, la película de Sion Sono de 2016 Antiporno nos propone distanciarnos de la verosimilitud: en un encuadre tipo lego, una sala de estridentes paredes amarillas contiene una cama cubierta de satín azul donde yace una mujer desnuda y boca abajo. Sus calzones hasta las rodillas nos invita a sospechar la presencia de un tercero que, pronto entendemos, es nuestro ojo espectador. La actuación buscadamente torpe y poco fina de la protagonista, así como las líneas de diálogo superficiales, se suman a la escenografía para aludir al género del porno romantizado con la intención de deconstruirlo. Usando los códigos del pop junto a un cierto guiño al arte conceptual como es usual en varias otras producciones del director, Sono nos quiere hacer ver ––tal vez con demasiada transparencia, insistiendo hasta el cansancio–– que la excitación que nos recorre al ver a cuerpos en el acto sexual no es más que un artificio. Pero esto, ¿no lo sabíamos ya?

La anécdota de la película ocurre en un tránsito similar, desviándose en posibilidades que se desdicen unas a otras: puede que la película se trate de una famosa artista-escritora que, a la espera de una entrevista, humilla a su asistente personal hasta invitarnos a ver una violación colectiva ejercida por otras mujeres. Puede ser que se trate de una película que se está filmando, donde la protagonista es en verdad una actriz novel y sin talento que es humillada por la otra actriz. O puede que la película sea un delirio de una artista-escritora traumatizada por el suicidio de su hermana y por haber visto a su padre tener sexo con su madrastra. O de una actriz novel y sin talento con traumas similares. Puede también que sea todo esto el ejercicio avant-garde de la artista que quiere experimentar a sus personajes antes de escribirlos, haciendo del proceso una instalación artística fashion. Si la fórmula no suena para nada interesante, es porque no lo es ––como tampoco lo son las tramas de las mayoría de las películas pornográficas––. Más que el contenido de la película, inmediatamente olvidable, me interesan las potenciales intervenciones que quiere hacer este enfant terrible del cine pop japonés: ¿a qué público dirige esta crítica tan transparente? ¿En qué medida el aburrimiento transforma las posibilidades del género pornográfico?

Se ha escrito que esta película es “una mirada feminista sobre la sexualidad femenina”, pero dudo de eso, a menos que se crea que el feminismo se trate de una mera ruptura de algunos aspectos de la representación (y se descarte la radicalidad existente en nunca entrar en una economía sexual que tiene al cuerpo de la mujer como fetiche de transacción para el placer masculino y capitalista). La película de Sono, claro está, no llega a tales extremos: hay placer en usar el cuerpo de la mujer una vez más como objeto fetiche del porno heterosexual y lo instiga a padecer sólo hasta que toca las reglas de la producción del estudio y del género que intenta resucitar, el roman porno. Pero aun si la película se mueve a través de estos choques y colisiones, las imágenes sexuales icónicas plagan la película. Imágenes a las que bien podríamos acceder si nuestro visionado ocurriese en los sitios donde por lo general vemos el porno: en la intimidad de la casa en una pantalla de video, computador o teléfono. Cualquier lugar donde eventualmente podríamos apretar pausa y deleitarnos en el bello cuerpo que se nos entrega sexualizado.

Pero tal gesto del espectador del porno es imposible en un circuito de festivales cinematográficos, en el que por lo general circulan las películas de Sion Sono. En aquellas salas de cine abarrotadas de críticos, programadores y espectadores serios, sólo podríamos experimentar el aburrimiento frente a la crítica más bien fallida que hace esta película. Acaso ese “anti” que se antepone al género del desnudo y del follar no sea más que una pequeña venganza de Sono, no al sistema de producción ni a la industria de la pornografía, sino al sistema del cine de élite incapacitado de excitarse colectivamente junto a sus colegas. Tal como anuncia el título de la película, con esta película Sono les hace padecer un anticlímax.

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