16 de agosto de 2017

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Estuve en la cama con todas sus mujeres

Vienés entre siglos, cuya obra fue tildada por los nazis como “literatura degenerada”, Arthur Schnitzler fue admirado por Freud y adaptado ulteriormente al cine por Stanley Kubrick; aquí Gabriel Rodríguez Liceaga comenta la obra del austriaco

Gabriel Rodríguez Liceaga | viernes, 14 de septiembre de 2018

Hasta parece un chiste: un moribundo manda a llamar a un médico, a su amigo poeta, a un comerciante de toda su confianza y a dos personas más. Una murió hace años y la otra está sin domicilio conocido desde hace varios años. Cuando llegan a su lecho los primeros tres, él ha muerto. No se explican por qué los convocó ahí. Nada los une entre sí, es incómodo y revelador. Llueve horrible. Descubren una carta en el buró del recién finado. En la misiva aquel que ha pasado a mejor vida les comenta, palabras más palabras menos, que en el pasado se acostó con sus esposas. Bueno. Al parecer sí es un chiste.

Sin soltar el libro suelto una sonora carcajada. ¿En serio? Al cuento “La muerte del soltero” le faltan aun cinco páginas. Es decir que lo aquí contado ni siquiera es el clímax. No es un “final sorpresa” ni aspira al melodrama. A partir de la lectura de la carta los personajes se develan tal cual lo que son: seres humanos horrendos, desarmados e insatisfechos. Nadie se siente traicionado, a fin de cuentas. Es irrelevante si eres el traidor o el traicionado, el protagonista de este cuento es la traición en sí, la dolorosa e infinita traición y la forma como la muerte barre con todo de manera brutal.

El autor de dicha trama es Arthur Schnitzler. Vienés entre siglos, los nazis tildaron a su trabajo como “literatura degenerada”, declaradamente admirado por Freud, adaptado ulteriormente al cine por Stanley Kubrick, abandonó la medicina para escribir, pionero alemán del monólogo interior, incluso dramaturgo, cuentista impresionante. A mí me lo recomendó Pitol.

Leí “El regreso de Casanova” en la Biblioteca del Universitario de la UV como se lee una liturgia. Hay un tipo de video porno en el que un hombre cubre los ojos de su pareja para que otro hombre sea quien la penetre mientras ella cree que aquel coito es habitual. Bueno, esa es la trama de dicho libro sólo que con un Casanova en climaterio con su peluca llena de talco y una cobardía con la que es fácil sentirse identificado. Como una categoría de porno. Así de contemporáneas son las tramas de Schnitzler. En “El regreso de Casanova” hay un diálogo del protagonista frente a un cadáver que básicamente me hizo llorar.

En “La Señorita Elsa” una jovencita se asume súbitamente hermosa y capaz de gustarle a todos los hombres del mundo. Necesita una cantidad de dinero par evitar que su padre se suicide o vaya a prisión. Un conde está dispuesto a pagar tal monto si ella se desnuda ante él. Elsa, está cachonda, con todas las dudas y miedos que eso conlleva.

Son sólo un par de ejemplos. Todo en Schnitzler son tramas de infidelidad y traición narradas con la decorada limpieza propia de la literatura de inicios del siglo pasado, pero se nos presentan auténticas, pareciera que fueron escritas ayer. Me explico: hay carruajes, tarjetas de visita, condes y princesas, castillos… pero todo pudo sin inconvenientes ocurrir ayer en una vecindad o en el departamento de nuestros vecinos, en la fiesta de fin de año de los arquitectos. No olvidemos que estamos en los últimos años del Imperio Austro-Húngaro. Es decir que al muertito del cuento con el que inicié este texto no le tocó ver el inicio de la Primera Guerra Mundial.

Me atrevo a afirmar que sin Arthur Schnitzler no habría el cuento del pastelero de Carver ni “Linda boquita y verdes mis ojos”. ¿Hay una mejor forma de permanecer entre los vivos?

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