21/11/2024
Artes visuales
Asomarse al abismo
A una semana de que empiece a circular el número de decembrino de La Tempestad, compartimos un artículo de nuestra edición de noviembre (la 116): donde se visita el distanciamiento de diferentes artistas del éxito, de las comodidades pecuniarias, o los halagos de los seguidores. Para algunos, se trata apenas de un punto de partida, del sitio privilegiado desde el cual es posible asomarse al abismo, arrojarse a una poética de lo inesperado. Sin embargo, algunos creadores nunca regresaron de ese borde previo al acantilado.
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De la tradición a la innovación
Cinco años antes de morir, Francisco de Goya terminó de pintar los monstruosos murales de la Quinta del Sordo. Las Pinturas negras realizadas entre 1819 y 1823, marcan el hundimiento total del Goya dentro de un oscuro mundo alegórico, ya anticipado en 1798 en Los Caprichos y la serie de lienzos donde representó la superchería campesina de las zonas rurales de Madrid, como El vuelo de brujas o El gran cabrón (reinterpretado luego en las Pinturas negras). A Goya no se le puede tildar de artista tradicional, aunque La maja desnuda representa una de las joyas del nuevo arte burgués, incluso sus trabajos por encargo fueron realizados con la mirada puesta en el horizonte. Las estampas de Los desastres de la guerra (1810-1815) hacen pensar en Goya como el primer fotorreportero de la historia. Con un pie en la salud y otro en la demencia, hace 200 años ya presentía la llegada de los tiempos del «sueño de la razón». No en vano, para muchos la obra del zaragozano señala el inicio del arte moderno. Las Pinturas negras nos revelan a un Goya abismado. Esos muros de yeso a orillas del río Manzanares son el punto de quiebre en la historia del artista.
Cien años después, también Marcel Duchamp hizo sus “Pinturas negras”. Conocido como El gran vidrio, este collage tridimensional de gran formato bien puede ser el trabajo más avanzado del artista francés. La realización de La novia desnudada por sus solteros (1915-1923) todavía hoy conserva un aura de obra de arte inclasificable: es el pináculo del proyecto duchampiano. Este pico de voltaje se vio una sola vez a lo largo de la carrera de Duchamp.
Tanto las Pinturas negras como El gran vidrio son obras de arte luminosas concebidas en la oscuridad. Ambas señalan un punto de no retorno. A continuación presentamos siete piezas de arte contemporáneo que, a nuestro juicio, representan el punto de creación más álgido en la búsqueda artística de sus creadores.
Jackson Pollock, La loba (1943)
Una poderosa obra que anticipa el salto del artista al vacío del más puro expresionismo abstracto. En La loba, Pollock utiliza dos léxicos artísticos disímiles para crear una nueva iconografía, o cuando menos inédita en sus trabajos previos. Poco después de La loba Pollock abandonaría para siempre la figuración para adentrarse en la improvisación de ritmos y estructuras pictóricas por medio del dripping. Colorida y sombría, La loba es el umbral que Pollock cruzó para no volver.
Francis Bacon, Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944)
No fue sino hasta los treinta y cinco años de edad que Francis Bacon pintó la primera de sus obras maestras. El caso de Bacon es singular: a pesar de no tener estudios en arte, prefirió dedicarse durante años al interiorismo hasta no dar con un tema que le interesara sobremanera, como para convertirlo en su motivo artístico. El tríptico de 1944, con sus cuerpos violentados, las dentaduras expuestas y el mobiliario, son un parteaguas no solamente en la vida y obra de Bacon, sino también en la historia de la pintura.
Gerhard Richter, Mesa (1962)
Hasta 1976 el pintor alemán era reconocido por sus pinturas fotorrealistas a color. En ese año hizo pública su primera serie de pinturas abstractas, para «dejar que una cosa llegue, en lugar de crearla». Sin embargo, en 1962, como parte de un conjunto de lienzos monocromáticos, pintó Mesa. En este trabajo Richter cancela la figura de mobiliario con manchones grises; más que un capricho estilístico, este gesto anuncia el viaje sin retorno del pintor al profundo precipicio de la abstracción dura.
Lygia Clark, Respire conmigo (1966)
Referente imprescindible de la Tropicalia y el movimiento neoconcretista brasileño, Clark es también una de las precursoras del “abandono del arte”. Después de experimentar durante años con los objetos y las acciones sensoriales, llevó un paso más allá sus investigaciones acerca de las relaciones entre arte y persona, en su pieza de 1966, Respire conmigo: la brasileña invitó a los participantes a escuchar su respiración. Ya no volvería a los campos de la pintura y la escultura: Clark se dedicaría a la psicoterapia.
Daniel Guzmán, Chromosome Damage (2014)
Producto de una exhaustiva investigación iconográfica sobre la cosmogonía prehispánica, esta serie en progreso es una poderosa lección de dibujo que muestra la profundidad de la reconversión de formas artísticas históricas y la multiplicación de sus significantes. Con Chromosome Damage, Guzmán no solamente arribó a uno de los puntos más maduros de su proyecto estético y poético en torno a la muerte, sino que avista una mitología mexicana posmoderna, desacralizada y vulgar, pero al mismo tiempo sofisticada.