16 de agosto de 2017

La Tempestad

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18/09/2024

Literatura

Una ballena imposible

Publicada por Lumen, la tercera novela de Ave Barrera es una narración fragmentaria donde una voz problematiza la condición de hija

Roberto Abad | viernes, 13 de septiembre de 2024

Ave Barrera (Guadalajara, 1980). Cortesía de Penguin Random House

Alguien, con una sabiduría limitada, dijo alguna vez: se aprende a ser buen hijo cuando se es padre. La falla de esta aseveración no recae en la experiencia en sí, sino en las variantes que genera la ausencia de uno de los elementos de esta ecuación. ¿Y si nunca se es padre o madre? ¿Entonces nunca se es un buen hijo? ¿Los no-padres tienen que desarrollar una existencia basada en el no ser, el nunca ser, el jamás ser un buen hijo? Si invertimos el axioma la fórmula se descompone. Nadie dice: se aprende a ser buena madre cuando llega una hija. 

Es más fácil ser no-hija, ser no-madre, parece decirnos Notas desde el interior de la ballena (Lumen, 2024), de Ave Barrera. Más sencillo es pensar que este mundo es para los seres que viven atrapados en una categoría borrosa, la del no ser, donde también existe la derrota. Ser no-madre y ser no-hija: figuras de dos países cuyos linderos se trastocan y en cierto momento de la vida se confunden. 

La protagonista, una mujer sin nombre o, mejor dicho, con la posibilidad de otro nombre que no le fue dado, Azul, vuelve a través de la memoria a la casa del aire tibio, a la casa de la sopa perfecta –la infancia–, para intentar ser hija, quizá, por primera vez. En el presente, el cerebro de su madre se encuentra sometido por los tentáculos de un tumor. Ante la necesidad de comprensión, se hace preguntas que aparecen como maldiciones ocultas en sarcófagos (“Le preguntaría por qué lo permitió”), tentada a repasar los días primeros, desde su nacimiento, hasta ese instante en el que la muerte dormita apenas a unos pasos de ambas, atenta al tiempo del cuerpo enfermo, sin acelerar ni aletargar más la pérdida, sólo viendo, la muerte curiosa, ingenua, haciendo lo suyo, como muerte que es: renovando la memoria de los que se quedan.

Al mismo tiempo, la voz narrativa se detiene a pensar en los rincones que ilumina la escritura:

Entiendo que no se trata sólo de la muerte de mi madre, sino de su vida, de nuestra vida juntas. No es solo el duelo, sino otra herida más honda, una fractura que empezó a abrirse desde los inicios del tiempo. Lo que ahora amenaza con devorarme no es su recuerdo o el dolor de su partida. Es la imposibilidad de restaurar los vacíos de nuestras mutuas ausencias.

Para la protagonista, una futura escritora, significa un retorno incómodo en el que la culpa atraviesa su saliva y cada palabra sale con el peso de una condena: ¿mi madre se muere por algo que hice o que no hice, o por algo que no soy y nunca seré? ¿Éste es mi castigo por ser una no hija? ¿Acaso Jonás no fue castigado al ser tragado por la ballena y redimido al pedir misericordia? ¿No es la ballena el lugar de la culpa y el perdón? La joven escritora se abraza del lenguaje y entonces la ballena se vuelve real:

Escribo desde el interior de la ballena. Me negué a las palabras por miedo, igual que Jonás, y ahora intento balbucear mi súplica desde dentro no a un dios, sino al vacío; romper con un canto el dolor que me atraviesa, el silencio acuático de un cuerpo dentro de otro cuerpo, dentro del mar. Para hablar de esto tendría que comenzar por decir que es imposible hablar de esto.

Ave Barrera

Suspendida en la pesadilla que es atestiguar los últimos momentos de su madre, la voz se cuestiona cada tanto cómo ser hija en este escenario. La salida, para ella, es reconstruir el lenguaje. Palabras de otras épocas retornan para ser cuestionadas (“Es curioso que la palabra mijita, siendo una contracción de mi hijita, no connota cariño como el posesivo y el diminutivo podrían sugerir”). Y de la mano de epígrafes de autoras como Cristina Rivera Garza, María Negroni, Brenda Ríos, Terry Tempest Williams, María Malusardi o Rebecca Solnit, Ave Barrera crea un telar de escrituras que se vuelven la base para nombrar palabras que otros olvidaron. Nombrar la palabra ausencia, por ejemplo. Nombrar el mundo como si fuera nuevo:

En esas libretas la escritura es una respiración. Mucho tiempo creí que la escritura me pondría a salvo, que me alejaría del destino de mi madre y del dolor de su pérdida, que me ayudaría a cubrir el vacío que me llevaría en sentido contrario. Ahora me doy cuenta de que mientras escribo esto su mano envuelve mi mano como pétalos de una misma flor.

“El único camino es hacia abajo. Sé que la única manera de salir se encuentra del otro lado de la escritura”. Y sólo en ese otro lado el recuerdo de la madre deja de ser sombra y comienza a ser paisaje. 

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