Toda fiesta colectiva es un crisol de ambivalencias personales. Lo que para unos es el mejor ambiente para otros es la oportunidad de escuchar y contemplar con mayor detenimiento. Bahidorá tiene esa amplitud. Realizado del 17 al 19 de febrero en un escenario natural-recreativo como Las Estacas, Morelos, el autoproclamado carnaval tuvo la suerte de resistir de forma estoica el año más duro de la pandemia (2020) y ser uno de los primeros en volver a operar (2022), siempre con una curaduría afincada en el baile, el entorno, los públicos especializados y la multiplicidad de sonoridades.
Más allá de sus fortalezas o debilidades financieras, los festivales son iniciativas que dependen en buena medida de la constancia, la calidad y el factor sorpresa de su producto final, el cartel. Con la modalidad de fin-de-semana-en-balneario-natural, el Carnaval de Bahidorá ha confeccionado una propuesta de festival boutique con públicos, experiencias y artistas más diversos e interesantes que los del Corona Capital, Ceremonia, Pa’l Norte o Vive Latino, por mencionar algunos de los más concurridos, acotados y costosos.
En su edición 2023 Bahidorá se enfrentó a desafíos de mejora y continuidad, así como al aumento de costos en todas las áreas de producción. Además de nutrido y entusiasta como en cada edición, el público se percibió aún más heterogéneo que en otras ocasiones. Ante el reto mayor, el de la sorpresa, su cartel, si bien meticulosamente curado, fue más discreto que arriesgado, con nombres de garantía modesta como Little Dragon, John Talabot o Soichi Terada y apuestas en busca de trono como AQUIHAYAQUIHAY, Lido Pimienta o Kokoroko. Estos últimos tres fueron, quizá, los puntos más álgidos sobre el escenario.
Intenciones y realidades
Bahidorá toreó este año de forma decorosa, con un cartel solvente, cambio de escenarios y mejoras en el recorrido, aunque las fallas en presentaciones clave como las de Luisa Almaguer o Little Dragon no pasaron desapercibidas. El festival ha apostado por la continuidad de un grupo humano que realiza un esfuerzo notable: es su verdadero músculo en medio de una industria salvaje, precarizada, cada vez más constreñida.
El discurso en torno al impacto ambiental, sello de Bahidorá, atraviesa un momento similar al de su cartel: las charlas y las actividades relacionadas, por bienintencionadas que sean, parecen no tener un impacto notable en las formas de consumo de su público. La invitación a una fiesta prácticamente ininterrumpida de tres días obliga a forzar el cuerpo y el bolsillo, a resistir horas ingentes de decibelios, estimulantes y complejidades propias de un entorno natural. Tendrán que pensarse formas de transitar los cambios generacionales, las crisis financieras y la exigencia de un público que ha crecido junto al festival.
La edición 2023 fue la oportunidad de experimentar de forma fragmentada postales y sonidos, de sentarse en el resquicio de una palmera y escuchar las pruebas de audio en la madrugada, las estelas ambientales de los beats alejados o, sencillamente, de sentir el fresco matinal entre sonidos de flautas y aves silbando. Vivir esos instantes en una fiesta de música, alejados de la ciudad, es un verdadero lujo pese a la saturación de ruido y marcas, entre los rostros de trabajadores cansados y visitantes estridentes.