21/11/2024
Literatura
Entre la pérdida y el no-futuro
La segunda novela de Brenda Navarro, ‘Ceniza en la boca’ (Sexto Piso), explora nuevamente la violencia estructural y la desigualdad social
Con Casas vacías (2018) Brenda Navarro presentó una primera novela contundente. Su sólida estructura contrapone dos conciencias que subvierten mitos sobre la maternidad en mundos marcados por el abuso y la incomunicación. El discurso construye tensión dramática sostenida y protagonistas femeninas complejas, que no pueden discernir entre emociones encontradas y verdades íntimas difíciles de aceptar.
La segunda novela de Navarro, Ceniza en la boca, tiene evidentes continuidades. Está narrada en primera persona, de nuevo desde la conciencia y la memoria de una protagonista sobrecogida de incertidumbres lacerantes. En principio la autora aborda un tema distinto: si Casas vacías teje la desaparición de un niño con autismo en la vivencia de dos madres, Ceniza en la boca se centra en el suicidio de un adolescente, que se enuncia en la primera página como el suceso indescifrable en torno al cual se construye el relato. En ambos textos se hacen patentes la violencia estructural y la desigualdad social que cercan a los personajes y desmoronan su aspiración de una vida mejor, así como los hogares desasidos, la soledad y la impotencia que desembocan en una rabia silenciosa. En las dos novelas la acción transcurre entre la Ciudad de México y España –país de residencia de la escritora–, contrapuntos de distancia y ausencia en la primera, de penosa búsqueda de adaptación entre diversos asedios en la segunda.
Ceniza en la boca está construida en cuatro partes que alternan períodos en México y España. La memoria de la narradora articula un mosaico de situaciones que van del presente a la infancia y a vivencias recientes de ella misma, su hermano Diego, eje del relato, y el entorno familiar y social. Hija de padre desconocido, del que la madre se niega a dar indicios, la protagonista queda a cargo de su hermano cuando ésta, viuda del padre del niño, decide probar suerte al otro lado del océano y no cumple su promesa de llevarlos con ella hasta nueve años después. La niña se convierte así en madre sustituta, y tiene un papel subordinado a esta función en el orden familiar. Esta forma de abuso infantil, sutil en tanto parece inevitable, condiciona su identidad al punto de que el salto al vacío del joven, de quien apenas ha puesto distancia al establecerse en Barcelona y dejarlo con su madre en Madrid, es una pérdida absoluta:
Me truncó mis planes de alguna manera, me hizo sentir manca, coja, totalmente incapacitada para sentir que tendría una vida que valiera la pena […] Porque del pasado se sobrevive, pero del futuro qué, ¿qué haces sin futuro? Igual eso pensó mi hermano…
Brenda Navarro es una escritora aguda que penetra en intersticios estrechos y se mueve en filos de navajas. En su segunda novela aborda dos temas emergentes. Por una parte, el maltrato y la condición inestable de los migrantes son experiencias medulares en el relato, ya sea en el acoso escolar y la falta de perspectivas laborales para Diego o en la discriminación hacia las “panchitas”, inmigrantes latinoamericanas que se dedican al trabajo doméstico y al cuidado de ancianos o son niñeras o “canguros”, oficio de la madre y la hermana. La autora logra encarnar la mirada de este grupo de mujeres desarraigadas y con la necesidad de enviar dinero a casa, así como sus esfuerzos de organización para defender sus derechos. Dado que más del noventa por ciento de la migración mexicana tiene como destino los Estados Unidos, poco se conoce la experiencia de quienes llegan como ilegales a Europa.
El otro asunto es la vida en una unidad habitacional de familias de militares. Navarro se asoma a la convivencia y las expectativas de una casta social –porque ejerce poder– que está creciendo ominosamente en México. Este entorno comienza a delinearse quizá algo tarde en la novela, pero la autora señala el machismo y la violencia doméstica extrema de algunos de sus miembros, así como las relaciones con el narcotráfico, las ejecuciones y las desapariciones forzadas, cotidianas en la experiencia actual. La abuela, esposa y madre de militares, no quiere que su nieto siga sus pasos, y los nietos también huyen de la “sangre”, pero enfrentan otras presiones y la falta de pertenencia.
Ceniza en la boca no logra la unidad, la tensión ni la dirección de Casas vacías. Hay algunas estrategias disonantes, como ciertos giros repetitivos de oralidad, una página excesiva de diálogo imposible –“Pendejo. Pendeja tú”–, mexicanismos seguidos de “Hostias”. Tal vez algunos pasajes caen fuera de lugar en la arquitectura de disrupciones temporales. Quizá la voz narrativa es demasiado madura para una veinteañera, o bien hay una dispersión de objetivos que resta veracidad o intensidad, o deja algún cabo suelto.
Con todo, la novela estimula el descubrimiento de mundos ajenos, pero pertinentes y próximos. Su prosa alcanza momentos de mucha hondura, como en la expresión del peso moral de un suicidio juvenil y en la confrontación de los diálogos con la conciencia escéptica y dolida de la narradora, o en las citas de canciones de Vampire Weekend. Tiene muchos momentos lúcidos de reconocimiento de las contradicciones y la violencia del silencio; eso hace que valga la pena el viaje.