50 años de Caetano Veloso: la cifra es significativa no sólo cuantitativamente –¿cuántas otras carreras de la música popular se han mantenido activas durante tanto tiempo?– sino cualitativamente –¿cuántas se han transformado y reinventado con tanta fortuna, sin ceder a logros pasados o al propio personaje que han creado? Se me ocurren pocas: pienso en los casos de Miles Davis, de Ryuichi Sakamoto o de Luis Alberto Spinetta, por poner tres ejemplos de distintas latitudes, pero no logro pensar en muchos más.
La obra de Veloso, además, funciona como el punto de articulación entre diversas disciplinas artísticas (la literatura, el cine, las artes visuales) y, naturalmente, entre varias generaciones de músicos brasileños. Es, además, el vórtice de situaciones políticas críticas del país sudamericano: ya no sólo de la dictadura militar que se extendió en Brasil entre 1964 y 1985 (por la que tuvo que refugiarse en Inglaterra), sino del actual gobierno de facto de Michel Temer. Caetano mira la realidad con calma, y aunque publique cada tanto canciones que afrontan directamente la coyuntura (“Fora da Ordem”, “Base de Guantánamo”, “Um Comunista”), su música parece levitar sobre la misma. Por eso es bella: porque parte de la realidad y la tradición musical de su país, de sus raíces mismas, pero se desprende un poco, apenas separando los pies del suelo, para contemplarlas un poco mejor.
Curiosamente su obra –que se extiende por 30 discos de estudio y 16 en vivo– comienza con un disco en colaboración: con Gal Costa publicó Domingo en 1967. El primer tema de su carrera, “Coração Vagabundo”, es ya un clásico, y aunque el álbum entero da cuenta de la capacidad de Caetano Veloso para escribir temas entrañables, sería en el próximo lustro donde sus capacidades artísticas se desarrollarían plenamente: su segundo álbum homónimo (1969); Tropicalia ou Panis et Circencis (1968), grabado junto a Gilberto Gil, Tom Zé y Os Mutantes, entre otros; su tercer álbum homónimo, también conocido como London, London (1971); y, sobre todo, Transa (1972), ¿el mejor disco de Veloso, el mejor disco brasileño de la historia, uno de los mejores discos de música popular del siglo pasado? Es ocioso dar una respuesta definitiva, pero nos interesa plantear las preguntas a esas alturas para comenzar a reivindicar a Caetano en toda su profundidad artística. Dicho de otra forma: un repaso de la música popular de las últimas décadas que no incluya la obra del bahiano está definitivamente incompleto.
Apenas un año después, en 1973 (el mismo año en que Spinetta publicó Artaud como Pescado Rabioso), Caetano propondría el punto de quiebre más radical que haya conocido la música popular brasileña con Araçá Azul. Es importante recordar este álbum cada tanto para reivindicar las capacidades experimentales de Veloso, y no reducirlo a la figura del cantante de voz aterciopelada –en esta línea también podrían escucharse discos como Estrangeiro (1989), Livro (1997) y, sobre todo, Onqotô (2005), la banda sonora que compuso para una pieza coreográfica del Grupo Corpo. Pero maticemos: no hay un Caetano cantautor y otro experimental; se trata, en todo caso, de dos pulsiones que se entretejen todo el tiempo en su música y que, entre más se tensan, entregan resultados más interesantes. Escuchar, si no, temas como “Tempo de Estio” (1978), “Doideca / London London” (1997) o “A Bossa Nova é Foda” (2012).
Lo cual nos lleva al último punto que queremos destacar: si suele convenirse que los años setenta son la época de su esplendor creativo, ésta es una verdad a medias: no ha pasado, desde el inicio de su carrera, más de un lustro sin que Caetano Veloso entregue una placa que nutra, aún más, su visión artística. Y si en algún punto, con la publicación de discos como Fina estampa (1994) o A Foreign Sound (2004), parecía que terminaría por oficiar de cantor de temas ajenos, en la última década (¡a partir de los 65 años!), con álbumes como Cê (2006), Zii e Zie (2009) y Abraçaço (2012), demostró que podía metamorfoseare para alcanzar nuevos picos creativos. Su nueva forma está aún por conocerse.