La camarista (2018) es una película que guía al espectador a través de un laberinto. El gran tema del filme de Lila Avilés, que sigue a Evelia, una mujer joven que trabaja en un hotel de lujo, es la alienación que produce el trabajo, la pérdida de entusiasmo, el aplazamiento del goce, el grillete unido al pie que impide el movimiento. En el filme hay humor, sí, pero también una angustia que pasa de lo sutil a lo sofocante. Dos fuentes generan este resultado: la dramaturgia y la puesta de cámara. Ganadora del premio de mejor largometraje de ficción en el Festival de Cine de Morelia, la película hace un retrato naturalista de una mujer atrapada en el esfuerzo laboral cotidiano.
Desde Yes, el filme de Sally Potter estrenado en 2004, el cine no había entregado un gran personaje dedicado a limpiar el desorden de otros. Sin embargo la raíz de La camarista no está en la película de la directora británica, cuya doméstica es en realidad una filósofa que cavila sobre los conflictos de sus patrones. El lindero de la película de Avilés es el cine de los hermanos Dardenne, herederos del neorrealismo italiano. El trabajo es, también, el tema que guía la obra de la dupla belga, poblada de personajes que se enfrentan a la desilusión de una realidad que obstaculiza sus anhelos. El humanismo de su cine, que siempre deja abierta la posibilidad de que sus hombres y mujeres encuentren un resquicio para escapar de la opresión, es detectable en el filme de Avilés.
La camarista expone con astucia preguntas importantes que todos los días se plantea la gente que ve minada la satisfacción de sus deseos, que se pregunta si existe una forma de cumplir sus anhelos que no sea la del trabajo
A Evelia la vemos ejecutando sus tareas, estirando sábanas, con un trapo en una mano y en la otra una bolsa para recolectar la basura. La cámara, que se mueve poco, la capta desde diferentes ángulos. Al principio esta inmovilidad parece una muestra de tibieza por parte de la directora. Se trata, sin embargo, de una decisión formal que piano piano acentúa la condición de presa de Evelia. Las imágenes de la protagonista mirando por una gran ventana del hotel la hacen parecer atrapada en una especie de pecera. El hotel como un contenedor del que no es posible salir. No es gratuito que la historia se centre solo en la vida laboral de Evelia, que varias veces habla con Maguitos, la mujer que cuida de su hijo de cuatro años. Tampoco que en el centro de trabajo tome clases para obtener un certificado de estudios. Para ella el esfuerzo conlleva tener mejores oportunidades, vivir una vida mejor.
La imagen sonora también apoya la sensación de angustia de Evelia, cuyo punto crítico ocurre cuando otra compañera obtiene el ascenso que le habían prometido. Por momentos el sonido de las voces se hace inaudible, se diluye en lo que parecen ser sus punzantes pensamientos. A pesar de que la protagonista es de pocas palabras, se le escucha a través de otros personajes. Éstos están ahí para recordar con un cariz de comicidad que la cotidianidad laboral es cruel. Por ejemplo la mujer que recibe los uniformes de las camaristas, que insiste en venderle recipientes de plástico para comer o que asegura que tiene muy mala cara, que está enferma. La carcajada como liberación de lo incómodo.
La camarista, una película que atiende al presente, expone con astucia preguntas importantes que todos los días se plantea la gente que ve minada la satisfacción de sus deseos, que se pregunta si existe una forma de cumplir sus anhelos que no sea la del trabajo y la explotación. El debut de Avilés en el cine de ficción es promisorio.