21/11/2024
Artes visuales
‘Isla eléctrica’: cuando la ruina no existe
A través de la ficción especulativa, Carolina Fusilier cuestiona las nociones de civilización y progreso; conversamos con la artista
Al observar la destrucción desde coordenadas marginales, la obra de Carolina Fusilier (Buenos Aires, 1985) pone en jaque la noción de progreso. La idea es expandir los límites entre lo orgánico y lo mecánico para generar espacios que permitan imaginar formas nuevas. El resultado no deja lugar a la indiferencia: un mundo posthumano que rechaza la seguridad –aquello definitivo, lo establecido– plasmado en videos, instalaciones, cuadros de mediano y gran formato y piezas escultóricas, algunas de ellas realizadas con la intención de ser sumergidas en agua y mutar.
“No creemos en la ruina porque nada permanece”, dice la hoja de sala de Isla eléctrica, muestra curada por Gaby Cepeda que ocupa la galería Peana, en la colonia Roma de la Ciudad de México, hasta el 31 de agosto. La frase desnuda los cimientos de la exposición, cuyas piezas centrales son tres peceras donde habitan varias estructuras de alambre y cemento recubiertas con barro Zacatecas –sin cocción–, que poco a poco se deshacen para formar rincones de vida en ebullición. Mientras el agua desplaza la materia surgen sonidos insospechados que Fusilier ha capturado para acompañar la instalación.
“El sonido que emiten es un lenguaje en sí mismo. El barro se va descomponiendo, pero las estructuras de metal quedan; la idea es que se vuelvan a montar en la sala. Estas estructuras me recuerdan mucho a las que se ven al salir de las grandes ciudades o en la costa. No se sabe si son construcciones del pasado o si de ahí va surgir algo: me gusta esa zona indefinida entre el futuro y el pasado”, cuenta la artista en un recorrido por la sala.
La muestra arranca con un video de nueve minutos, que recibe a los visitantes en el pórtico de Peana. Filmado dentro de una pecera, Comunidad metabólica es una introducción a la narrativa de Isla eléctrica, pues cuenta la historia de una especie terrestre que se vuelve acuática a partir de la construcción de una presa hidroeléctrica.
“Estas estructuras me recuerdan mucho a las que se ven al salir de las grandes ciudades o en la costa. No se sabe si son construcciones del pasado o si de ahí va surgir algo: me gusta esa zona indefinida entre el futuro y el pasado”: Carolina Fusilier.
“La ficción parte de una historia real, que es la creación, en 1954, de la presa Miguel Alemán, en la frontera de Veracruz y Oaxaca. En esa época la idea de modernidad era integrar todo el país con modelos de ‘progreso’ basados en explotar el territorio. La gente, la fauna y la flora quedaron sujetas a estas imposiciones abusivas que no tuvieron consideraciones. Con la inundación, esta especie se va adaptando al agua, usa la energía de la corriente a su favor para construir. Es una ciudad mutante, porque el ecosistema acuático acelera los ritmos de vida. Aquí nada muere ni entra en decadencia, sino que está transformándose. Esta comunidad ya no cree en formas de hacer civilización basadas en la noción de estabilidad”, explica Carolina Fusilier.
Si bien la presa Miguel Alemán es un punto de anclaje histórico, el de Isla eléctrica es un mundo de fantasía, donde la imaginación de la artista se desborda en técnicas y materiales: cables, metales, fierro viejo mezclado con barro y plantas. El sonido de las peceras se integra a este collage para crear atmósferas inquietantes que, como dice el texto curatorial, “no existen ni aquí en el presente ni allá en ese pasado, sino en un futuro indefinido que está tan lejos o tan cerca como deseemos”.
Fusilier lo aclara pronto: “Hay fórmulas del arte contemporáneo con las que no quiero coincidir, no voy por esa línea: la intención no es hablar del territorio de forma explícita, pues es un territorio que ha sufrido demasiada extracción, en muchos niveles”. La historia de las piezas tiene que ver con la manera en la que la artista concibe su práctica: siempre permeable al contexto, realizada desde un lugar “puro de observación”, como ella le llama, y sin temor al desafío de experimentar con materiales y medios nuevos hasta lograr entenderlos.
“Conectar lo que estaba haciendo con un hecho real o histórico fue una inspiración importante, pero todo arranca desde lo fantasioso, lo especulativo”: Carolina Fusilier.
“Mucho de mi trabajo de campo consiste en tener una grabadora y grabar cosas. Con mi pareja, que es cineasta experimental, hicimos la prueba de meter el barro en el agua. Me sorprendieron los sonidos, como de un reloj, como de una explosión, tienen una cualidad industrial fascinante. Me alucinaron tanto que empecé a escribir ficciones sobre cómo se conecta la energía del agua con la electricidad. Justo cuando trabajaba con las peceras apareció en el estudio mi amiga Xilonen Luna, que es antropóloga, y al preguntarle por ciudades sumergidas en México mencionó la cuenca del Papaloapan. Conectar lo que estaba haciendo con un hecho real o histórico fue una inspiración importante, pero todo arranca desde lo fantasioso, lo especulativo”.
Carolina Fusilier vive en México desde 2016, cuando llegó a la Ciudad para formar parte de uno de los programas educativos de SOMA. En la pandemia quiso experimentar un exilio citadino y se mudó a San Agustín Etla, en Oaxaca, que es su hogar hasta ahora. La llegada al país influyó su quehacer artístico, como le ha sucedido en cada lugar donde ha vivido.
“Por ejemplo, no sé si hubiera trabajado estas piezas en barro si no viviera en Oaxaca. Mi casa está a la vuelta del Taller Canela, uno de los talleres más famosos de cerámica. Dialogar con los maestros me abrió la posibilidad de experimentar con el barro que tenían. Ese encuentro fue importante para esta producción. Muy cerca de donde vivo, sobre la carretera, hay galpones de fierro viejo donde dejan chatarrería, electrodomésticos en desuso. Es parte de mi trabajo visitar ese lugar, siempre salgo con más ideas”.
Así, Isla eléctrica va de cuerpos orgánicos a mecánicos y de escenarios industriales a domésticos. Los lienzos dan cuenta de esta tensión, sobre todo Vista panorámica de la transmisión eléctrica: hay agua, pequeños montículos de tierra, cables. El paisaje es cortado por hilos, atravesado de punta a punta. Las torres eléctricas forman parte del panorama, como sombras siniestras.
“Aunque la encuentro conflictiva por su circulación comercial, la pintura es un medio que conozco hace muchos años, tengo un entendimiento muy fuerte con los materiales. En estas obras quise explorar ese híbrido de máquina con material orgánico, el diálogo entre lo tecnológico, lo no humano, los cuerpos que se conectan en un momento dado”.
El interés de Carolina Fusilier por cuestionar la ruina desde lo estético y lo político, presente en otras etapas de su trabajo, se conjuga con su inclinación por los paisajes poéticos, que aquí explora también desde lo visual y lo sonoro.
El interés de Carolina Fusilier por cuestionar la ruina desde lo estético y lo político, presente en otras etapas de su trabajo, se conjuga con su inclinación por los paisajes poéticos, que aquí explora también desde lo visual y lo sonoro. Esto se puede ver en el video A.C.U. (Asociación de Cables Unidos), sobre la comunicación encriptada de los pájaros a través de cables eléctricos. Como se lee en el texto curatorial, los paisajes de Fusilier “están completamente vigilados, observados a través de hardware, un lente/artefacto que cuantifica, sondea y racionaliza y, sin embargo, por debajo persiste la resistencia en formas de vida apenas conocidas por los humanos, sumergidas en un tipo de mundo completamente diferente”.
La artista lo explica mejor: “Me gusta pensar que hay la intención de entender estas otras perspectivas o experiencias que no son humanas, cómo se ajustan todas estas criaturas a las intervenciones tecnológicas que supuestamente vienen a hacer del mundo algo más fácil, pero no sé para quién”.