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La construcción del presente

La propuesta estética de ‘La casa lobo’ es singular: sus dimensiones narrativa y matérica se construyen de forma simultánea; aquí, Cristóbal León, que dirige el filme en colaboración con Joaquín Cociña, detalla la creación del filme animado

Carlos Rodríguez | miércoles, 31 de julio de 2019

Fotograma de 'La casa lobo'

“Más que nada nos interesaba hacer una película que revelara al espectador el proceso plástico y escultórico; con respecto a lo narrativo, queríamos conjuntar los cuentos de hadas con la realidad chilena”, dice Cristóbal León, que junto a Joaquín Cociña dirigió La casa lobo (2018), una película extraordinaria realizada con la técnica de stop motion que cuenta la historia de María, una mujer que se refugia en una casa luego de escapar de una colonia nazi. 

Colonia Dignidad, una secta que se instaló en el sur de Chile en los años sesenta, fundada por Paul Schäfer, un ex enfermero nazi, inspiró el argumento del filme. «Cuando era niño se le representaba en los medios como una villa alemana idílica cuyos integrantes supuestamente habían llegado para ayudar a las víctimas del terremoto de Valdivia de 1960. La vida de la colonia (que producía pan, materiales de construcción y tenía un hospital moderno para la época) estaba organizada para satisfacer los deseos sexuales de Schäfer, un pedófilo que abusó de los niños varones de su comunidad y también de infantes chilenos. Colonia Dignidad, además, tuvo conexiones con la dictadura de Pinochet: sirvió de cuartel de inteligencia, de campo de tortura y exterminio”, explica León. 

Aunque el argumento es punzante, la potencia de La casa lobo es su forma, que permite atestiguar la creación de sus personajes y ambientes, concebidos por los realizadores como esculturas e instalaciones. Esta aproximación estética les viene de su trabajo como artistas visuales. 

Las obras previas del dúo sentaron las bases del largometraje. Cansado de hacer animaciones digitales (“porque ya se gasta suficiente tiempo revisando el correo electrónico”), en 2007 Cristóbal se encontró con Joaquín, que estaba haciendo dibujos en carboncillo a gran escala; luego contactaron a Niles Atallah (director de otra película chilena singular, Rey) con la idea de dirigir un filme animado sobre el proceso de hacer y borrar un dibujo; de ahí surgieron los cortometrajes animados Lucía (2007) y Luis (2008).

“Hay que ofrecer espacios de libertad, que el público encuentre posibilidades de hacer, que sepa que crear es fácil, no nos interesa ocultar el acto creativo», dice Cristóbal León

El tríptico de 2011 “El tercer mundo” (una videoinstalación que agrupa los cortos Padre, madre, El templo y El arca) es otro momento importante que definió su trabajo. “Para hacer esta serie de películas introdujimos el juego de rol en nuestro proceso creativo; escribimos los guiones imaginándonos que éramos seres elegidos, nos inspiramos en Miguel Serrano, un poeta chileno nazi que creía que Hitler era un avatar que venía a cambiar el destino de la humanidad; algunos de sus libros son buenos y otros malos, sin embargo es uno de los pocos chilenos que ha intentado crear una mitología propia”, explica Cristóbal. Con un storyboard de apenas cuatro dibujos, los creadores improvisaron todo lo que ocurría en medio de dichas imágenes en el taller de trabajo.

Cristóbal León durante una presentación en ESCINE

Para La casa lobo, escribieron un manifiesto en el que destacan los siguientes puntos: «Es pintura en cámara», «No hay muñecos”, «Todo se puede transformar como una escultura”, «Es un plano secuencia”, «María es bella” y “Es un taller, no un set”. 

Este planteamiento, apenas una guía, da cuenta de un proceso más cercano a las artes visuales que al cine. Con influencia de Francis Bacon, de las ilustraciones de los cuentos de hadas, de la animación de Europa del este y también de especiales navideños como Juanito escarcha y Rodolfo, el reno (producidos por Rankin/Bass), los creadores muestran frente a la cámara cómo toman forma sus personajes (cuyas enormes cabezas recuerdan a las inquietantes esculturas del artista alemán Thomas Schütte), construidos con cinta adhesiva y también con pintura, así como la forma en que mutan de color y tamaño, como si se tratara del making of del filme (que se plantea como una película producida al interior de Colonia Dignidad); los sets, por otro lado, no son maquetas sino instalaciones de tamaño real.

“Hay que ofrecer espacios de libertad, que el público encuentre posibilidades de hacer, que sepa que crear es fácil, no nos interesa ocultar el acto creativo. Estéticamente es interesante: hay dos dimensiones que ocurren simultáneamente: la narrativa y la de la estructura material. Cuando ves un cuadro de Rembrandt, por ejemplo, ves la figura, pero también la mancha, la grieta entre la representación y la realidad material; es algo muy rico, perturbador, sugerente, un misterio. Hay una escena en El mago de Oz que siempre me fascinó, es aquella en la que el perro de Dorothy corre a la cortina donde se esconde el mago real, que le dice que se aleje de ahí; me gustaría ver más películas donde se vea al hombre detrás de la cortina, donde el artificio quede expuesto”, detalla el artista. 

“Como guionista hay algo importante en el cine, se trata de la construcción del presente. ¿Cómo se hace eso”, dice Alejandra Moffat, que funge como guionista del filme junto a los directores. “En La casa lobo ese presente se construye mientras se devela la forma en que se está creando la película; se trata de un viaje pesadillesco, inquietante, porque no sabes qué va a pasar, no sabes en qué se va a transformar”.

Cristóbal León apela a modelos de creación y producción que resistan a la hegemonía de empresas como Disney, que han implantado una estética basada en la imitación de la realidad, que no permite la improvisación ni el accidente. 

La casa lobo también es ejemplo de cómo darle seguimiento a un proyecto: su realización, que inició en 2013, llevó a sus creadores a residencias en varios países (en México estuvieron en la extinta Casa Maauad) y a muchos museos donde montaron instalaciones en las que los asistentes eran testigos de los procesos de trabajo.


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Esta no es una reseña de ‘El libro de imágenes’

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