“Eres hermosa. Duele mirarte”, “¿En serio? Ayer dijiste que te alegraba”, “Me alegra y me hiere”. Ese diálogo, extraído de La sirena del Misisipi (François Truffaut, 1969), es una descripción certera de Catherine Deneuve, que hoy cumple 75 años. Es verdad que la belleza de la actriz es mítica. Su ojos grandes y enigmáticos y su melena abundante han fascinado a todo tipo de creadores. Enriqueciendo la idea de que las actrices francesas son tan bellas como inteligentes, la carrera de Deneuve es un ejemplo de constancia. Entre Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964), la película que la puso en el mapa, y Mauvaises herbes (Kheiron, 2018), su más reciente trabajo, hay 54 años. En poco más de cinco décadas la actriz ha sido dirigida por genios como Claude Chabrol, Roman Polanski, Agnès Varda, Luis Buñuel, Marco Ferreri, Jean-Pierre Melville, Manoel de Oliveira, Raoul Ruiz, Léos Carax y Lars von Trier.
Catherine, que comenzó su carrera al mismo tiempo que su hermana Françoise, que murió a los 26 años en un accidente, se define como un instrumento en las manos de los creadores. Deneuve ha probado en múltiples ocasiones su talento para encarnar mujeres que se transforman frente al espectador. Eso se puede constatar en casi cualquiera de sus películas. Por ejemplo Bella de día (Luis Buñuel, 1967), el filme con el que más se asocia a la actriz. En esta cinta Deneuve sufre una mutación todavía polémica: pasa de mujer burguesa a prostituta. Los elegantes trajes de Yves Saint-Laurent que porta Séverine, nombre de su personaje, no impiden que se le arrastre por un llano terroso ni tampoco que se le ate a un árbol para ser azotada. Algo similar pasa en Tristana (1970), también de Buñuel, donde inicia como una chica dulce e ingenua y termina como una mujer en la que es posible imaginar un olor agrio.
Catherine Deneuve, que nació el 22 de octubre de 1943, ha sido dirigida por varios de los creadores fílmicos más importantes: Chabrol, Polanski, Varda, Buñuel, Von Trier…
Habría que escribir un libro para expresar todas las sensaciones que produce la aparición de Denueve en la pantalla. Sin embargo elijo dos momentos para apostillar este texto. El primero de ellos nos lleva a Potiche (François Ozon, 2010), filme que rodó a los 67 años. Aquí Deneuve interpreta a una mujer florero que sale a correr por las mañanas para mantenerse bonita y que escribe poemas como pasatiempo. Catherine se vuelve a transformar otra vez delante de nosotros, renunciando a su condición parasitaria para tomar el control de la empresa familiar. Esta comedia, considerada un entretenimiento menor, es una muestra del sello de la actriz, cuyo rostro no ha perdido esa combinación de ímpetu y frialdad, que no disfraza los signos del envejecimiento. El testamento de Deneuve es su vuelta de tuerca a la mujer fatal en La sirena del Misisipi. La trama de la película se resume de la siguiente forma: Jean-Paul Belmondo, un francés en la isla Reunión, espera a su futura esposa, a la que conoce sólo a través de una fotografía. Un intercambio epistolar, que en esta época se podría traducir como un ligue en Internet, es el motivo del enlace. Sin embargo la mujer no es la de la foto sino Catherine Deneuve. Tan sólo hay que imaginar la sorpresa, ¡el shock!, que siente el personaje de Belmondo al tener a la efigie de la belleza en sus brazos.
La imparable Deneuve se prepara para ser dirigida por el japonés Hirokazu Koreeda, que rodará su primera película en Francia con ella y Juliette Binoche.