16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

21/11/2024

Artes visuales

Un mito entre mitos

El MUAC presenta un recorrido por la obra de Chto Delat: desde el registro obras de teatro hasta programas de radio y murales. El colectivo ruso aspira a reconectar la acción política y la innovación artística, pero su apuesta no está exenta de problemas.

Sandra Sánchez | martes, 27 de marzo de 2018

I

No sé bien cómo hablar de ustedes porque conozco sus piezas y sus registros teatrales, pero no a ustedes. Lo que me queda claro es que les gusta hablar de ustedes mismos y de los problemas que les parecen relevantes. De situaciones sobre la actual política neoliberal, la suya, en Rusia, y la nuestra, en México. El nombre de su colectivo es Chto Delat, que significa “¿Qué hacer?”. Empezaron sus actividades en 2003, en San Petersburgo. Su nombre deriva de la novela con ese nombre del escritor ruso del siglo XIX Nikolái Chernyshevski, que tuvo eco en las primeras organizaciones de trabajadores socialistas rusos y que Lenin actualizó en su propia publicación de 1902, que también tituló ¿Qué hacer?

Aquí estamos, nosotros y ustedes, en 2018. La pregunta sigue siendo relevante y sintomática de una formación histórica donde pensar y sentir se iluminan por la acción. Por eso no me sorprende ver una exposición suya en un museo de México, país donde la política siempre hace promesas de cambio, de que las cosas cambiarán. El título de su muestra es Cuando pensamos que teníamos todas las respuestas, la vida cambió las preguntas, evidenciando que su colectivo no sólo esta formado por artistas y coreógrafos, sino también por filósofos. La filosofía podría ser el arte de actualizar las preguntas para quebrar enunciados pasados y alumbrar otra situación.

II

La primera sala de la muestra rompe el esencialismo visual. Si bien las paredes altas y blancas están tapizadas con imágenes impresas en gran formato, que Chto Delat tomó de Internet, lo que el colectivo nos invita a ver no es una fotografía sino un fenómeno social. El ojo es sólo un elemento que detecta lo que hay para después interpretar lo que la cédula de la pieza ofrece: la naturaleza performativa que tanto los ciudadanos comunes como las autoridades organizan en Rusia y Ucrania.

En las fotografías vemos, por ejemplo, a Roman Zorin, visitante de la Biblioteca Regional de Krasnoyarsk para personas con problemas de visión, estudiando un retrato 3D de Vladimir Putin. O la cara del presidente de la Federación Rusa impresa en dos vestidos monocromáticos portados por modelos. Del otro lado de la moneda, miramos una protesta de mujeres de hule inflables frente al Palacio Mariinski. La performatividad es una educación estética que nos pertenece a todos y que atraviesa distintos tonos de la moral. La pieza lleva por título Prácticas performativas de nuestro tiempo (2017).

En la misma sala vemos una instalación. Sueño de un manifestante (2016) se compone por tres fotografías en blanco y negro de manifestantes solos y un video que incluye las reacciones de los paseantes cuando se encuentran con ellos. Las pancartas que llevan tienen frases como «Abrázame, soy tu enemigo» o «Golpéame, soy tu hermana». Hay un guiño explícito a Bertolt Brecht y un comentario sobre la política rusa actual, en donde la única forma de protesta legal es la manifestación solitaria.

De la luz pasamos a la oscuridad. Una sala donde se proyecta una videoinstalación de cuatro canales. Los excluidos en el momento del peligro (2014) está formada por doce capítulos. En el principio está el rostro, la cara metida en la computadora o el celular. Los participantes se conectan para conocerse. A partir de ahí enuncian quiénes son, siempre viendo de frente al espectador, concentrando su ser visual en los gestos y los labios que pronuncian hechos históricos. Alguien dice «Estoy a 49 años del primer Sputnik»; alguien más, «Estoy a 28 años de la catástrofe de Chernóbil». También aparecen los afectos: «Estoy a un brazo de distancia de mi mejor amigo». En el capítulo cinco aparece un prop que se volverá fundamental, «La oreja de la sociedad», que comienza a latir en el capítulo siete y, más tarde, es golpeada. ¿Quién golpeó a la oreja de la sociedad?, se preguntan.

El video es muy largo, la gente entra y sale, no permanece más de diez minutos en la sala, se lleva fragmentos de lo que parece ser una novela por entregas. Es interesante saber sobre los problemas políticos que importan al colectivo: las elecciones de Putin, el arresto del colectivo punk feminista Pussy Riot, etc. También hablan de héroes fallidos, anónimos y bien conocidos, entre los que figura el filósofo marxista Antonio Gramsci y sus Cuadernos de la cárcel. El video está lleno de datos que se intenta poner en acción con testimonios personales y movimientos del cuerpo. Sin embargo, el entronque relacional con el público es débil porque pasa más tiempo construyendo personajes/personas frente a la cámara que estableciendo un campo de problemas en común. Hay más información que pronunciamientos.

III

En el video #17. El nuevo callejón sin salida. Escuela de verano de orientación en zapatismo (2017), de más de una hora, en tres pantallas, se juntan diecisiete personas durante dos semanas para entender y estudiar qué significan ciertos presupuestos y figuras, como «Para todos, todo. Para nosotros, nada», «Caminar hacia atrás», «El caracol como método creativo», «Ver con el corazón», «El niño hecho de maíz», «La teología de la liberación», entre otros. Vemos el paisaje del pueblo en el que se reúne el grupo de lectura, las marionetas que sirven para el teatro guiñol, en el que explican procesos y conceptos zapatistas; observamos además una especie de confesionario, una silla en medio de un jardín en la que los personajes dicen qué es lo que sienten y piensan.

La atención está puesta en los sujetos y sus necesidades. El ejercicio se vuelca en la percepción del zapatismo de Chto Delat y en la propia experiencia con el gobierno de Putin. Hasta ahí, todo entendible. Sin embargo, no hay pistas de lo que están interpretando. El debate se convierte en una apelación sentimental por medio de marionetas. Dos veces aparece el conflicto: la primera, cuando una mujer dice que se siente incómoda frente a la cámara y ante lo que está sucediendo; la segunda, cuando un hombre se siente afligido porque la policía amenaza con boicotear la presentación del libro de una de las integrantes de Pussy Riot y sus colegas les piden refuerzos. Ellos están lejos, en el campo.

¿De qué sirve juntarse a discutir ideas y modos de vivir si se poetiza de antemano la experiencia, si no se pone sobre la mesa una variedad de puntos de vista y opciones sobre lo que está a discusión? La pieza semeja más una pastorela con intenciones prediseñadas, donde la virgen es virgen y el borrego es borrego, que una interpretación, una confrontación o un diálogo con los textos y las experiencias zapatistas.

Detrás del video hay una pared con pinturas hechas por zapatistas. Podemos identificar a los personajes por la tendencia a la autorrepresentación que se mantiene desde el levantamiento del EZLN. La composición pictórica expresa su relación con el espacio y los colegas. También es un mito, y entre mitos no se busca la verdad sino formas de organización y soberanía frente al capital.

 

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