En poco más de treinta años de trayectoria, Claire Denis ha creado imágenes poderosas. Por ejemplo: el grupo de legionarios que se ejercita en el desierto en Buen trabajo (1999), el rostro pecoso al sol de Isabelle Huppert en Una mujer en África (2009) o, recientemente, un haz de luz que se amplía y se contrae (que retoma la pieza Contact, de Olafur Eliasson) en High Life (2018), su última película.
En el cine de la francesa siempre hay un misterio, los móviles de sus personajes son complejos, difíciles de reducir. Ya sea en los confines del universo o en las huellas africanas en Europa o viceversa, la cámara de Denis capta el deseo que se repliega en lo recóndito. Ahí están la niña blanca que acaricia el rostro del hombre negro en Chocolate (1988), su filme debut, o la mujer que camina desnuda bajo la lluvia, calzando unos zapatos altos, en Los bastardos (2013).
Las imágenes (a veces perturbadoras) de Denis suelen acompañarse de la música de Tindersticks, la banda británica que ha compuesto múltiples partituras para sus filmes: el álbum titulado Claire Denis Film Scores 1996-2009 (que vi una vez en una tienda de discos y ahora me arrepiento de no haber comprado) recopila su colaboración, que se ha prolongado hasta High Life (donde Robert Pattinson entona el tema “Willow”).
Sin embargo, uno de los aspectos más singulares de su cine es la utilización de canciones populares. Temas como “Şımarık” (1997), el éxito mundial del cantante turco Tarkan, y “The Rhythm of the Night” (1993), de Corona, en Buen trabajo, funcionan como complemento a la cadencia de los cuerpos de sus personajes. Otra secuencia inolvidable ocurre en 35 tragos de ron (2008): Joséphine, la protagonista, cambia de pareja de baile: baila una versión de “Siboney”, la canción cubana de 1929, con su padre; después el apuesto Noé se acerca a ella, deshaciendo la unión entre padre e hija, al escuchar los acordes de “Night Shift” (1985), de The Commodores.
Abundan este tipo de secuencias en la obra de Claire Denis, cuyo uso es transparente: las canciones dialogan con la imagen, no se trata de un recurso oportunista sino de una integración con el sentir de los personajes que, por un momento, es evidente. Eso mismo ocurre cuando Juliette Binoche y Paul Blain se mueven al compás de “At Last” (1941), de Etta James, en Una bella luz interior (2017).
Para no dejarlos con las ganas de más temas e imágenes memorables, aquí una lista de reproducción con algunas piezas que remiten al universo de Denis.