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Cannes: corte final
De alguna forma, Colombia resulta vencedora del 68º Festival de Cannes. Son tres que el país sudamericano se lleva de la Costa Azul: para La tierra y la sombra, ópera prima de César Augusto Acevedo, la Cámara de Oro y el premio France 4 Revelation de la Semana de la Crítica; para El abrazo de […]
De alguna forma, Colombia resulta vencedora del 68º Festival de Cannes. Son tres que el país sudamericano se lleva de la Costa Azul: para La tierra y la sombra, ópera prima de César Augusto Acevedo, la Cámara de Oro y el premio France 4 Revelation de la Semana de la Crítica; para El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, el premio de la Quincena de Directores. Excepto la propia Francia, ninguna otra cinematografía termina el certamen de este año con tres premios bajo el brazo. Ambos son relatos de la Colombia profunda: el primero, en la llanura devorada por el verde y la niebla; el segundo, una travesía amazónica de la estirpe de Herzog.
En términos de industria y mapeo global, no es poca cosa, pero el hecho reviste una ironía curiosa: la Palma de Oro, quizá el galardón de alcance internacional e independiente más codiciado del orbe, está fabricada con el oro extraído de una mina del propio interior colombiano. El documental La légende de la Palme d´Or (Alexis Veller, 2015), proyectado hace unos días en la sección paralela Cannes Classics, echa luz sobre los engranajes socioculturales del festival fílmico por antonomasia y sobre las aristas de gestación de una industria cinematográfica que se asume, o se pretende, global.
Así, es difícil escapar a lecturas políticamente correctas del palmarés de Cannes develado hace algunas horas. La Palma otorgada a Dheepan, de Jacques Audiard, pone en el centro del debate europeo el amargo relato de la migración de las excolonias europeas hacia las metrópolis. Si tal era la intención del premio –una polémica ya librada por Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, en 2004– es tema aparte. Llama la atención que los hermanos Coen, Guillermo del Toro y Xavier Dolan, los tres cineastas en el jurado, hayan apostado por temas, entornos y personajes ajenos a sus propios intereses creativos, y que la cosecha del cine anglosajón haya sido más bien parca.
El Gran Premio de la Semana de la Crítica fue entregado a Paulina / La patota (Santiago Mitre, 2015), drama argentino situado en una villa miseria de la periferia de Buenos Aires. Junto al premio a Mejor Guion para Michel Franco en la sección oficial, el cine latinoamericano suma cinco reconocimientos, si obviamos el hecho de que la lingua franca de Chronic sea el inglés. La región rebasa así a los tres premios –mayores, eso sí– obtenidos por el cine francófono.
Fuera del chovinismo autóctono que entraña, la numeralia anterior ayuda a intuir el engranaje interior de una industria de la magnitud de Cannes. Terminada la ceremonia, retirada la alfombra roja y las copas de cada coctel, empieza la batalla de cada cinta por los espacios y canales de distribución abiertos por el festival: lobby, fundaciones, acuerdos de co-distribución, apoyos estatales, espacios en televisión, etc.
El camino sigue siendo difícil desde La Croisette hasta un público que no lleve smoking ni invitaciones impresas; algunas de estas películas culminarán el trayecto en el Oscar o el Globo de Oro; otras, en torrents o copias pirata. Para algunos Cannes habrá terminado ayer; para otros, sólo faltan 364 días para la siguiente edición.