21/11/2024
Literatura
Lo literario en la literatura
¿Qué implica distinguir “lo literario” de “la literatura”, como hace Damián Tabarovsky? Juan Francisco Herrerías explora respuestas
En intervenciones recientes Damián Tabarovsky ha propuesto distinguir entre lo literario y la literatura, entendida ésta como industria, como organización. Es una distinción que tiene lazos significativos, quizás una conexión íntima, con la que hacía Bolívar Echeverría entre lo político y la política. Ambas intentan discernir, casi se diría que salvar, la práctica radical de una actividad generadora de formas frente a su petrificación en las modalidades que el mercado y las instituciones sancionan.
Para Bolívar Echeverría, lo político está unido a la pregunta por la forma que tiene una comunidad, cómo está organizada, cómo se rige, cuáles son sus metas. Lo político está presente en todo momento y rama, pero irrumpe de manera urgente e imperiosa en eventos de peligro como una revolución, una guerra, una crisis, acontecimientos que exigen una transformación mayor, una refundación de la polis, una forma nueva. Lo que se conoce como la “política” representa la fase posterior, de establecimiento y orden, del ritmo de lo institucional, en que la forma decidida en el tiempo extraordinario es asumida y extendida (o traicionada), reproducida, repetida: la política profesional, la política como normalidad administrada.
De igual modo se entiende que lo literario sería esa cualidad, esa sustancia que las obras literarias rodean, incluso tocan, sin en verdad poder fijarla o establecerla para siempre, siendo cada una de ellas la concreción de tan sólo una de sus posibilidades. El proceso creativo de un artista es una investigación de su disciplina, es una serie de preguntas –qué es esto, qué puede llegar a ser, hasta dónde puede llegar, en dónde deja de ser– de la que cada obra es una respuesta, un hallazgo. La “literatura” sería lo correspondiente a la “política”: el orden, el funcionamiento y la acumulación, la promoción y distribución de libros-mercancía, la carrera profesional, es decir, la reproducción de formas ya asimiladas.
Tanto lo político como lo literario están atravesados por la interrogación, son espacios hasta cierto punto indefinidos, indefinibles, con los que para entablar una relación estrecha es necesario aceptar lo que tienen de incertidumbre, es decir, de posibilidad. Conectar realmente con ellos implica transformarlos, reactualizarlos, averiguar qué es lo que ya eran al tiempo que se les añade algo que no tenían: nunca queda nada igual. La “política”, la “literatura”, pueden establecer por el contrario relaciones basadas en la certeza, en las garantías, en el cálculo. Se trata de la oscilación –inevitable pero agónica– entre invención e institucionalidad.
Tabarovsky pide diferenciar entre los escritores que se limitan a alimentar la industria, los que la dotan de los productos bajo demanda, y los que riñen con ella, los que operan bajo la lógica del caballo de Troya: el sabotaje, el contrabando, el ocultamiento. Para Tabarovsky lo verdaderamente literario es entrar en conflicto con la literatura –como lo verdaderamente político es entrar en conflicto con la política. Esto es porque el conflicto implica reconectar con el fundamento de esa actividad, con su raíz; implica actualizar, por medio del cuestionamiento, la desobediencia o la lucha abierta, lo que la justifica, poner en juego su necesidad y su contingencia, despertarla.
Así adquiere sentido la obsesión de Damián Tabarovsky con el riesgo, uno de los conceptos que no deja de invocar. El riesgo no es solamente un valor adolescente o caprichoso. El riesgo sobre todo crea un espacio de posibilidad, purga, limpia, hace un vacío donde una forma puede aparecer –así como un momento de crisis se convierte, por la invalidez de la forma vieja, en la oportunidad para que una comunidad política adopte una nueva. El riesgo es la condición de una práctica radical, es en el instante de peligro, en la cuerda floja, donde se vuelve a activar lo que entraña una obra literaria, donde lo literario destella por un instante.
Por ello, desde luego, la otra insistencia de Damián Tabarovsky: las vanguardias del siglo XX, uno de los últimos eventos en que parecía que en las artes sucedía algo como una revolución total. Sin embargo, escribir hoy en día con la pretensión de ser vanguardia sería, nos advierte, un anacronismo o una ingenuidad. Lo que se puede es escribir dialogando con las vanguardias, con su fantasma si acaso, con su ruina, la tumba sin sosiego. Pero si pretender la revolución parece absurdo, el alarde de la capitulación no lo es menos. Una estrategia para el invierno sería tratar de mantener despierto lo literario, lo político, en la capacidad que se pueda, con la intensidad que se pueda. Cumplir la tarea mínima de conservar abierto el espacio de lo posible, o por lo menos de señalar el lugar donde estaba, poner la atención en esa puerta.