03/12/2024
Pensamiento
Amos y esclavos
‘Máquinas filosóficas’ (Anagrama), de Dardo Scavino, reflexiona sobre las relaciones económicas que surgirán con el avance de la cibernética
En una escena famosa de la miniserie Years and Years (2019), producida por la BBC y HBO, la matriarca de la familia Lyons enlista una serie de factores que han provocado la ruina de su país. Ante la compañía silenciosa de hijos y nietos, el personaje interpretado por la actriz Anne Reid describe que nadie se preocupó cuando las cajeras de los supermercados fueron sustituidas por máquinas, y que la gente optó, como con otras situaciones, por mirar hacia otro lado y seguir con sus vidas. La serie especula con lo que pasará en el mundo –particularmente Occidente– de 2019 a 2034. Como en cualquier distopía, el futuro es poco amable. A pesar de que no se aborda con profundidad, Years and Years alcanza a plantear algo que siempre se ha asomado en el horizonte de la humanidad, pero que sólo en tiempos recientes comienza a aparecer en diferentes tipos de textos e investigaciones: la tecnología como detonante de cambios, una caja de Pandora cuyos efectos, cada vez más veloces, afectarán a gran parte de la población mundial.
La interacción de humanos y máquinas es, justamente, el tema de Máquinas filosóficas. Problemas de cibernética y desempleo, del filósofo argentino Dardo Scavino. El texto funciona como una especie de marco teórico de libros publicados en años recientes, como El ascenso de los robots. La amenaza de un futuro sin empleo (2015), del desarrollador de software Martin Ford, y otros títulos que problematizan el rumbo que ha tomado nuestra relación con la tecnología, especialmente con la inteligencia artificial. A través de la historia del pensamiento humano Scavino describe cómo se ha perseguido la utopía de un mundo mecanizado que revolucione la sociedad y nos lleve a una vida mejor. Los trabajadores mecánicos –ahora robots o algoritmos– son percibidos como herramientas que nos librarán de los trabajos repetitivos y alienantes. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que las máquinas han reemplazado el trabajo manual sin que necesariamente mejore la vida de los trabajadores. Las labores en el campo, por ejemplo, se trasladaron durante la Revolución Industrial a las fábricas con la correspondiente fragmentación social, ya que los nuevos obreros perdieron identificación y contacto con sus lugares de origen. La propiedad comunal de la tierra, además, fue diluyéndose gracias al poder de los emporios que se crearon gracias a las nuevas formas de acumulación de capital.
Uno de los aspectos importantes en los que profundiza Scavino es en la herencia cartesiana con la que construimos la sociedad moderna. A través del pensamiento de René Descartes se percibe el mundo y la naturaleza como un entorno moldeable para la razón humana. Tiempo después, la primera industrialización llevó a la práctica una producción cada vez más intensiva. Como refiere el autor en uno de los capítulos, el tecnooptimismo se ha volcado a la naturaleza no sólo como una materia prima a explotar, sino, a través de la ingeniería genética y molecular, convertirla en una eficiente trabajadora para aumentar la productividad de maneras que apenas podemos comprender. La realidad es, para el paradigma actual, un engranaje o una ecuación matemática, un territorio despolitizado listo para que los genios tecnólogos desarrollen sus fantasías.
Libros como el de Scavino sirven para poner en el mapa los claroscuros y, sobre todo, las contradicciones del capitalismo global y su hibridación con la tecnología del siglo XXI. La narrativa en los medios de comunicación ha vendido nuestro futuro con las máquinas como se muestra en películas como Terminator, en las que robots de apariencia antropomorfa eliminan a los seres humanos en guerras en muchos aspectos convencionales. Esto reduce a una caricatura la discusión sobre tecnología e inteligencia artificial, pues se nos presentan escenarios hiperbolizados que nos impiden ver los riesgos presentes y otros que ya están en marcha. Si el paradigma de la sociedad industrial del siglo XX fue una fábrica de automóviles, el actual son empresas como Google, que generan ganancias multimillonarias con una fracción de la mano de obra que usaban las corporaciones tradicionales. Los crecientes expulsados de este nuevo salto en la tecnología engrosarán las filas del subempleo o desempleo.
Otro cambio fundamental que no se discute es que la tecnología, en muchos casos, ya no es una ayuda para el humano sino un trabajador autonómo que se basta a sí mismo y que, incluso, se puede autorreplicar. Este último futuro, en el cual las máquinas desplacen por completo la intervención del ser humano, es llamado “singularidad”, y en el discurso más extremo de la tecnofilia adquiere connotaciones religiosas. Sin embargo, el futuro más factible nos dice que los robots no nos perseguirán hasta exterminarnos –como sucede en el imaginario hollywoodense– sino que realizarán el sueño de la productividad corporativa: trabajarán sin descanso e, incluso, diseñarán por sí mismos nuevos atajos gracias a la información que les suministremos. Esta velocidad y, sobre todo, eficiencia puede conducirnos a una asfixia civilizatoria. Si el cáncer lleva a la muerte por la velocidad en la replicación celular, nosotros podemos sucumbir por el trabajo incansable de nuestros aparentes esclavos mecánicos cuyos algoritmos no tendrán consideraciones políticas y sociales.
Libros como el de Dardo Scavino no profundizan en las relaciones económicas nuevas que enfrentaremos en el futuro gracias al avance de la cibernética. Funcionan como una genealogía del pensamiento tecnológico y como alegorías que nos permiten entender nuestro porvenir. Como muchos intelectuales e investigadores de diversas áreas, asume que la dirección a la cual nos lleva la tecnología es irreversible. Es difícil, como plantea al inicio del libro, que enterremos nuestros descubrimientos para salvarnos de un colapso provocado por la técnica llevada hasta sus últimas consecuencias. ¿Cómo redirigir nuestros descubrimientos al bien común en lugar de alimentar la desigualdad gracias al desempleo y el desplome del consumo provocado por la falta de ingreso en los trabajadores?
Quizás, como muestra la serie producida por HBO Raised by Wolves –en la que el futuro de la humanidad depende de una pareja de robots muy avanzados–, la inteligencia artificial termine siendo más compleja que nosotros mismos y desarrolle algunos rasgos compasivos que hemos perdido o, por el contrario, como en “El electrobardo de Trurl” –uno de los cuentos incluidos en Ciberíada del polaco Stanisław Lem en el que un poeta artificial adquiere un ego insportable pues, además del conocimiento, ha absorbido la megalomanía del artista humano– los robots sean un espejo que nos devuelva lo peor de la humanidad, escenario factible, pues los nutrimos, todos los días, con nuestra información y experiencias.
Como describe Scavino en uno de los capítulos finales de Máquinas filosóficas, la sociedad actual tiene muchos elementos alienantes –uniformes– que nos acercan a robots seguidores de instrucciones. Es este elemento, acaso, uno de los más inquietantes del libro: la imagen de la humanidad subordinada a una máquina inmensa y muy compleja: su creación más alta. Esta perspectiva recuerda las exploraciones de Lewis Mumford que en libros como El mito de la máquina destaca que sustituimos a los viejos dioses –aquellos que inspiraron las pirámides, entre otras obras que aún existen– por un dios mucho más grande y aún más abstracto. En tiempos en los que, supuestamente, la tecnología es una puerta a la libertad, Scavino pone sobre la mesa a filósofos como Tomás de Aquino que en textos como Suma contra los gentiles advierte lo que iba a suceder muchos años después: “El que tiene dominio de su acto, es libre de obrar porque ‘libre’ significa ‘causa de sí’ mientras lo que tiene necesidad de ser actuado por otro para obrar, está sujeto a servidumbre”.