16 de agosto de 2017

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21/11/2024

Arte

Una mirada infernal

Una vista de la muestra ‘Delirios urbanos’, que se presenta en El Cuarto de Máquinas; la expo hace una critica del frágil estado de las ciudades, rebasadas por los delirios de la corrupción.

Óscar Benassini | jueves, 16 de noviembre de 2017

Las ciudades crecen complaciendo al capital. El capital es la fiebre que hace crecer las extremidades de la ciudad. El capital es la libido de la ciudad. El urbanismo mitiga o exacerba los delirios y las calenturas del capital. Capital, gobierno, arquitectura, urbanismo y corrupción, el polinomio inmortal, ha transformado a la Ciudad de México en un organismo grotesco, ha enfermado de nervios a sus ciudadanos, ha engullido el espacio público y deforestado los bosques. Como pasa con el petróleo, la maldita especulación inmobiliaria –uno de los inventos más perversos de nuestro siglo– está definiendo gobiernos y gobernantes, bases monetarias, índices de corrupción, calidad de vida sujeta a crédito y a deuda, el fortalecimiento de grupos de poder informales y, en última instancia, la vida de los ciudadanos: en el sismo de septiembre pasado miles de personas perdieron sus casas y cientos de personas murieron, una gran cantidad fue víctima de construcciones ilegales e irresponsables avaladas por la podredumbre de la SEDUVI, Protección Civil, la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México, en amasiato con arquitectos sin escrúpulos e inmobiliarias asesinas.

Todas las imágenes son de Sergio López

Lo anterior es, más o menos, una paráfrasis del epílogo al texto curatorial escrito por Josefa Ortega para la exposición Delirios urbanos, que se presenta en El Cuarto de Máquinas de la Ciudad de México. Ahí escribe, luego de citar a Rem Koolhaas –»La Grandeza existe; como mucho, coexiste. Su subtexto es que se joda el contexto»–: «Esta frase del polémico arquitecto holandés resume la postura que se ha sostenido para el crecimiento de las principales ciudades de nuestro país, en donde la Grandeza es entendida como aquel objetivo majestuoso de demostración de poder que ha guiado el crecimiento urbano. Dicha expansión se ha propagado bajo premisas que priorizan valores económicos dentro del mundo capitalista, tales como la plusvalía y la especulación inmobiliaria. Así, la motivación de crecimiento, lejos de considerar una relación empática con sus contextos sociales y ambientales, busca el mayor provecho de capitales inversores bajo objetivos voraces que la mayoría de las veces significan un actuar poco ético y de consecuencias funestas, muchas veces irreversibles». Ortega articula su tesis mediante siete trabajos de artistas mexicanos.

Aníbal Catalán instaló una escultura con tiras de madera y cables, un esqueleto incómodo, una construcción medio estridente que se sostiene a sí misma y nada más. Daniel Ventura y Roland Jacob, desde la abstracción geométrica, abordan el delirio urbano gestado desde la retícula y los planos de los programas de vivienda social. Cirse Irasema, con la misma intención crítica o de reflexión sobre la vivienda social y los engaños inmobiliarios, montó una escenografía con puertas de entrada genéricas y cerradas, casi idénticas, un guiño a la despersonalización y a la autopersonalizacion del espacio habitable. También encontramos los dibujos de Blanca González, unas postales del pasado, acerca de un futuro moderno que nos llegó pero contrahecho: cauces de ríos o acueductos desecados por el asfalto.

Si me detuve a describir ligeramente cinco de las piezas de Delirios urbanos, es porque necesito argumentar el entusiasmo que me provocaron otros dos trabajos de la exposición. Al final del recorrido diseñado por Ortega nos topamos con un cuarto oscuro lleno de figuras recortadas en madera: siluetas de murciélagos, ajolotes, ranas, murciélagos, roedores, felinos, hombres, alambres de púas, plantas y deidades prehispánicas; las figuras (fauna, flora y civilización) se iluminan con luces estroboscópicas, proyectando sombras y dejando ver cuerpos intermitentes en blanco y negro: estamos ante la escena del cataclismo urbanista que borró la vida natural, endémica, de la cuenca del Valle de México. La dramática instalación de Jimena Schlaepfer –que también podría ser un adorno de Halloween–, en el contexto actual de la paranoia inducida por los medios digitales, y sin negar las verdades científicas ambientales, es, más bien, un dispositivo posdramático. No es una experiencia sensorial ni moralista, sino una simple visión infernal a la manera flamenca.

Emulando el manual sensibilista y absurdo de cualquier dependencia de comunicación social del país, dirigido a los contribuyentes aspiracionales, Operación Hormiga presentó el video promocional de DesignVista: “un proyecto de mejoramiento de la imagen urbana de la CDMX”. DesingVista es una crítica en clave paródica de los absurdos e improvisados, siempre superficiales, programas de saneamiento de la imagen urbana, para turistas e inversionistas extranjeros. El video de tres minutos, que bien podría proyectarse en salas de cine como un comercial antes de la película, es la pieza más incisiva de Delirios urbanos, la única que participa de la delirante lógica institucional.

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