23/11/2024
Literatura
Despedida
Con esta muy personal crónica de Praga, Luis Alberto González Arenas resultó ganador del concurso de relato breve Destino Chequia
Bajo por el metro Flora. Línea A. Color verde. Llego a casa, me sirvo té y pierdo la vista entre las ramas de un eterno otoño y la escultura de un ángel que se ha ido erosionando con el tiempo, un rostro de piedra que intentó huir alguna vez pero al que le ha ganado la antropomorfización del tiempo y permanece allí, doblegado en su perfil humano.
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–Tienes los pies de tamal.
–¿De un qué?
–Tamal: una gran cápsula de masa con carne cocinada dentro, envuelta en hoja de maíz.
–¿Se come?
–Sí, en México somos fanáticos.
–¿Te comerías mi pie de maíz?
–Sí, acompañado con un atole.
–¿Atole?
María habla un poco de inglés, el resto de su cosmovisión viene de su lengua madre: el checo. Nunca ha tenido la necesidad de ser angloparlante y mucho menos el interés, por eso lo habla de forma atropellada, como si fuese una máquina de clave morse que se encaprichó con la palabra. María no cree que el inglés sea la lengua del mundo, ella sigue mirando en los ojos de las personas una Torre de Babel. Lo único que yo sé decir en checo es Ty vole, jsem Mexičan; happeš?, algo así como: Amigo, yo soy mexicano, ¿qué onda? Ella ríe y me dice que pronuncio el checo con ternura, y de pronto me siento muy triste porque ha llegado la hora de despedirnos.
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Vivo entre cementerios, camposantos llenos de muertos por la peste y la Segunda Guerra Mundial. Mi calle se llama Jičinská y el viejo edificio en el que vivo es una estructura de concreto apenas iluminada por la hermosa luz ámbar que alumbra las noches de una ciudad irresistiblemente melancólica.
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María es hija de Jan Saudek, uno de los artistas más conocidos y polémicos de la República Checa, extravagante pintor y fotógrafo que expone el prejuicio humano. Su intención es revelar que somos homo apparentia, más concentrados en la apariencia que en la sabiduría (sapiens). Se ha casado cuatro veces, divorciado una y enviudado dos. Sus casamientos han sido opulentos festejos con cobertura mediática. Sus encuentros eróticos con hombres y mujeres no sólo de distintas razas y tallas, sino también con discapacidad (prótesis en piernas, brazos o condición de enanismo), son cosa pública.
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El edificio es de los años cuarenta y sobre el concreto hay cientos de grafitis pintados durante el movimiento punk checoslovaco de principios de los ochenta. El lobby parece un refugio de disidentes o un club de rock clandestino de la época del absolutismo comunista con libre consumo de drogas, pa’l caso es lo mismo. Hay un viejo elevador. Nadie lo usa. Nadie sabe si sirve. Nadie se arriesga. Los departamentos tienen pisos de madera crujientes de historias, techos altos, paredes preparadas para el invierno con calentadores de gas.
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En una de las fotografías de Saudek aparece su hija María a los 12 años, semidesnuda, con un ligero camisón púrpura que no alcanza a cubrir las nalgas, botas negras, toscas, de tacón grueso, que suben hasta debajo de las rodillas; lleva medias con los colores del arcoíris que llegan hasta lo alto de los muslos. La fotografía está tomada en plano contrapicado. No se ve el rostro de María, únicamente su cuerpo de infante erotizado.
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Entrando a mi departamento están la cocina y el pequeño salón que termina en ventanas amplias de marcos oxidados. Enfrente está el panteón de Olšany. Más allá está el Nový židovský hřbitov (nuevo cementerio judío), donde Franz Kafka continuó su propia metamorfosis a los 40 años. El camino para llegar a los cementerios es tétrico y desolado, de esos que ponen a los sentidos en guardia; sin embargo, tiene su lado acogedor, como encontrar una fogata rodeada de música en la oscura profundidad del bosque.
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A María le conmueve la inercia que dejó la disidencia de los ochenta en la extinta Checoslovaquia. Un movimiento contracultural inspirado en la Primavera de Praga de 1968. En la década ochentera el punk rock era una bandera que al comunismo no le caía en gracia. Eran los tiempos de Plastic People of the Universe y de Garáž, bandas que iban abriendo la brecha de la escena underground de Praga; sus conciertos en distintas tabernas o casas eran considerados ilegales, porque criticaban la etapa que estaban viviendo como país con todo el vigor de la juventud. Era un barco en el mar, a punto de hallar la nueva República.
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Desde la cocina de mi casa se miran las esculturas juguetonas de David Černy, que representan bebés gateando sobre la torre de televisión Žižkov. La noche en Praga parece una aporía, es intimidad expuesta, la ciudad luce su cuerpo bohemio pero ofrece sus sentimientos más profundos. Es como un diario que narra la acción desbordada del silencio, tan personal que el tiempo te premia para repasar cada esquina, cada partícula de un espacio que nunca es el mismo. Así son los muebles en mi departamento: no parecen moverse, pero si uno se fija bien tienen corazón. En Praga los ojos te llevan a mirar cada araña, la raspadura de las patas de la mesa, el doblez caótico de una sábana, el gesto más efímero del agua contenida en un vaso. Praga es la diosa de las pequeñas cosas.
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Salimos un momento del edificio para andar la calle. María quiere regalarme la primera postal de la ciudad desde una colina en un parque cercano, el Parukářka. Cruzamos la avenida y después subimos por un camino tan solitario y sereno que lo único que parece escucharse es la vida secreta de las plantas. María me enseña una taberna entrañable, de esas que parecen guardar la historia del mundo. Una casona vieja que respeta la oscuridad del bosque. Pedimos cerveza local (oro para el lado sibarita de la sed) y elegimos alguna sombra del inconmensurable espacio libre. Nos convertimos en espaldas a las que no se les ha olvidado la humedad de la tierra.
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Le hablo sobre la inspiración zapatista de Arturo Márquez en su Danzón no. 2, y ella de la banda de culto de avant-rock Extempore, y de Iva Bittová y sus “infiernos blancos”: así le llama María a discernir tan deliciosamente entre una cosa y otra. Sus ojos fluyen, son el río Vltava (o Moldava), que nace en la bella selva de Bohemia y pasa debajo de los puentes de Karlův (Carlos), Mánesův (Manés) y Čechův (Čech) en esta ciudad a la que, dicen, Hitler no quiso destruir porque le recordaba la parte más estética y virtuosa del hombre supremo y educado. Voces operísticas, potentes y conmovedoras que el líder escuchaba mientras los aviones se suspendían en la barbarie.
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Antes de irse, María me regala un libro de su padre que incluye aquella imagen sensual de cuando era niña, con una dedicatoria en inglés al reverso de la carátula: Dedicated to dearest Mexican lad Luis (Dedicado al muy querido joven mexicano Luis), y me dice, primero en checo y luego en un rústico y balbuceante español (que lee en la pantalla de su teléfono): Čekám na tebe v posmrtném životě (Te estoy esperando en la otra vida).