16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

02/04/2025

Literatura

Diamela Eltit en México

La chilena Diamela Eltit participó en la Feria del Libro del Zócalo; la importancia de su obra se aprecia más que nunca.

Guillermo Núñez Jáuregui | martes, 24 de octubre de 2017

La Feria del Libro del Zócalo, que este año tuvo a las letras de Chile como protagonista, concluyó el domingo de ayer. Desde el pasado 12 de octubre se presentó allí una cartelera que lo mismo le dio espacio a autores jóvenes chilenos (Alejandro Zambra, Diego Zúñiga, Carolina Melys, Richard Sandoval, entre otros) como a figuras consagradas: hubo mesas de discusión en torno a Pablo Neruda, Violeta Parra (que este año cumplió su centenario), el popular Roberto Bolaño y un homenaje a Pedro Lemebel, quien falleció en 2015.

De los treinta y cinco chilenos que visitaron el país llama la atención la presencia de Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949), quien tuvo una agenda dinámica: el martes 17 participó en el homenaje a Lemebel, con Carmen Berenguer y Humberto Guerra; el miércoles 18 sostuvo una conversación con Sandra Lorenzano; y jueves 19 apoyó en la presentación de Cadáver exquisito, de Malú Urriola (acompañada por Ximena Bedregal).

Pero durante su visita a la Ciudad de México las actividades de Eltit fueron más allá de su participación en la FIL del Zócalo. También el jueves pasado sostuvo un diálogo con alumnos de la Universidad Iberoamericana, durante el cual dio un repaso a su obra con especial atención a la escrita durante la dictadura chilena (Lumpérica, su primera novela, fue publicada en 1983). Su paso por la universidad refleja bien el perfil de Eltit, quien no sólo ha estado cerca del mundo académico sino que, durante su carrera, ha orbitado desde los márgenes: fue cofundadora del CADA, que revolucionó la escena artística chilena en tiempos de Pinochet; y desde entonces ha creado una obra que ofrece resistencia.

Eltit ha publicado lo mismo en tiempos donde la censura oficial era cotidiana, como en el momento de transición hacia la democracia. Estos distintos momentos (de El cuarto mundo, de 1988, hasta la aparición de novelas recientes como Jamás el fuego nunca de 2007 o Fuerzas especiales, de 2013)  implicaron también, como señaló el jueves, distintas formas de acercarse a la escritura pues ambos proponían distintas visiones del cuerpo. “El cuerpo es un espacio discursivo y cada época propone un cuerpo distinto, es decir, un deseo distinto, complejo e incómodo”.

En su obra Eltit ha establecido una distancia entre el texto producido por la academia así como por el exigido por un régimen literario comercial. Su libro más reciente, Réplicas. Escritos sobre literatura, arte y política (2016), es una colección de ensayos en la que se aprecia su forma distintiva de enfrentarse a la escritura: “Más allá de los mandatos académicos la crítica también necesita de un destello cautivador”, explicó. “Veo a la literatura como un objeto de deseo. Mi tema más intenso es la escritura como práctica, la escritura como cuerpo. ¿Cómo darle una perspectiva que permita crear asociaciones sorprendentes?”. Para una escritora de literatura esa se trata de una pregunta clave que se opone al origen de la palabra escrita que, para Eltit, fue “afianzar pactos burocráticos”.

El caso de Eltit no sólo destaca por su obra singular sino por sus estrategias para definirse como una autora latinoamericana. Es algo de lo que Marcelo Mellado da cuenta en “El lugar ocupado” (ver La Tempestad 102): “De algún modo se cagó a los machotes locales, que quisieron reproducir la generación del 50 (oligarca y parisina) contra la generación del 38, más proleta y semiurbana. Su escritura es la centralización de un margen que tiene como eje a un sujeto corporal invalidado institucionalmente, pero capaz de armar un sistema poderoso que cambia la tortilla; la construcción de un texto narrativo, cuya historia se diluye en imágenes que simbolizan los grandes conflictos del tejido social…”.

En efecto, la obra de Eltit, como se aprecia en la fluctuante Vaca sagrada (1991) y en las otras formas “interrumpidas” que le dan cuerpo a sus novelas, refleja la visión particular que tiene del cuerpo: “Nunca he podido elaborar cuerpos enteros sino fragmentarios, que es como opera el cuerpo precisamente. Tengo la noción de un cuerpo escurridizo, más probable que real. Un cuerpo sostenido por la palabra”.

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