03/12/2024
Pensamiento
Donna J. Haraway: imaginar de otra forma el futuro
‘Seguir con el problema’, de Donna J. Haraway, nos invita a encarar nuestro presente apoyándonos en el ejemplo de otros seres vivos
La visión del mundo y de la humanidad es sombría. A la crisis ambiental se unieron la pandemia del covid-19 y los numerosos problemas sociales que heredamos del siglo XX. El desarrollo y el progreso han dejado de tener el encanto de hace unas décadas. El futuro era percibido como una meta a la que llegaríamos después de recorrer un camino lineal. La técnica y la razón se transformaron en fines y dejaron su antigua condición de herramienta.
El pensador Lewis Mumford ya nos había advertido, en varios de sus libros, la servidumbre del hombre ante la máquina. Sin embargo, sobre todo para las nuevas generaciones, el futuro se acerca cada día más y, en algunos momentos, parece convivir con nuestro presente creando una especie de distorsión temporal. Quizá por eso las distopías que vemos cotidianamente en las series de televisión y en el cine parecen un extracto de la realidad o una posibilidad que corre paralela a nuestros días.
La ciencia y el arte han tratado de explorar esta especie de escenario prematuro. La ciencia, en particular, inventa nuevas herramientas y artificios para demorar la llegada de un futuro que se está acercando demasiado rápido. Hay un espejismo colectivo, casi dogma, que implica una salvación de último minuto gracias a un artilugio tecnológico o a la cooperación idílica y made in Hollywood de todas las potencias mundiales. Por eso el término “solución”, en estos tiempos, sigue siendo una posibilidad, aunque los investigadores y científicos hablen, cada vez más, de adaptación ante hechos incontrovertibles, sobre todo los relacionados con el cambio climático.
Ante este dilema el arte y el pensamiento han intentado buscar en la imaginación para tratar de ver a qué nos acercamos. Antonio Gramsci pensaba que la crisis era un lento colapso, un derrumbe cuyos escombros no dejan ver (nacer) lo que hay o puede haber atrás. Mientras estamos en este cruce de épocas nos exponemos a cualquier cantidad de propaganda y, sobre todo, a vivir en espacios mentales y físicos cada vez más estrechos. Jaime Semprún y René Riesel analizan el “catastrofismo” como la puerta de entrada a una nueva sociedad disciplinaria regida por la técnica. Ante una narrativa de colapso buscamos no la rebelión sino el sometimiento.
En el Chthuluceno
En este entramado de temores, deseos y profecías, aparece el libro Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno de la doctora Donna J. Haraway, publicado en español por editorial Consonni. Haraway (Denver, 1944) es graduada en zoología y filosofía, y ha realizado desde hace décadas un trabajo en el que entran en contacto la biología, la primatología, el feminismo, la biología, el neomarxismo e, incluso, el transhumanismo, como se puede comprobar en el Manifiesto ciborg publicado en 1985.
Seguir con el problema es un libro que apunta en varias direcciones y que, por supuesto, es coherente con la trayectoria intelectual de la autora. En primer lugar, participa en la discusión etimológica de los neologismos que han sido usados para definir nuestra época: Capitaloceno y Antropoceno son los más visibles. El punto importante de la argumentación de Haraway es el siguiente: los términos utilizados y, de alguna manera, estandarizados para hablar de la crisis climática aluden a la naturaleza y al ser humano como dos entes separados.
El Capitaloceno y el Antropoceno ejercen una crítica, es cierto, al modelo extractivo capitalista y las huellas irreversibles que deja en nuestro mundo. Sin embargo, para la autora ambos conceptos siguen partiendo del ser humano como un demiurgo que ha perdido el control de su creación. Más cercana a la filosofía oriental, en la que el hombre es una parte del todo y no su centro, Haraway propone con el término Chthuluceno –palabra muy cercana a uno de los dioses primigenios creados por el autor de horror cósmico H.P. Lovecraft– un entretejido de historias y relaciones entre el ser humano y las especies que lo rodean.
Para superar el lugar común, muy repetido desde hace tiempo, que nos refiere que todos dependemos de todos y que lo que le afecta a la naturaleza termina dañando al hombre, Haraway desdobla el concepto en metáforas o imágenes que recuerdan redes tentaculares. No hay una especie que salva a otras sino una muy compleja interconexión que apenas logramos comprender. Sin hablar directamente del anarquista Kropotkin y su concepto de apoyo mutuo, Haraway usa también el mundo natural (insectos, animales de compañía o de granja) para exponer nuestra cambiante relación con diferentes tipos de criaturas.
Más allá de la teoría
Quizá no pocos lectores cercanos a la praxis, activistas y defensores del medioambiente, encuentren el libro de Haraway demasiado oscuro y retórico. Es cierto: en toda la obra se percibe una intención de modelar el mundo a través del lenguaje. Incluso ideas como “aprender el arte para vivir en un planeta dañado” pueden remitir a una especie de ensimismamiento o un filtro amable ante la urgencia climática y social que vive el mundo. Hay que alejarse de los consensos fáciles y buscar el desacuerdo que movilice, al fin, a la sociedad. Sin embargo, hay dos aspectos importantes en la obra de Donna J. Haraway que trascienden la teoría o, al menos, la llevan más allá de sus límites tradicionales.
El primer elemento es la colección de historias que comparte en el libro. Una de las narraciones, por ejemplo, nos habla de los tejidos navajos. A través de numerosas descripciones del arte desarrollado por las mujeres de esa comunidad y la relación con las ovejas que las surten de lana entendemos no sólo una conexión ancestral sino la dignidad que confiere el trabajo manual a las personas, el sentido identitario que le da a la comunidad y su importancia para los años que vienen. El tejido de los navajos es una metáfora de relaciones humanas y animales.
En otra historia del libro, Haraway sigue el hilo de las farmacéuticas que venden estrógenos para las mujeres que entran en la menopausia. Su perra y ella tomaron esas hormonas. Mientras desarrolla el tema la autora nos describe a los animales que proveen la materia prima para las mujeres –en este caso caballos criados específicamente para esta labor– y la larga lucha para visibilizar su explotación y cambiar sus condiciones de vida. El parentesco o las “afinidades” que, constantemente, estamos leyendo en Seguir con el problema se obtienen gracias a una nueva lectura del mundo. En una sociedad hiperespecializada sólo obtenemos un fragmento de la realidad. A través de las historias, y sobre todo de la cercanía, podemos entender o acercarnos al cuadro completo.
Virar hacia el arte
El segundo aspecto importante en Haraway –y es aquí donde aparece la parte más sugestiva de su filosofía– es que, por el momento, no hay muchas herramientas para imaginar el escenario que sustituirá nuestro presente. La pensadora nos dice que, alejados de la idea de una solución que le dé tiempo extra a un sistema que está al borde una crisis final, tendremos que “vivir con el problema”, es decir, aceptar que los conceptos con los que fuimos educados caducaron hace mucho y, ahora, hay que aprender a existir en medio de paradigmas diferentes, modelos que aún no conocemos del todo pero que ya se nutren a partir de las historias que nos ha contado.
Las posibilidades que nos ofrece el mercado son, por supuesto, espejismos. El arte y el lenguaje, entonces, pueden recolonizar un futuro que, al parecer, ya están diseñando para nosotros los beneficiarios del capitalismo. Lo que está a punto de nacer, en medio de la crisis, es un campo de batalla que permanece tras bambalinas, latiendo como una historia germinal.
En su libro Ecología oscura, el filósofo Timothy Morton refiere que “Si queremos un pensamiento distinto del presente, entonces el pensamiento debe virar hacia el arte”. Si pretendemos pasar a la acción es prioritario recuperar nuestra capacidad de pensar fuera de la modernidad y sus fronteras casi invisibles para nosotros. El libro de Donna J. Haraway es un estímulo para cruzar el cuarto oscuro en el que estamos y asomarnos a lo que está allá afuera, más adelante.