21/11/2024
Pensamiento
El ataque de las zombis transgénero
Ante la aparición pública de las mujeres transgénero, algunos enarbolan desde las redes sociales una sospechosa defensa de «lo natural»
De la noche a la mañana han salido en las redes sociales personas que nos advierten contra las mujeres transgénero. Cuidado con ellas, nos dicen, quieren adoctrinar a nuestras familias y, sobre todo, a nuestros hijos. Personas que habían permanecido al margen de cualquier discusión sobre los derechos sexuales, de repente enarbolan la defensa de la naturaleza, los genes y, por supuesto, la biología. No se identifican, necesariamente, con partidos políticos de orientación católica. Son ciudadanos que toman como adalid a personajes como la escritora J.K. Rowling, que ha tenido polémicas con la comunidad LGBTQ. La autora, de manera sutil, repite el discurso esencialista de lo “natural” aunque, en pleno siglo XXI, estemos volcados en las posibilidades de la biotecnología, los entornos virtuales y el llamado transhumanismo. Vivimos y aceptamos una artificialidad cada vez más volátil, pero que no nos cambien el concepto antediluviano de hombre y mujer.
Los ciudadanos preocupados por la aparición pública de las mujeres transgénero se han vuelto expertos en buscar ejemplos para justificar su cruzada. Comparten noticias del mundo del deporte, aunque el tema les parezca poco digno como afición. Ahora, indignados, publican historias de mujeres transgénero que desplazan a las otras competidoras en distintas disciplinas. La pesadilla no termina ahí: descubren, horrorizados, que mujeres transgénero ganan más dinero como ejecutivas que sus compañeras. La distopía continúa: novelistas transgénero son incluidas en las listas de premios femeninos de ficción. La cereza del pastel: una asesina serial, identificada como mujer transgénero, se beneficia –después de ser atrapada– de una condena en una cárcel para mujeres. Por cierto: Harvey Marcelin, el nombre oficial de la asesina serial, había sido diagnosticada con esquizofrenia entre otras enfermedades mentales. Supongo que, en las cárceles del mundo, millones de presos deben estar considerando, justo ahora, asumirse como transgénero para reducir sus penas o ser trasladados a penales para mujeres. El plan es perfecto, pero las autoridades carcelarias no están listas para detectar el riesgo.
Más allá de las discusiones pertinentes y argumentadas sobre este tema, llama la atención cómo se fabrica un enemigo de la nada y se le engrandece como si éste fuera una amenaza inminente. ¿Cuántas nadadoras transgénero están en espera de ser aceptadas en las competencias para mujeres? ¿Cuántas escritoras transgénero se benefician en premios exclusivos para mujeres? ¿Serán cientos? ¿Miles? ¿Millones? La historia nos dice que, justamente, es más factible que las personas transgénero sean discriminadas, e incluso asesinadas, a que triunfen en la disciplina a la que se dedican. Sin embargo, a pesar de esto, los ciudadanos temerosos de las mujeres transgénero asumen que esta ola, fabricada seguramente por el globalismo cultural y la pérdida de valores, se meterá en sus casas, manipulará a su familia y destruirá la sociedad en la que ellos se criaron. Vaya tiempos los que vivimos, se lamentan.
Como zombis, las mujeres transgénero infectarán a otros hasta que ellas sean mayoría. Reescribirán la historia y sepultarán una verdad sagrada e incuestionable, una verdad inmensa como un monumento: un hombre tiene pene y una mujer, vagina. Esta consigna de libro de primaria es, en mayor parte, el compromiso “feminista” de estos últimos mohicanos. El acoso a la mujer sigue al igual que los feminicidios; la brecha salarial entre hombres y mujeres también sigue. Sin embargo, lo que prende los focos rojos, la amenaza atómica que se asoma en el horizonte, es que las mujeres “falsas” sustituyan a las mujeres “de verdad”. El concepto parece un un guiño al “gran reemplazo”, idea del escritor ultraderechista Renaud Camus, quien asegura que la migración tiene como propósito acabar con la civilización blanca y cristiana de Europa.
Como sucede con las fobias, la repulsión habla más de la persona que la sufre que del estímulo que la provoca. Los defensores de la biología no sólo carecen de las herramientas para interpretar una realidad compleja sino, a menudo, asumen posiciones totalitarias: la verdad es única y no hay contextos posibles. La idea de una conjura de mujeres transgénero que, con la complicidad de instituciones que se rinden a su lobby, intenta apoderarse del mundo, entra en la categoría de “victimismo” que refiere el filósofo Jason Stanley en su libro de reciente publicación Cómo funciona el fascismo. Los fieles de la iglesia victimista se asumen como minoría a pesar de que no lo son. Cuando una minoría verdadera comienza a ganar espacios, los victimistas la identifican como una amenaza. Stanley refiere un experimento realizado en 2014 por los psicólogos Maureen Craig y Jennifer Richeson: en el estudio se descubrió que blancos estadounidenses apoyaban políticas de derecha después de ser informados que dejarán de ser mayoría en su país alrededor del año 2050. La otra categoría en la que entran los guardianes de los genes, igualmente referida por Stanley, es la de “ansiedad sexual”.
El pensamiento totalitario –carente de cualquier empatía– ve a las mujeres transgénero como una amenaza a la jerarquía vertical de la sociedad patriarcal. La democracia funciona siempre y cuando no se salga de los moldes hechos por la masculinidad tradicional. El hombre debe proteger a la mujer; si esto es puesto en duda se resquebraja el pasado mítico de la familia tradicional, base –al menos en el pasado– de las políticas fascistas.
Los que nos advierten del ataque de las zombis transgénero ponen, en el centro del debate, el ideal masculino. Al demonizar al otro refuerzan discursos de odio cada vez más comunes en la esfera pública. Simplemente niegan la libertad y derechos de otros. Quizá los que son conscientes de esto asumen, sin pudor, su pertenencia a la ultraderecha. Sin embargo, los que se sienten defensores de las libertades e, incluso, se quejan de los distintos tipos de autoritarismos de los gobernantes, ¿no les parecerá raro que su narrativa coincida con la de personajes como Donald Trump, Vladimir Putin, Marine Le Pen o Viktor Orbán?