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Pensamiento

El realismo capitalista de Bill Gates

El nuevo libro del empresario plantea soluciones tecnológicas a la crisis climática, pero ¿qué hay de los problemas económicos y sociales?

Francisco Serratos | lunes, 22 de febrero de 2021

Cortesía de Pexels

A finales del año pasado se revelaron dos noticias que tienen mucho en común en la medida en que se contradicen. La primera, que los multimillonarios acumularon mayor riqueza –1.9 billones de dólares– durante la pandemia, mientras que el resto de la población mundial se empobreció aún más. La segunda fue que Bill Gates, que sumó 20 mil millones a su fortuna en el mismo período, publicaría al fin su esperado libro Cómo evitar un desastre climático, recién editado por Plaza & Janés en español, en el que el empresario y filántropo explica con una prosa amena –leí el original en inglés– la situación en la que nos encontramos, da un diagnóstico informado de las soluciones actuales y explora las opciones que podrían ralentizar los efectos de la crisis climática.

Desde la polutocracia

Lo primero que hay que alabar es la honestidad del autor: reconoce que, por ser millonario, su huella ecológica es “estúpidamente alta”, y no se equivoca: según el reporte de Oxfam y el Stockholm Environment de 2020, entre 1990 y 2015 el 10% más rico de la humanidad –unos 630 millones de personas– representó el 52% de las emisiones acumuladas por consumo, mientras que el 1% más rico –63 millones de personas– representó más del 15% de las emisiones acumuladas. Este 15% de emisiones es más del doble del 50% más pobre (3.1 mil millones de personas), o más que todas las emisiones acumuladas por ciudadanos de la Unión Europea. Desde las primeras líneas de Cómo evitar un desastre climático Gates nos da dos cifras: 51 mil millones, las toneladas de gases de efecto invernadero que se inyectan en la atmósfera anualmente; cero, la meta a la que debemos llegar lo antes posible si queremos evitar la tragedia.

Sin embargo, al comparar las cifras, vemos que el verdadero problema que enfrenta el planeta es creado por una polutocracia minoritaria y el autor, de nuevo, lo reconoce: “¿quién soy yo para sermonear sobre el medioambiente?”. Por esta razón se huele en las páginas del libro un tufillo de autoinmolación, ya que por un lado Gates se avergüenza de tener una mansión enorme y de viajar en jet privado –estos emiten hasta 40 veces más dióxido de carbono que un jet comercial; Cascade Investment, el fondo que administra gran parte de su fortuna personal, anunció que se había asociado con la firma estadounidense de capital privado Blackstone en una oferta por la firma británica Signature Aviation, una enorme flota de jets privados–, pero por otro justifica que, para compensar, ha comprado combustible sustentable para su jet, ha invertido en tecnologías de cero emisiones –hasta mil millones de dólares en proyectos de producción de acero, cemento y carne– y se ha deshecho –a regañadientes debido a la presión mediática– de activos que tenía en combustibles fósiles.

Fantasías tecnológicas

El diagnóstico de Gates está dividido en cinco sectores económicos, las mayores fuentes globales de emisión de gases de efecto invernadero: producción de cosas (cemento, acero, plástico) que representa el 31%, el sistema eléctrico con 27%, la producción de comida (cultivos, animales) con 19%, transportación (aviones, camionetas, barcos de carga) con 16% y los sistemas de mantenimiento de temperatura (calefacción, aire acondicionado y refrigeración) con 7%. A cada uno de estos problemas Gates dedica un capítulo en el que explora las soluciones correspondientes. No se trata de soluciones generales que abarcan la complejidad de la crisis climática: todas sus propuestas son tecnológicas porque, dice, “soy un tecnófilo: muéstrame un problema y buscaré la tecnología para arreglarlo”.

Esta tecnofilia no es exclusiva de Gates; de hecho, es promovida por multimillonarios que conciben la crisis climática como un mero asunto tecnológico, de falta de innovación, de emprendedurismo, y no como un problema político ni mucho menos social. Es la visión que comparten Joe Biden, Elon Musk o las grandes petroleras como Chevron y ExxonMobil. De hecho Rex Tillerson, director ejecutivo de la segunda y Secretario de Estado de Donald Trump por un período corto, lo dijo claramente: “El cambio climático es un problema de ingeniería y su solución por tanto es de ingeniería”. Lo que sugieren los multimillonarios es que hace falta una nueva revolución industrial, no social. En esta línea, Gates repasa todas las fantasías tecnológicas que podrían aplicarse en cada uno de los rubros antes mencionados, desde las clásicas energías renovables y limpias, las baterías para almacenar energía y los fertilizantes sintéticos hasta la experimentación genética en alimentos y plantas como el maíz, el arroz y el trigo, los edificios inteligentes, el cemento y el acero de carbono neutral, la fusión y la fisión nucleares, las máquinas de absorción de carbón y un largo etcétera de tecnofetichismo capitalista.

Gates evalúa cada una de estas propuestas de acuerdo a un precio que es resultado de la diferencia entre la nueva tecnología y los modelos que se requiere reemplazar. A este precio Gates lo llama Green Premium (recargo verde) y es una medida que utiliza también Breakthrough Energy, una startup que el magnate y otros amigos suyos –entre estos Jeff Bezos, Richard Branson, Michael Bloomberg y Jack Ma– fundaron para la innovación en temas relacionados con la crisis climática. Tomaré un ejemplo que ofrece la página del proyecto: “El precio minorista promedio de la carne molida es de 3.79 dólares por libra, mientras que una hamburguesa a base de plantas es de 5.76. El recargo verde para una hamburguesa sin carbono es la diferencia de costo entre las dos, o sea 1.97”. Éste es el extra que tenemos que pagar para comer hamburguesas que no contaminen. Así, de rubro en rubro, el Green Premium varía de acuerdo a la solución tecnológica propuesta. La gasolina cuesta 2.43 dólares por galón y un biocombustible eficiente, 5.00; esto nos da un Premium de 2.57 dólares: 106% más caro. El resultado de la suma total para reemplazar los modelos de producción y consumo existentes alcanza billones y billones de dólares. ¿De dónde va a salir ese dinero?

Tecnofeudalismo

Por supuesto, la solución al problemita de los Green Premiums no es la distribución de la riqueza, mucho menos los impuestos a las grandes fortunas. La solución es la innovación: en el relato de Gates la única manera de bajar los excesivos costos es promoviendo la invención de prototipos tecnológicos más eficientes, más baratos, más accesibles. Los gobiernos, añade, deben intervenir con políticas que promuevan la innovación y tomar la batuta cuando la iniciativa privada, tímida de los Green Premiums, se niegue a incursionar en un proyecto. Una vez que los gobiernos desarrollen esas soluciones tecnológicas los privados deben continuar el camino, tal y como pasó con Internet, las medicinas y el GPS. Esta estrategia neoliberal fue usada por la fundación de Bill y Melinda Gates cuando cabildeó para que los derechos de la vacuna contra el covid-19 de Oxford, desarrollada con fondos públicos, fueran vendidos a AztraZeneca y no liberados para la producción de todos los gobiernos, como tenía planeado Oxford.

Todo resulta muy contradictorio. Según reveló la periodista Emily Atkins, Microsoft, la compañía icónica de Gates, financió las campañas electorales de un gran número de legisladores negacionistas de la ciencia climática durante el ciclo electoral de 2020, incluidos varios senadores republicanos que votaron contra una enmienda a la constitución de 2015 que establece que el cambio climático es real y causado por humanos. De acuerdo con un reporte de Great Plains Action Society, Gates es además el mayor propietario de tierras agrícolas de los Estados Unidos: 242 mil acres, un área de tierra más grande que Singapur o Barbados. Al ser inversor en cada uno de los rubros que necesitan ser reemplazados y, paralelamente, en las tecnologías avanzadas que están en desarrollo, ¿hasta qué punto su interés económico se superpone a su preocupación filantrópica? Un ejemplo de este problema: SpaceX, compañía satelital y de transportación espacial de Elon Musk, con la buena intención de proveer Internet en zonas rurales de Estados Unidos, recibió enormes subsidios del gobierno, lo que le permitió lanzar decenas de satélites y así sumar más del 27% –mil de 3 mil 500– de los satélites activos que orbitan la Tierra. En otras palabras, nos acercamos a una especie de tecnofeudalismo.

Realismo capitalista

Algo que no se menciona en Cómo evitar un desastre climático es el impacto ambiental de esta revolución tecnológica: ¿de dónde se van a extraer los recursos materiales para construir todo un nuevo sistema de producción de carbono neutral? Si reemplazamos los dos mil millones de automóviles de combustión interna que circulan en el mundo actualmente con automóviles eléctricos, la extracción de elementos raros como como disprosio o neodimio –que ya ha creado paisajes apocalípticos en Mongolia y otras regiones donde se minan– aumentará 70%, la extracción de cobre se duplicará y la de cobalto de cuadruplicará de aquí a 2050. La economía, lejos de desmaterializarse, dependerá aún más del extractivismo y, de hecho, así ha sucedido: el consumo global de recursos ha incluso superado el PIB global; o sea, extraemos y consumimos cada vez más recursos sin que esto implique, por un lado, una mejora en el medioambiente ni, por otro, una mejor distribución de la riqueza.

Si bien Gates comienza con un buen argumento sobre la actualidad, su visión futurista se decanta por un presente muy mediocre, al ser incapaz de imaginar un futuro distinto del que sufrimos hoy día. Más que un ejercicio de especulación esperanzadora, la narración de Gates podría encajar en lo que Mark Fisher llama “realismo capitalista”, “la sensación generalizada de que el capitalismo no solo es el único sistema político y económico viable, sino también de que ahora es imposible siquiera imaginar una alternativa coherente diferente a él”. En suma, la gran paradoja del libro es que, al centrarse en meras soluciones tecnológicas, termina ignorando las cuestiones políticas y sociales, que como he advertido son la causa final de la crisis climática.

No es menos sintomático que Bill Gates, en su capítulo sobre cómo ayudar a los más pobres del planeta, quienes sufren y sufrirán las peores catástrofes climáticas, sólo diga que lo que precisan es “ayuda para adaptarse”; no menciona una sola vez un concepto tan básico como justicia ambiental. Así, antes de reconocer su papel protagónico en la tragedia, lo que propone es, literalmente, un deus ex machina. El escritor de ciencia ficción K.S. Robinson, en su novela The Minister for the Future, llama a esta actitud de los multimillonarios “el síndrome de Gotterdämmerung”, tomado de la ópera homónima de Wagner donde se cuenta cómo los antiguos dioses nórdicos destruyen el mundo en la medida que mueren, suplantados por el cristianismo. De la misma manera, ante el cuestionamiento de sus privilegios, los multimillonarios tecnócratas responden con una ataque de ira narcisista. En lugar de reconocer su falta, prefieren ver el mundo arder. Après moi, le déluge!

Francisco Serratos es escritor y académico. Festina está por publicar su libro El Capitaloceno: una historia radical de la crisis climática.

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