2020 ha sido el año ideal para el regreso de Cabaret Voltaire. El futuro distópico que su imaginario industrial predijo entre los setenta y los noventa del siglo pasado es nuestro presente. Su primer álbum en 26 años llega con un único miembro al timón; Chris Watson dejó la banda inglesa en 1981 para convertirse en técnico de sonido de la franquicia televisiva Tyne Tees, mientras que Stephen Mallinder se marchó en 1994 para iniciar su carrera como solista y académico. Tras una pausa que abarca dos generaciones, Richard H. Kirk ha decidido dar continuidad a uno de los proyectos más influyentes de las últimas cuatro décadas.
Técnicamente Shadow of Fear (Mute) no es la primera producción de Cabaret Voltaire desde The Conversation (1994): Kirk remezcló algunos discos de la banda neozelandesa Kora y revivió el nombre de la agrupación en una colaboración discreta con The Tivoli, titulada National Service Rewind. Pero se trató apenas de una aparición en un festival de 2014, la primera en 20 años. Reavivó, eso sí, la idea de resucitar a la agrupación inglesa, pero mirando inexorablemente hacia adelante. “Sencillamente no me gusta la idea de recauchutar terreno antiguo”, declaró Kirk al biógrafo Mick Fish en 1983. El regreso de Cabaret Voltaire carece, entonces, de nostalgia: “Es bueno que aprecien lo que has hecho en el pasado”, dijo más recientemente, “pero es un lugar peligroso para vivir”.
La sombra del miedo
Aunque Shadow of Fear está compuesto íntegramente por música nueva, los sonidos del álbum tienen la marca del pasado. Tras intentos fallidos de pasar a lo digital, Kirk desempolvó al equipo analógico y buscó que las piezas encajaran como en un rompecabezas. El método compositivo es el de hace 40 años, como se percibe en las piezas “Be Free” o “Night of the Jackal”, que construyen atmósferas sobre los cimientos de viejos patrones rítmicos. La primera mitad del disco está llena de música desconcertante, con temáticas que habrían sido premonitorias de haberse conocido antes de la pandemia (la placa se grabó en 2019): confusión, paranoia, desapego y alienación son algunos de los estados anímicos que el nuevo disco busca retratar.
Como se aprecia gracias al trabajo archivístico de los últimos años (Methodology ’74/’78: The Attic Tapes, 2002, o #8385: Collected Works 1983–1985, 2013), Cabaret Voltaire inventó un sonido desde la periferia de la industria musical (Sheffield). Aunque en los ochenta y noventa trataron de acuñar algunos éxitos, su sonido era demasiado idiosincrásico para amoldarse al gusto popular. La inquietud y la desolación impregnan Shadow of Fear tanto como el sencillo “Nag Nag Nag” (1979), uno de los referentes del postpunk. El disco contiene grandes ideas, unas veces a plena luz, otras difíciles de apreciar en la primera escucha, pero a menudo se siente laborioso. Como si Kirk intentara reinventarse una y otra vez con la convicción de que ese es su trabajo. La perspectiva cambia una vez que el oyente se entrega a los ritmos pulsantes y laberínticos de “Universal Energy” o “Vasto” que, si bien resultan poco innovadoras, dejan clara la influencia de Cabaret Voltaire en el tecno de ribetes industriales, donde el ruido participa con éxito en una suerte de pánico bailable.
Regreso relativo
Richard H. Kirk vuelve bajo el nombre de Cabaret Voltaire, pero nunca se fue de la escena musical. A lo largo de los años ha adoptado innumerables seudónimos para publicar álbumes: Sandoz, Electronic Eye, Biochemical Dread, Sweet Exorcist y Vasco de Mento son algunos de ellos. Estas obras electrónicas muestran una conexión directa con el sonido de Cabaret Voltaire, pese a la voluntad de Kirk de seguir avanzando. La música de ese nombre mítico está de vuelta, y con ella las viejas referencias espeluznantes –más coherentes que la música del propio disco– a la información y la desinformación, los toques de queda y la represión, la vigilancia y el caos político. Premoniciones hace cuatro décadas, hoy son parte de un paisaje familiar.
Oportuno o no, Shadow of Fear evidencia la obsesión por el sonido claustrofóbico que marcó el catálogo de Cabaret Voltaire en los primeros años ochenta, y sobre todo concuerda temáticamente con las visiones distópicas y fatalistas de la agrupación. Mirar al pasado en busca de inspiración es una navaja de doble filo; a la luz del covid-19, los significados de esa arqueología son distintos. “Dadá no es moderno en absoluto”, dijo Tristan Tzara, uno de los fundadores del movimiento. Si la nueva música de Cabaret Voltaire ha vuelto a inspirarse en aquella vanguardia, puede decirse que Kirk, en cierto sentido, ha salido victorioso.