Hoy se cumplen cincuenta años del estreno de El samurai (1967), que pudo verse como parte de la retrospectiva dedicada a Jean Pierre-Melville, que sigue en exhibición en la Cineteca Nacional (como anunciamos el viernes pasado). El próximo 14 de noviembre Criterion Collection lanzará una versión en alta definición (en Blu-Ray y DVD) acompañada, como acostumbra, por documentación que será de interés para los cinéfilos: una entrevista con el editor de Melville on Melville, Rui Nogueira, así como con el autor de Jean-Pierre Melville: An American in Paris, de Ginette Vicendeau. También se incluyen entrevistas con parte del reparto: Alain Delon, François Périer, Nathalie Delon, y Cathy Rosier. El documental breve Melville-Delon: D’honneur et de nuit, de 2011, también es parte de la edición, así como un ensayo de David Thomson y un comentario apreciativo de John Woo, quien famosamente ha considerado El samurai su filme preferido.
Woo no está solo: la mezcla singular de cine negro, con un protagonista desapegado y la estilización pop de algunos de sus escenarios, ha impactado el cine de directores que han hecho del mundo del crimen una parte vertebral de su obra (como Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Francis Ford Coppola, Michael Mann, Nicolas Winding Refn, los hermanos Coen y David Fincher), pero también ha inspirado a cineastas disímiles como Aki Kaurismäki, Bernardo Bertolucci, John Frankenheimer o Jim Jarmusch, cuyo Ghost Dog: el camino del samurai (1999) le debe algunos elementos temáticos.
El samurai, cuyo protagonista sigue al pie de la letra la figura del matón estólido, un pistolero con un código propio e inquebrantable (y que habríamos de volver a ver incontables veces en el cine negro), tal vez sea más interesante por su tono: con una banda sonora que oscila entre el jazz y temas ominosos (de Francois de Roubaix) y una pátina preponderantemente plateada y gris (la cinematografía es de Henri Decaë), el filme -a pesar de los deseos de Melville, quien aspiraba a crear una obra que no pudiera identificarse con un periodo histórico- evoca una modernidad que ha irrumpido en un entorno tradicional parisiense. En este sentido son interesantes las cercanías estilísticas que tiene con Playtime, de Jacques Tati, que se estrenó el mismo año. Por supuesto, El samurai no se demora tanto como Playtime en los contrastes entre lo “nuevo” y lo “viejo”, pero allí están también: en sus calles y las ocasionales incursiones a una periferia más o menos abandonada donde aún se encuentran elementos del viejo París, hasta los bares y oficinas modernos.
Pero hay otras razones para volver a ver el filme de Melville, como escribe Thomson en este ensayo: “Vista de nuevo ahora, El samurai parece un filme de una época en que los grandes filmes no sólo eran necesarios sino constantes, pues demostraban y cumplían con la naturaleza del medio”.