16 de agosto de 2017

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23/11/2024

Artes visuales

Enrique Metinides: mirar la muerte

Roberto Bernal compone un retrato del fotógrafo mexicano fallecido el pasado 10 de mayo; un observador singular de las tragedias diarias

Roberto Bernal | lunes, 27 de junio de 2022

Enrique Metinides. Cortesía INBAL

La biografía de Enrique Metinides (1934-2022) fue todo menos ordinaria. Se podría decir que fue una vida dedicada a la fotografía, o la fotografía como forma de vida: tenía solamente nueve años cuando su padre –que por esa misma época había cerrado una tienda de fotografía para abrir un restaurante de comida griega en el barrio de San Cosme– le regaló una cámara y una bolsa con rollos. A partir de ese momento “El Niño” Metinides –su apodo en el ámbito periodístico y con el que lo conocían sus amigos y colegas– lo fotografió todo, incluso, al ir al cine para ver películas de gánsteres que tanto le gustaban, escenas de balaceras, persecuciones y muertos. A esa misma edad policías –todos clientes y amigos de su padre– lo invitaron a hacer fotografías en el hoy desaparecido Servicio Forense de México. Ya en esa época, dijo, todos los días y durante todo el día llegaban carretadas de muertos, una cantidad tan grande que ni siquiera puede imaginarla el común de la gente. Retrató cadáveres, sobre todo autopsias; le produjeron una perturbación tal que hacia el final de su vida uno de sus deseos fue precisamente que no le realizaran una a él.

Un suceso lamentable durante la infancia incidió más tarde y de manera destacada en su composición fotográfica: tenía siete años cuando, desde lo alto de un edificio, un grupo de muchachos lo sostuvo de manos y pies en el vacío. Fueron cinco minutos que para Enrique Metinides se prolongaron una eternidad. Testigos lo rescataron de la situación peligrosa y el futuro fotógrafo salió ileso. Sin embargo, esta experiencia traumática produjo en él terror a volar, de manera que nunca pudo asistir a exposiciones de su obra en otros continentes. Pero esta misma fobia –sobre todo con relación al uso de helicópteros para producir tomas panorámicas– lo llevaría a realizar perspectivas inusuales, valiéndose de cerros, edificios y puentes. Algunas fotografías lo dejan ver arriba de camiones, trenes e incluso en hombros de bomberos. El fotógrafo echó mano de ese afán por conseguir las tomas que había admirado en el cine. Metinides llegó a decir que hacer fotografía era como adentrarse en una película.

Objetivo y entorno

La fijación con los accidentes automovilísticos –que lo acompañó durante cincuenta años de actividad profesional– lo hizo coincidir con el periodista Antonio “El Indio” Velázquez, que enseguida le propuso el puesto de asistente: “Ve y pide permiso en tu casa. Te espero el lunes a las diez de la mañana y ya luego te dejo libre para que vayas a la escuela”, dijo a Metinides, que todavía cursaba la primaria. Pero el fotógrafo no pidió permiso a nadie, mucho menos fue a la escuela: le tomó ocho años terminar la primaria, y a los 14 cobró su primer salario en la revista Alarma!

Enrique Metinides se adueñó de la Ciudad de México consiguiendo perspectivas inimaginables, que otros fotógrafos ni siquiera soñaron. Mientras sus colegas fotografiaban árboles y edificios o, en el mejor de los casos, el interior de antiguas construcciones y vecindades, Metinides encontraba composiciones originales en atropellamientos, choques automovilísticos, suicidios, descarrilamientos de trenes, explosiones, asaltos, sismos, derrumbes y asesinatos. Se dice –ya como un lugar común muy aceptado– que hizo de lo espantoso algo bello. Sin embargo, no se percibe la intencionalidad de embellecer nada; al contrario: los sucesos que fotografió mantienen su naturaleza perturbadora y dramática.

Enrique Metinides.

Un hombre abraza el cuerpo de su hija en una ambulancia en la Ciudad de México, 1965. © Enrique Metinides

En una de sus fotos más interesantes vemos dentro de una ambulancia a un padre que sostiene con sus brazos a su hija recién fallecida. Metinides colocó a la hija y al padre en el extremo derecho del primer plano, permitiendo que la caja de la ambulancia ocupe todo el espacio de la fotografía. Con ello consiguió tal amplitud y profundidad que la fotografía produce la sensación de vacío y vértigo en el espectador. Esta misma composición se repite en la fotografía que muestra el atropellamiento de un joven ciclista: el fotógrafo colocó nuevamente el cadáver en el extremo derecho, para permitir que la bicicleta –con la llanta trasera abollada– ocupe el espacio de la fotografía. Un hilo de sangre muy negra corre entre el objetivo y la bicicleta. En la parte superior asoman los pies de los testigos. Es decir, se trata de una fotografía que, pese a su poca o nula profundidad, lo captura todo. Enrique Metinides estaba al tanto de que el objetivo no podía ser desvinculado del entorno, que el entorno transforma al objetivo y a la propia visión del espectador con relación a éste.

La muerte: tragedia y espectáculo

Una tarde Enrique Metinides fumaba un cigarro afuera de una delegación de policía. De pronto vio entrar a una mujer que cargaba un ataúd muy pequeño, blanco. Fue detrás de ella con la cámara, al tiempo que indagó la causa de tan singular presencia. Un camión había atropellado a la pequeña hija de la mujer, a la que le negaron la entrega del cadáver si no presentaba un ataúd. “Pero yo no tengo ni un quinto”, alegó ella. “Ése es su problema”, le respondieron. De alguna forma la joven madre consiguió la donación de una caja para poder llevar consigo a su hija recién fallecida. “Mi hija era mi única familia. No sé qué hacer”, le dijo a Metinides, que no dejaba de observar el suéter de la madre empapado de llanto. Finalmente la madre obtuvo el cuerpo de la hija, e hizo a pie el regreso a casa, atravesando la ciudad con el pequeño ataúd entre las manos. En un punto Metinides ya no pudo seguirla más: la imagen era sumamente dolorosa para él. “¿Cómo le iba a hacer esa señora para enterrar a su hija?”, se preguntó. Muchas noches, llegó a decir, lloró afectado por las muertes que presenció, sobre todo cuando se trataba de menores de edad.

Enrique Metinides

Rescate de un ahogado en Xochimilco con público reflejado en el agua, 1960. © Enrique Metinides

Acerca de su trabajo fotográfico, lo que más interesaba a Enrique Metinides eran los mirones –“los metiches”, como él los llamaba–, y esta preferencia, la del testigo como objetivo central en su composición fotográfica, resulta notable en casi toda su producción: muchas, demasiadas personas –a veces cientos de ellas– mostradas desde perspectivas que al fotógrafo le implicaron pericia, audacia, improvisación y en algunas ocasiones casi la propia vida: varias veces cayó a barrancos, rompiéndose más de una costilla. En todo caso, para Metinides esa gente se reunía alrededor de las tragedias por la satisfacción –y hasta por la tranquilidad– de no ser ellos las víctimas de tan mala suerte, y también por el afán de aparecer en la foto, de manera que no resulta extraño que la mayoría de estos testigos posen o miren directamente la cámara. Otra singularidad en sus fotografías, vinculada a la anterior: la presencia de vendedores de helados y paletas. “No podían faltar en ninguna tragedia”, dijo. La muerte como espectáculo. Esto, para el fotógrafo, explicaba el éxito de la nota roja.

Vida de fotógrafo

En la época en que todavía se permitía a periodistas viajar dentro de ellas, una ambulancia hacía guardia fuera de la casa del fotógrafo. De hecho el gobierno le donó una, “antes propiedad del narco”. A Metinides se deben las claves de radio –“14” para los muertos– y el color blanco de los vehículos. En varias ocasiones estuvo involucrado en volcaduras; en una de ellas, ensangrentado, tomó fotografías del accidente del que formó parte: fue primera plana: “Gajes del oficio”, el titular del periódico. Alguna vez cubrió el accidente de un avión que se desplomó en el Popocatépetl. Después de hacer su trabajo, regresó a pie junto a dos rescatistas. Pero el retorno a la ciudad les tomó más de tres días: extraviados en los bosques, hubieran muerto de frío de no haber rellenado sus ropas con papel periódico. Comieron únicamente hierbas y hojas.

Cincuenta años dedicados a la fotografía costaron a Enrique Metinides un tumor en el ojo, dos infartos, siete costillas rotas y un matrimonio. Si volviera a nacer, aseguró, no se dedicaría a ese oficio. Su obra se ha expuesto en distintos museos y galerías de México y el extranjero, en muchos casos de forma permanente, como en la Casa de América en Madrid, la Photographers’ Gallery de Londres y la Anton Kern Gallery de Nueva York. Su trabajo ocupó la primera plana de periódicos internacionales, entre ellos, por mencionar algunos, el New York Times y el Washington Post; en distintos países se han realizado monografías sobre su trabajo fotográfico. Quizá para un amplio sector Enrique Metinides sigue siendo un destacado fotógrafo de la nota roja, pero para algunos aportó una de las perspectivas más originales sobre la muerte.

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