16 de agosto de 2017

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Literatura

Una cuestión de posturas

El ecosistema pedagógico en torno a la literatura plantea una pregunta: ¿es benéfico para un escritor atravesar los circuitos de talleres y licenciaturas dedicados a la escritura creativa? Guillermo Núñez ensaya respuestas y, también, comenta varios programas de estudio

Guillermo Núñez Jáuregui | martes, 19 de junio de 2018

Fotograma de 'Ex Libris' (2017), de Frederick Wiseman

La cuestión sobre el ecosistema pedagógico en torno a la literatura y sus distintos participantes (no sólo maestros y alumnos sino críticos, escritores creativos –es decir, artistas– y profesionales del mundo editorial…) ya tiene al menos una década en la conversación pública, desde que aparecieron libros como The Program Era (Mark McGurl, 2009) o MFA vs NYC (Chad Harbach, 2010), así como sus comentadores y ecos. En ocasiones parece que la conversación se ha planteado de manera que se orille a una pregunta central: ¿puede enseñarse a escribir? Pero detrás se encuentran otras preguntas más complejas e interesantes: ¿es benéfico para un escritor atravesar los circuitos de talleres, cursos, diplomados e incluso licenciaturas o posgrados dedicados a la escritura creativa?; ¿no implica eso, precisamente, un régimen institucional que conduce no sólo a estilos reconocibles sino a una extraña profesionalización en la que también se implican ámbitos como las becas estatales o las celdas de Excel del mercado editorial? ¿Qué tipo de escritor surge de esos circuitos? Se desprenden, a su vez, otras preguntas más puntuales y, en ciertos casos, urgentes: ¿es posible vivir de escribir?, ¿qué conviene más, tener un seguro médico o un trabajo creativo?

En México parece que los titanes a los que se enfrentan los escritores no provienen tanto del mundo de la academia (donde el escritor creativo, como profesional incómodo en el instituto, se enfrenta al académico). Han estado más presentes los laberintos del Estado (y sus becas) y el Mercado (y sus géneros predilectos, por vendibles). Pareciera que muchos de los talleres que hoy pueden encontrarse en línea, pero también en centros culturales independientes, buscan cubrir las necesidades de los escritores que se enfrentan a esos ámbitos (desde talleres de novela, cuento o ensayo creados para mejorar las estrategias y técnicas de los estudiantes, hasta introducciones a la traducción, la edición o herramientas básicas como la ortografía). El taller, la mayoría de las veces, tiende a ofertar “soluciones” para los problemas que el mundo profesional le impone a un artista.

No puede obviarse, sin embargo, que en los últimos años también han surgido nuevos agentes académicos y pedagógicos, como licenciaturas dedicadas a la escritura creativa. El Claustro de Sor Juana, por ejemplo, inició en 1996 su licenciatura en Letras Iberoamericanas, que evolucionó a la actual licenciatura en Escritura Creativa (fundada en 2015, con una población estudiantil que oscila, de generación en generación, entre los quince y veinte egresados). El programa educativo del Claustro de Sor Juana, para seguir con el ejemplo, ofrece formación histórica y teórica balanceada con talleres y cursos orientados a que el escritor, de nuevo, se desenvuelva en un campo profesional, sea “editorial, la crítica y la traducción literaria, la docencia, y las instituciones culturales”. La licenciatura busca desarrollar escritores pero también “profesionales de las letras”. Vuelve, así, la idea de que el campo pedagógico, sea universitario o alejado de las instituciones, puede y debe ofrecerle a un artista habilidades competentes.

Actitudes de oposición

Otras posturas atractivas han surgido también, aunque no todas en nuestro país. Cristina Rivera Garza, por ejemplo, dirige desde 2017 el Doctorado en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Houston. Se trata de un caso interesante, primero por oponerse a la dicotomía entre el académico o estudioso de teoría crítica, y el escritor creativo, como escribió en la carta de presentación del curso: “Muchos casos comprueban que, después de todo, es posible escribir obra creativa en español –y también en inglés– mientras se desarrolla una carrera académica en EUA. Los departamentos de español en sus varias denominaciones –de Estudios Hispánicos, de Lenguas Romances, de Español y Portugués, de Lenguas Modernas, etc. – se fueron convirtiendo poco a poco en el puente que unió a dos posiciones que fueron pareciendo así cada vez menos antitéticas”.

Otra razón por la que este doctorado cobra interés es por abordar al acto creativo no como una habilidad profesional sino como una postura estética e incluso política. Como escribió en su artículo “Estar alerta. Escribir en español en los Estados Unidos” (mayo de 2018, Revista de la Universidad), no es insignificante la aparición de un doctorado de este tipo a los pocos meses del ascenso de Trump al poder: “No es una exageración afirmar que abrir un programa de escritura creativa en español a nivel de doctorado justo en estos tiempos es un acto de militancia. Las universidades públicas, especialmente las designadas como Hispanic Serving Institutions, son todavía terrenos propicios para luchar contra la marejada neoliberal que se propone arrancar la educación pública de la vida de las mayorías. […] El Doctorado en Escritura Creativa en Español no sólo lleva la escritura al corazón de la academia norteamericana sino también sus tradiciones de resistencia, su irredenta pluralidad, sus múltiples acentos, su vociferación continua”.

Más modesto pero no menos interesante, por partir de una postura que no se identifica necesariamente con lo escolar, es Escribir, hoy, uno de los certificados que ofrece 17, Instituto de Estudios Críticos, en la Ciudad de México. El certificado, que iniciará el próximo mes de agosto, es dirigido por Philippe Ollé-Laprune, quien está convencido de que una de las formas de sumar al ecosistema pedagógico literario es hacer nuevas preguntas en lugar de ofrecer “habilidades”: “Sí pretendemos poner en evidencia preguntas legítimas, más que soluciones. Sabemos que no se puede enseñar a escribir pero que se pueden provocar cuestionamientos, subrayar las zonas de fracturas, pensar a partir de obras ajenas de cómo se puede posicionar uno frente al acto de escribir. En efecto, hay muchas opciones para un aprendiz. Hay talleres, escuelas, etcétera. No estoy muy seguro de que esto ayude a la profesionalización pero se siente muy sano que haya posturas muy distintas. El lado escolar de varias propuestas hace que no compitamos con ellas”.

Como su título indica, Escribir, hoy también aspira a plantear a la escritura de frente a su época, como explica Ollé-Laprune: “No creo en una escritura alejada de su entorno tanto temporal como geográfico. Sigo pensando que este ejercicio está profundamente marcado por la oposición al mundo, al presente. Sí son estrategias singulares porque las características del mundo real evolucionan y la escritura, la creación en general, se tiene que adaptar. ¿Cómo enfrentar, subrayar rasgos terribles, reírse, desesperarse, intentar reconciliarse si no se toman en cuenta los nuevos malestares, nuevos desafíos y nuevas maneras de burlarse del mundo?”

A diferencia de tantos talleres, que hacen énfasis en los aspectos técnicos de la escritura, Escribir, hoy pone atención a su íntima relación con la lectura. Parece operar en él la siguiente pregunta: ¿qué es escribir sino una forma específica de leer? El certificado, para ello, toma prestadas las distintas maneras en que quince escritores –todos ellos en activo, desde diferentes trincheras– quienes “leen” algunos libros capaces de plantear preguntas inquietantes. Siendo un grupo de escritores heterogéneo (Mario Bellatin, Emiliano Monge, Verónica Gerber, Luis Felipe Fabre, Eduardo Milán, Julieta García, David Miklos, Paula Abramo, Óscar de Pablo, Pablo Soler Frost, Guadalupe Nettel, César Ramiro Vásconez, Leonardo Tarifeño, Mauricio Montiel y Brenda Lozano), llama la atención lo que los une aquí: “Hemos decidido confiar en autores que están en plena creación y cuyo trabajo no tiene límites en géneros. O mejor dicho, para los cuales los sistemas de escritura, los géneros, no son una frontera, un límite. No es por gusto al virtuosismo sino por la capacidad de adaptar la escritura a fines particulares, tener un amplio abanico de posibles intervenciones”.

Escribir, hoy está dirigido a personas ya implicadas en procesos de escritura, cosa que lo distingue de muchos talleres introductorios, así como de algunos cursos universitarios, dirigidos a personas que apenas se interesan en la literatura. La diferencia, sin embargo, no estriba precisamente en un “nivel” académico o cultural, sino –hay que insistir–, en la toma de una postura: escribir implica una actitud. ¿Por qué es importante generar nuevas provocaciones para una disciplina artística? Ollé-Laprune: “Me parece que ha muerto el tiempo de la identificación que había en los talleres. El aspecto escolar y sagrado de este sistema ya no funciona. Igualmente, la idea de que uno tiene el saber y que lo va a revelar a los alumnos no se justifica. Me parece que buscaremos alumnos que saben que los escritores son ante todo lectores singulares, que saben atrapar elementos en la obra de los demás para pensar el acto de escribir. Generar nuevas provocaciones o preguntas es ser fiel a la vocación de la escritura: escuchar los nuevos ruidos del mundo y plantarse frente a ellos a través del acto de escribir”.

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