21/11/2024
Artes visuales
Etel Adnan o la vida como un jardín
Pedro Jiménez, que tradujo y editó su libro ‘Estaciones’, repasa la trayectoria de la artista y escritora Etel Adnan (1925-2021)
Cada porción de la materia puede ser concebida
como un jardín lleno de plantas y un estanque
lleno de peces. Pero cada rama de una planta,
cada miembro de un animal, cada gota de sus
humores, es todavía un jardín o un estanque.
Gottfried Leibniz, La monadología
Etel Adnan murió en París el fin de semana pasado. Su vida fue un triángulo: artista, poeta y pensadora. Nació en el puerto levantino de Beirut en 1925. Hija de un sirio musulmán, ex oficial del ejército del Imperio otomano, y de una griega originaria de Esmirna, estudió de niña en una escuela católica francesa. En casa escuchaba a su padre hablar en turco y a su madre en griego, además del árabe que rozaba bisbiseante su oído en la calle y que registraba garabateado en los muros de espaldas al mar mediterráneo.
Estudió filosofía en la Sorbona de París –ciudad sin mares– y continuó en la Universidad de California en Berkeley, donde quedó encantada con la geografía y el Zeitgeist cultural de principios de la década de los sesenta. El mismo año en que llegó al Área de la Bahía ocurrió la lectura pública de poesía en la Six Gallery de San Francisco, primer balbuceo beat y cuna del renacimiento sanfranciscano, que culminó en su cauce más amplio en las voces de la propia Adnan, Joanne Kyger, Diane di Prima y, más recientemente, en las de Lyn Hejinian, Cole Swensen y Kim Shuck.
La rive gauche ultramarina transfiguró el carácter de Etel Adnan. En el viaje encontró su medida, su ritmo y su pausa; en la esfera de la lengua inglesa, la liberación verbal que, con una epigramática dionisiaca, levantó contra la idea de la escritora profesional. La autonomía lingüística asumida refleja también su postura frente a la crisis del Canal de Suez, las luchas por la independencia de Argelia o la imposibilidad de expresarse sin resentimiento en francés, en tanto mujer árabe. Al mismo tiempo, la obligó a canalizar su ímpetu en el ejercicio de las artes visuales.
“En el vórtice de una crisis existencial Etel Adnan decidió hacer un viaje a México para curarse del agudo spleen que la agobiaba.”
En el vórtice de una crisis existencial –según me contó hace tres años en la Rue Madame de París, en el edificio Belle Époque donde tuvo su último domicilio Albert Camus– Adnan decidió hacer un viaje a México para curarse del agudo spleen que la agobiaba. Visitó un Distrito Federal que la dejó impresionada con la estética de la Ciudad Universitaria, sobre todo los murales de Juan O’Gorman en la Biblioteca Central. Viajó al sur por la península de Yucatán, donde vio a Ava Gardner en escena, filmando una versión cinematográfica de Fiesta de Ernest Hemingway. Finalmente se estableció por unas semanas en Puerto Vallarta, donde terminó de mecanografiar un ensayo sobre la Crítica de la razón pura de Kant para Stanley Cavell.
Densas manchas de pintura
La pintura como ejercicio de expresión individual no llegó a la vida de Adnan por la vía de una carrera profesional como artista, sino por la filosofía o, mejor, por la instrucción humanista que recibió en un colegio dominico en San Rafael, California. Sus clases de filosofía y estética incluían lecturas como De lo espiritual en el arte de Kandinsky y los Diarios de Paul Klee; la encargada de la facultad, Ann O’Hanlon, le prestó utensilios de un taller con la sugerencia de que explorara las suposiciones teóricas de los textos. Con tiempo y disciplina encontró una gramática de densas manchas de pintura con colores contrastantes, que recuerdan las constelaciones cromáticas de Nicolas de Staël y los paisajes abstractos de Helen Frankenthaler.
Como en una liturgia órfica, el alfabeto repite los símbolos terrenales que aparecen en su pintura, su prosa y sus poemas: la montaña, el cielo, el sol y el mar, un cuadrado de vidas paralelas. La montaña de Tamalpais se convirtió en su símbolo –como la Sainte-Victoire para Cézanne o el monte Fuji para Hokusai– y en la metáfora dominante, cientos de veces vista desde una toponimia interior, en un proceso de subjetivación constante, un no-lugar de la imaginación colectiva.
No pasó mucho tiempo para que la palabra, la acuarela y la tinta se encontraran en el diseño de sus célebres leporellos, manuscritos en caligrafía árabe, garabatos o motivos sobre papel japonés orihon doblado en acordeón, con versos de poetas como Badr Shakir al Sayyab o letanías tradicionales que se desdoblan o redoblan mientras la lectora contempla los colores, las figuras, los números y los signos que rodean las letras del alfabeto trazado por las manos de la artista. La escritura deja de ser un dispositivo de comunicación para convertirse en un espacio –espejo– de manifestación del cosmos en un microcosmos de colores y grafías de elusiva raigambre, pero de una luminosidad sublime. Algo similar concita su libro de poemas The Arab Apocalypse (1989), donde signo y vocablo son parte de un mismo texto, formación de un contexto sin distinciones ontológicas que jerarquicen un sistema de referencias sobre el otro.
Poesía y pensamiento
Etel Adnan marca el fin de una era compartida cuando publica su primer poema en inglés después del asesinato de John F. Kennedy, “The Ballad of the Lonely Knight in Present-Day America”, que constituye el primer eslabón de una cadena enganchada de lleno al movimiento social en contra de las guerras norteamericanas, el colonialismo trasatlántico y las diversas luchas por los derechos civiles de las mujeres y las minorías raciales.
La Guerra de los Seis Días, la represión de la causa Palestina en Jordania y las tensiones en el Líbano motivaron a Adnan a escribir una serie de textos de crítica política que desembocaron en la novela Sitt Marie Rose (1978), cuyo enfoque narrativo es el secuestro y la ejecución de Marie Rose Boulos a manos de una guerrilla falangista durante la guerra civil libanesa. Reflexiones sobre género y política que, dicho sea de paso, continuó entretejiendo en su libro Of Cities and Women: Letters to Fawwaz (1993), donde discurre sobre los problemas y horizontes del feminismo en una serie de intercambios epistolares con el historiador libanés Fawwaz Traboulsi.
“El arco de vida de Etel Adnan pasa por la caída de un imperio eurasiático, el vínculo incomodo con la metrópolis parisina, el exilio en Sausalito, California, los retornos imposibles a Beirut, así como las vueltas intermitentes a Grecia.”
El arco de vida de Etel Adnan pasa por la caída de un imperio eurasiático, el vínculo incomodo con la metrópolis parisina, el exilio en Sausalito, California, los retornos imposibles a Beirut, así como las vueltas intermitentes a Grecia y su archipiélago memorioso. Marca de estos pasos por el mundo ha sido un torrente de libros entre los que destaco las colecciones de poesía Journey to Mount Tamalpais (1985), Sea and Fog (2012), Night (2017), Surge (2018), Estaciones (2018; Archivo 48, 2019), Time (2019) y Shifting Silence (2020), así como los ensayos en francés Écrire dans une langue étrangère (2014), Tolérance (2016), Orphée face au néant, Delphes et Kiato (2016) y Revenir à Yourcenar (2018).
Reconocimiento internacional
En 2012, cuando Adnan contaba con 87 años de edad, el público internacional descubrió su trabajo en la Documenta 13, con una serie de paisajes abstractos que recuerdan los primeros cuadros de Picasso en su dimensión circunspecta, pero también en la intensidad callada con la que evocan el espíritu de un lugar y su genuis loci. Siguieron exposiciones en la Bienal Whitney, en las galerías White Cube de Londres, Callicoon de Nueva York y Lelong de París y en el museo Mathaf de Doha. Durante su último año de vida tuvo exhibiciones en el Guggenheim de Nueva York y en el Centro Pompidou de Metz.
Su trabajo integra y encarna la noción del umbral y la relevancia de lo liminar, y es liliputiense comparado con, por ejemplo, las esculturas de Jaume Plensa, los proyectos de James Turrell, las sobredimensiones de Anish Kapoor o la ostensión grandilocuente de Gabriel Orozco. Su lenguaje pictórico –líneas y formas simples, colores sin mezclar, trabajo sin brocha, augusta concepción de la escala y el espacio– no cambió desde la década de los cincuenta en que comenzó su proceso autodidacta. Es el testimonio de una práctica que devela algo sublime, que no abruma por su magnitud ni sorprende por su pericia constructiva, sino que envuelve con su iridiscencia natural.
“En sus esfuerzos creativos hay un júbilo que se palpa, una emoción viva hecha artefacto que nos toca con las posibilidades de cierta belleza melancólica.”
En su pintura, como en su poesía, los límites del tiempo y los márgenes de la luz son retransmitidos como la experiencia de un atardecer brillante, la relación entre la niebla y las olas, la guerra o la gracia. Etel Adnan es una maestra de los intersticios luminosos, refugio de la interioridad como la pintura de Agnes Martin o la prosa de María Zambrano. En otras palabras, espacios que posibilitan la inmersión en mundos donde se expande nuestra presencia, en un tiempo que vibra en una sensualidad perceptible. En sus esfuerzos creativos hay un júbilo que se palpa, una emoción viva hecha artefacto que nos toca con las posibilidades de cierta belleza melancólica.
Campos de energía
“Escribo lo que veo y pinto lo que soy”: una expresión concisa y una visión expansiva. La pintura y la poesía de Adnan son campos de energía concentrada que van por tren y por avión, viajan en helicóptero y submarino, vuelan y bailan, nadan cantando. Una poética del lugar entendido como un inxilio de los exilios y una poética revolucionaria que aspira a la felicidad.
Hace unos días traduje estas palabras que escribió en su libro Sea and Fog, y que acompañan este súbito in memoriam:
¿Y qué es esta oleada de la estupenda y cuasi innombrable entidad, donde innumerables cantidades de burbujas inquebrantablemente unidas las unas a las otras hacen un elogio de lo pequeño al ir creando la más enloquecedora forma para un infinito elusivo?
Mira bien el Pacífico antes de morir. Lo mejor de los paraísos prometidos no tiene ni sus matices ni su resplandor.
La poesía alcanza lo no dicho, y lo deja sin decir. Es familiar, está indecentemente cerca, a veces es abrumadora, como grises cielos nublados sobre cordilleras melancólicas; es lo que es, y queda por siempre la pregunta sobre su naturaleza, y por qué seguimos buscando una respuesta.
Poesía como vocación existencial y como superación de la vida filosófica en una sabiduría que transforma amorosamente la realidad en poemas, pinturas, diseños, pensamientos, tejidos, voces, gestos, lazos, manos, dedos, rastros, risas. Nombres que trazan a Etel Adnan.