21/11/2024
Pensamiento
Espacios de resistencia
Ezequiel Fanego, fundador de Caja Negra, habla sobre la editorial y problematiza la idea del porvenir en un mundo tecnificado
En 2005 los argentinos Ezequiel Fanego y Diego Esteras decidieron crear una editorial. El proyecto se enfocaba en su mayoría en traducciones que hasta ese momento no se habían hecho en español de libros necesarios. Títulos que teorizan sobre la música y sus complejidades históricas, así como pensamientos radicales en la literatura, la sociología y la filosofía. Su nombre era Caja Negra, como el artefacto que sirve para entender mejor un desplome aéreo. ¿Qué catástrofe pone en evidencia una editorial?
Tras publicar libros considerados biblias musicales (como los de Simon Reynolds, Generación hip hop o Future Days, que aborda la historia del Krautrock), Caja Negra ha cimentado su identidad como un espacio en donde se abordan problemáticas modernas y contracultura contemporánea. Lo mismo le interesan la experimentación sonora que la música disco, los movimientos de liberación sexual y las mutaciones del capitalismo tardío en el siglo XXI.
En 2019, con más de 80 títulos publicados, Caja Negra se ha convertido en protagonista de un universo editorial caracterizado por la homogeneidad y la falta de propuestas arriesgadas y convincentes. En años recientes una de las colecciones que más han tenido impulso en Caja Negra ha sido Futuros Próximos, que reúne a autores como Franco Berardi Bifo, Martha Rosler, Mark Fisher, Nick Srnicek, Éric Sadin o Boris Groys, entre otros; muchos de ellos por primera vez en español. La colección busca generar un mapa conceptual para leer el presente y actuar en él a partir de lecturas heterodoxas y críticas. Una mirada no tradicional a los problemas que hoy nos atañen.
Hace unos días, Ezequiel Fanego visitó la Ciudad de México. De ahí surge esta conversación.
Mi primera duda está vinculada a la idea de los límites del postcapitalismo. A la luz de las numerosos libros que ha traducido Caja Negra en “Futuros Próximos” parece que el diagnóstico de la actualidad es pesadillesco. En sus inicios ¿cuál fue el propósito de esta colección? ¿Cómo ves hoy esta vertiente de Caja Negra?
La idea rectora en un comienzo tenía que ver con la percepción que teníamos de que se estaban dando muchos cambios en el modo de la hegemonía capitalista y en el modo en que la ideología neoliberal estaban permeando nuestra vida cotidiana; cambios que sentíamos que no tenían mucho reflejo en el pensamiento crítico que se estaba publicando en español. Por un lado, la idea de “Futuros Próximos” tenía que ver con la intuición sobre esos cambios que se estaban dando en el presente y de alguna manera anunciaban tendencias que era importante dilucidar y pensar como un proyecto político y crítico. Sentíamos también un poco que el discurso de las izquierdas muchas veces tenía una tendencia melancólica, no muy dispuesta a pensar en los desafíos que nos estaban presentando estos nuevos escenarios. El programa de la colección fue buscar los conceptos que creíamos como fundamentales y que nos servían para abordar el presente e intentar modificarlo de alguna manera, o repensarlo, por lo menos. De ahí que la mayoría de los autores –no todos, hay que decirlo: cuando editamos a Vilém Flusser hicimos más un trabajo de volver a un autor que creíamos que tenía preguntas fundamentales– se caracterizan por pensar estas tensiones contemporáneas y generar, de alguna manera, un cierto eje para que los libros que publicáramos dieran una perspectiva novedosa. Para nosotros el trabajo de la crítica siempre tiene que ver con dar una perspectiva nueva sobre un evento. En el caso del libro sobre el tecnoliberalismo, analizado por Éric Sadin (La siliconización del mundo, Caja Negra 2018), demuestra de manera muy inteligente que muchas veces abordamos problemas con cierta ingenuidad. Los textos de esta colección tienen esa característica: proponer un cierto corrimiento de cómo se están abordando problemas contemporáneos.
Dices que la izquierda usualmente aborda los problemas del presente de manera melancólica, y viendo lo que dicen nuestros políticos de corte más, digamos, de izquierdas, esto parece ser un síntoma que se da en todo el mundo, ya sea en Argentina, Estados Unidos o México. ¡No saben cómo abordar problemas más que viendo al pasado! Aprueban medidas propias de un pensamiento conservador, rancio. Con mayor razón uno le hace más caso a autores como J.G. Ballard. El libro que ustedes publicaron de él a partir de unas entrevistas realizadas en la década de 1980, Para una autopsia para la vida cotidiana (2013), ya se anticipaba en cierta forma a lo que estamos viviendo hoy, con sus escenas de catástrofe normalizada. ¿No será acaso que incluso la ciencia ficción esté pasando por una normalización que abone al sentido de que no se puede hacer más por este mundo? Me surge esa pregunta también a propósito de un tuit que hace un tiempo escribió William Gibson sobre que el futuro ya no es un lugar inexplorado debido a la sobrepoblación de imágenes prospectivas que auguran escenarios similares. ¿Qué tanto estás de acuerdo (o no) con esto?
Para nosotros la ciencia ficción, o justo esta ciencia ficción que mencionas, la de autores como Ballard, Philip K. Dick o William Gibson, fueron los primeros que analizaron las tendencias que hoy vemos como el presente. La ciencia ficción, como otras reflexiones de la cultura popular, tiene un estatuto filosófico como fuente de reactivación de la imaginación política, crítica y para cuestionar la tecnología. Muchos de los libros que publicamos (por ejemplo, los autores del aceleracionismo, o Nick Snircek y Mark Fisher) reivindican esa dimensión especulativa del pensamiento, lo cual se vuelve cada vez más importante ante esta lógica que encarna el neoliberalismo, a partir del cual se nos presenta como la única alternativa posible, eso que analiza Mark Fisher a partir de una frase de Fredric Jameson (“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”). Tiene que ver un poco con que vivimos en un colapso temporal en el cual vivimos en un eterno presente de novedades interminables iguales unas a las otras. Estamos pensando en una novedad radical, una diferencia radical con un presente que se colapsó en los últimos años. Esperamos que tanto los ejercicios de ciencia ficción como la colección “Futuros Próximos” lo haga.
En uno de los últimos libros que han publicado, La siliconización del mundo, de Éric Sadin, se cuestiona seriamente la idea de innovación. A menudo nos los recuerdan las agencias creativas, la jerga institucionalizada de los corporativos, las mismas políticas públicas de los gobiernos. Su uso con fines nobles en muchas ocasiones, sin embargo, ha acelerado la idea que necesitamos la prospectiva, la cuantificación de la vida social, los algoritmos y lo nuevo todo el tiempo para vivir mejor. A diferencia de una aplastante mayoría, Sadin considera que estas formas de innovación son más bien pasivas toda vez que representan la “derrota del espíritu” y un “retroceso calificado de la vida”. ¿Cómo podemos salir de esa lógica cuando todos estamos en el mismo tren? Y si lo descarrilamos, ¿cómo escapar también a la idea de que ese tren estaba programado para descarrilarse?
Eso que mencionás es un tema recurrente en “Futuros Próximos” y es lo que nos interesaba colocar en el centro: que las ideas del futuro sean siempre un espacio de disputa. Esto lo dice Kodwo Eshun, un autor que publicamos en otra colección, “Synesthesia”. Y es cierto: en este momento la batalla hegemónica que en otro momento se dio más fuerte respecto a la Historia y el poder, o sea que quienes tenían el poder tenían la capacidad de reescribir la Historia y silenciar e invisibilizar una o varias historias personales, en el último tiempo muchas de esas batallas se están dando sobre el futuro, sobre la capacidad de predecir y determinar el futuro. Como vos decís, mucha de la tecnología y el conocimiento contemporáneos está orientado al procesamiento y obtención de datos como una materia prima a partir de la cual predeterminar y direccionar el futuro, nuestros comportamientos. Sobre cuáles son las salidas, seguro que no tengo una respuesta concreta pero sí algunas intuiciones.
Uno de los últimos libros que publicamos el año pasado (que estará llegando en breve a México) es En el maelström. Música, improvisación y el sueño de libertad antes de 1970, de David Toop. Ese libro no sólo es una historia sobre la improvisación en la música sino que es una reflexión filosófica sobre qué es lo que implica la improvisación para el ser humano y cómo la improvisación es una dimensión irreductible a la naturaleza humana, y también un espacio de resistencia. En este momento donde cada vez hay más discursos más fuertes sobre la idea de la predictibilidad de nuestro comportamiento, la improvisación y lo espontáneo se mantienen como un espacio de resistencia. Hay algo del comportamiento humano que siempre va a ser impredecible, por más estadísticas y procesamiento de información existentes. Lo inesperado es algo constitutivo de nuestro ser en el mundo. Ahora hay un discurso predominante que pretende cancelar esa dimensión, pero esa dimensión, desde nuestra perspectiva, es incancelable.
Otro libro que publicaremos este año es Futurabilidad, de Franco “Bifo” Berardi, que aborda este tema: en un mundo en el que la subjetividad política del siglo XX desapareció, donde la política pareciera no tener la facultad de intervenir sobre el curso de la vida y se limita a un estado de administración del estado de las cosas, ¿cuáles son las tendencias que podrían abrir un imprevisto? Siempre es muy fácil ver cuál es el destino ineludible de las sociedades y esa mirada a menudo es pesimista, lo cual a menudo nos parece decir que no hay salida, es la tendencia que usualmente tienen las cosas, pero lo imprevisto siempre ha aparecido a lo largo de la historia. Es cuestión de volver a confiar en ese aspecto espontáneo de la acción humana que, creo yo, siempre aparecerá ante los nuevos desafíos.
«Actualmente hay fuertes indicios del resurgimiento de los vínculos comunicativos, de valorizar estancias de encuentros entre los cuerpos y esa capacidad irremplazable que tiene el cara a cara como potencia política y como potencia estética»
Estaba pensando en una escena de Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), en la que un supuesto ejecutivo de una empresa de sueños implantados quiere hacerle pensar a Quaid, el personaje de Schwarzenegger, que en realidad toda la paranoia que se ha maquinado sobre ser un espía es parte de su inconsciente. El ejecutivo le sugiere una píldora para que todo regrese a la normalidad, pero comete un error: unas cuantas gotas de su frente lo delatan. La pulsión de angustia le revela a Quaid lo verdadero, y parece decirnos que aquello que es propiamente humano, animal, las pulsiones, no puede ser contenido por más que intente reprimirse. Pero también pienso en que actualmente, mediante las plataformas sociales, se están tratando de bloquear tales pulsiones básicas. La regla es hacer a un lado las expresiones de enojo, inconformidad, displacer y en cambio mantener una postura feliz, flexible y disponible todo el tiempo.
Próximamente publicaremos otro libro: La promesa de la felicidad, de Sarah Ahmed, que justamente habla sobre el imperativo de la alegría. Coincidentemente se anudan los dos problemas de los que hemos venido hablando: el futuro y el imperativo al bienestar. Cuando la felicidad se impone como una obligación, se vuelve un tema de preocupación: no sólo te están forzando a ser feliz ahora sino que te están obligando a ir por un cierto camino que supuestamente es el correcto para llegar ahí. Ya está consensuado y normalizado. Es como si te dijeran que escuchar a Black Sabbath y practicar satanismo te van a llevar al suicidio, pero tener una familia y trabajar en una oficina estable y hacer ejercicio te conducirá a la felicidad.
En esa imagen de felicidad también se imponen modos de vida. Creo que en esta nueva hegemonía del buen vivir que describiste y que está vinculada a la idea de la siliconización del mundo (Éric Sadin), de que cada uno es una empresa de uno mismo y que tiene que aprender a venderse y mostrarse bien. En este momento en Argentina ese es el discurso dominante y tiene la voluntad de acallar todo lo negativo y lo sintomático. Todo malestar debe ser silenciado, ya sea obligándote a poner una cara feliz o pintando la ciudad de colores alegres o vendiéndote las píldoras de los psicofármacos. Todo eso lo aborda Ballard en esas entrevistas que vos mencionaste. Si hay algo que aprendimos del siglo XIX y XX de autores como Marx y Freud es que siempre hay un inconsciente que aparece como síntoma. La idea del sudor en Total Recall: siempre va a emerger el sudor; en cuanto más lo negás, va a volver con más violencia; podés esconder la pobreza y pintar las aceras, llenar las plazas de flores y llenarnos a todos de psicofármacos, pero ese malestar que se está cociendo lentamente en algún momento va a emerger de la peor manera. Parece que todos estos modos del “positive thinking”, toda la potencia de las industrias de los psicofármacos y al presencia tan avasallante de ciertos tipos de consumo, lo único que están haciendo es patear para adelante y ocultar bajo la alfombra un malestar que cada vez es mayor y que es inevitable. Como en la novela de Ballard Milenio negro donde las clases medias y acomodadas en algún momento no soportan más esa vida aburrida a la que están condenados a vivir y se rebelan. Creo que ahí vuelve la idea de lo imprevisto.
Retomando el tema de la ciencia ficción, quisiera traer a colación una plática que dio Philip K. Dick a finales de los 70, cuando la comunidad francesa se interesó sobremanera por el autor estadounidense e incluso lo invitó a dar una charla magistral en tierras galas. La premisa de Dick en aquella ponencia era desconcertante para 1977 e incluso como teorización actual: “Vivimos en una realidad programada de computadora, y la única pista que tenemos de esto es cuando alguna variable es modificada y alguna alteración en nuestra realidad ocurre, creando con ello una ramificación de las posibilidades. ¿Qué perspectiva tienes tú de lo que llamamos “lo real” y lo posible, y cómo pueden entenderse estos dos conceptos a la luz de la colección “Futuros Próximos”?
Me gusta mucho la idea que Mark Fisher desarrolla en Los fantasmas de mi vida. Ya hemos hablado de Realismo capitalista, en donde Fisher señala que no hay una alternativa al mundo postcapitalista; ese libro, cuando lo terminas de leer, te deja una sensación de asfixia total. En cambio en Los fantasmas de mi vida habla de los espectros de los mundos que podrían haber sido y no fueron, pero que siguen ahí: cada vez que se tomó una decisión política o hubo un acontecimiento importante (la caída de la URSS, por ejemplo), su contraparte o aquello que pudo haber pasado y no fue, no parece para Mark Fisher como una posibilidad negada para siempre sino que sigue persistiendo como una posibilidad. Uno puede ver reflejos de tal posibilidad en muchos elementos de la realidad. Entonces esa clausura del realismo capitalista que dice “esta es la única realidad posible”, es contestada por Fisher con un: “Sí, esa realidad existe, pero está acechada por fantasmas; es una realidad barroca, frágil, espectral”. Es una realidad llena de pliegues y no es de una sola dimensión. En ese sentido, es muy hermano de Philip K. Dick, quien en El hombre en el castillo (1963) nos dice que cada vez que tomamos una decisión en la Historia, la otra decisión funciona en paralelo. Y a veces esos mundos, de manera paralela, convergen, y vos podés tener una mirada de ese otro mundo posible. Yo creo bastante en eso. No me importa pensarlo ontológicamente o no, si existen otras dimensiones o no, pero me parece rescatable destacar que la realidad es mucho más compleja de lo que se nos presenta, y que esas tendencias de esos otros mundos posibles están viviendo en paralelo y en realidad hay que aprender a mirarlos. En términos de proyectos políticos, su importancia radica en poder adivinar en cualquier elemento (por ejemplo, en alguna práctica que pareciera ser netamente capitalista) la semilla de otro futuro posible que no está siendo alimentada. En ese sentido, me parece que esta idea de Philip K. Dick de mundos paralelos o la idea de Mark Fisher de la realidad acechada por fantasmas tiene mucho potencial.
El libro Xenofeminismo (2018) de Helen Hester, así como Manifiesto ciborg, de Donna Haraway, entre otros, buscan una idea en común: trascender lo propiamente orgánico del cuerpo, el género, los sexos. Repensar los binarismos es una señal benéfica del progreso de una sociedad, eso es indudable, pero mi curiosidad se vincula más a la idea del ciborg con el concepto la productividad: un cuerpo mejorado puede durar más horas trabajando y aspira a ser inmortal. ¿Qué piensas de ese doble rasero del progreso?
En algún punto, si algo caracterizó a la modernidad (incluso en su dimensión más perversa) tuvo que ver con haber trazado siempre un límite entre aquello que es humano y aquello que no lo es, aquello que tenía alma y aquello que no la tenía. Aquello que no es humano, al no ser humano, no tiene derechos, entonces es susceptible de ser explotado hasta sus últimas consecuencias. En la distinción moderna de lo humano, lo otro que no es lo humano queda vulnerable. No había robots, pero había esclavos. En esto que nombrás hay algo muy interesante si también lo vinculamos con las historias de la esclavitud y la idea del ciborg. El robot y el esclavo son conceptos asimilables. Son dos cuerpos que al no ser humanos pueden estar sometidos a trabajos extenuantes. Hay varias corrientes (Donna Haraway y el libro de xenofeminismo que publicamos, así como en otras corrientes como la del afrofuturismo) que problematizan la idea de que es necesario empezar a borrar las distinciones entre lo humano y lo inhumano y empezar a trazar alianzas y encuentros entre lo humano y lo inhumano, entre especies, y borrar todo límite de género, raza. Es un gran potencial político el que tienen estos discursos, los cuales, sin embargo, no han sido tomados por la izquierda; al contrario, estos discursos refuerzan la distinción, desde las posturas que buscan establecer qué es lo humano y qué no, hasta aquellas que hacen un llamado a abandonar toda tecnología y volver a la Tierra, tienen una raigambre muy moderna que sigue siendo parte del problema. Como vos decís, el mayor problema lo plantearía en otros términos. Sobre el tema de la productividad te diría que ahí el problema no es la relación entre la técnica y el hombre sino que todas estas exploraciones se hagan bajo un horizonte capitalista de la productividad.
El mayor problema que tiene que ver con la indagación posthumana tiene que ver con lo que algunos aceleracionistas llaman el prometeísmo, que es esta idea del hombre y la capacidad poshumana de superar los límites de la naturaleza. Tal planteamiento me parece problemático porque refuerza la distinción entre la naturaleza y lo humano. Me parece que son mucho más interesantes, radicales y que rompen más con la ideología capitalista y moderna aquellas teorías como la de Donna Haraway y la de otros autores brasileños que vamos a publicar este año: Eduardo Viveros de Castro y Deborah Danowski, que recuperan cierta filosofía amerindia como un equipo de saber que es muy útil para un presente catastrófico a partir de fenómenos innegables como la crisis climática. Este tipo de filosofías plantearon desde el centro de su pensamiento un tipo de relación con la naturaleza, una relación de continuidad e incluso de diplomacia. Era un vínculo político el que las culturas prehispánicas tenían respecto con la naturaleza. Me parece que ahí hay caminos de lo posthumano que son mucho más radicales y que implican una ruptura más radical con el capitalismo que las tendencias más prometeicas.
Nuestra época es muy particular en cuanto a apegos se refiere, es decir ya no existe (y qué bueno) esa idea de la lealtad a las grandes figuras que daban estabilidad a generaciones anteriores. El trabajo, la familia y lo material se han replanteado y problematizado. Hacemos home office, revisamos todo el tiempo el celular mezclando el ocio con los pendientes del día, y cambiamos constantemente o tenemos varios trabajos al mismo tiempo; de igual forma, nuestros hábitos de consumo son distintos: compras digitales que llegan a casa, aplicaciones de todo tipo que nos ahorran tiempo y esfuerzo de desplazarnos. Existe, pienso, una tendencia constante hacia el desarraigo a las cosas. En un contexto postnacional, ¿cómo recuperar el sentido de pertenencia a algo, empezando por lo local y lo material?
Ese tema me interesa bastante y estoy abocado a él últimamente porque tengo la misma necesidad de repensarlo. Frente a la desmaterialización y otra relación con el mundo, empezaron a surgir otras expresiones cada vez más fuertes de lo material. Después de décadas de tendencias hacia la desmaterialización, empezó a haber una reaparición de lo material. La tendencia a lo digital había negado la dimensión material, y ahora tal dimensión está volviendo a aparecer como lo negado de todas esas décadas: desde el resurgimiento del vinilo o de los eventos pequeños y la necesidad del contacto más directo en el mundo de la música, las microescenas, a la importancia que está tomando el cuerpo y sus dimensiones políticas. Después de décadas de estar pensando en la digitalización, las redes y la pérdida de lo corporal, de repente empieza a aparecer la importancia de nuestro padecimiento corporal. Me parece que esa misma tendencia del retorno de lo negado está ocurriendo igual con las nociones de lo globalizado y lo local. Durante varias décadas tanto en la dimensión cultural como en la política, la idea de lo local quedó bastante rezagada por estas ideas del internacionalismo y las redes globales. Actualmente hay fuertes indicios del resurgimiento de los vínculos comunicativos, de valorizar estancias de encuentros entre los cuerpos y esa capacidad irremplazable que tiene el cara a cara como potencia política y como potencia estética. Está volviendo a ser central de alguna manera. Veo que quizás puede llegar a haber una síntesis bastante interesante entre lo global y lo local, entre lo universal y lo particular. En el libro de xenofeminismos se habla muy bien de esa unión entre ambos. La idea de que no hay que abandonar ciertas discusiones globales, pero teniendo en cuenta que todo tiene su origen en las prácticas locales.