16 de agosto de 2017

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Literatura

Detener la maquinaria

Guillermo Fadanelli | martes, 3 de octubre de 2017

Viví el terremoto reciente acosado por sentimientos encontrados. Toda tragedia, más allá del dolor, suscita la reflexión. ¿Pero somos capaces de reflexionar, de ampliar la mirada introspectiva hacia el ámbito de lo social? ¿Cómo podemos concluir que los ciudadanos son una extensión de la familia, – “la familia ampliada”, la llamaba R. Rorty– sin estimular el conocimiento y la educación civil? No hay reflexión sin lenguaje y no hay conocimiento del lenguaje sin literatura, filosofía y cavilación por medio de las palabras. Encuentro allí que la literatura es vital y trascendente en este aspecto e incluso estoy de acuerdo con E. L. Doctorow cuando llegó a decir que las novelas ayudaban a distribuir el sufrimiento entre las personas: aligerar la carga que debemos soportar en el bregar cotidiano de sociedades empobrecidas y cuyas instituciones están fracturadas y responden sólo a intereses de grupos particulares.

 

La aglomeración de edificios, personas y vehículos es un despropósito. El amontonamiento urbano sumado a la escasa educación civil da lugar en sí a la catástrofe. Rüdiger Safranski propone el fortalecimiento del individuo y un apartamiento inteligente de la comunicación que aturde y despersonaliza. “No podemos permitir que todo entre en nosotros. Bajo el diluvio de la información estamos perdidos sin un sistema eficiente de filtros: menor rapidez y más reflexión, cultivar el sentido de lo local y el apartamiento…” Además de ello –y lo hemos vivido en el pasado terremoto– la acción y la solidaridad espontánea superan desde un principio al poder de los gobiernos afectados por la desconfianza pública. Votar es uno de los aspectos menos importantes de la democracia, en cambio el actuar en grupo ante la desgracia natural y la injusticia social, y sentirse parte de una comunidad es vital para el desarrollo de una sociedad más libre e inteligente. Desde H. D. Thoreau (“Transformemos nuestra vida en una fricción que detenga la maquinaria”) y Tocqueville hasta Peter Sloterdijk y Niall Ferguson (por ejemplo) hay pensadores de la más diversa profundidad que piensan que el activismo local espontáneo estrecha los lazos sociales y ayuda a los individuos a actuar y a manifestarse sin necesidad de las imposiciones de los gobiernos o de los estados autoritarios (o nulos). La reacción de los jóvenes ante la desgracia pasada es un ejercicio de ética y civismo no guiado por la escuela y, al mismo tiempo resulta triste, porque no estoy seguro de si la vocación solidaria o altruista de estos jóvenes y su deseo de pertenecer a un país, sociedad o comunidad tendrán una respuesta en las instituciones y en el acomodo político que se aproxima. El país sólo existe en su imaginación; sin embargo la necesidad de acción local solidaria y política, su deseo de pertenencia a la comunidad, más la cultura como sedimento y oportunidad de reflexión y conversación, son posibles o reales.

 

La escasez de plazas, jardines y espacios públicos en toda la ciudad limitan la conversación civil. Si no se administra y ordena el crecimiento del edificio-negocio la metástasis continuará su camino (la rapiña inmobiliaria continuará). Por ello creo que no debe construirse más en los espacios que van quedando libres, sea por cualquier motivo (a la ciudad y sus habitantes les haría bien tender hacia un ascetismo gradual, no alejado de las comodidades, pero tampoco inhibido por la producción ciega y acumulativa). Las sociedades liberales tienen sentido y aceptación general siempre y cuando sus instituciones no estén fracturadas, y exista un sistema judicial independiente, una administración honrada de los bienes públicos y en donde el fanatismo y el analfabetismo no sean demasiado grandes, donde las divisiones internas y la desigualdad económica e inequidad no sean extremas o insalvables. Thomas Nagel, aun pesimista con respecto a la solidaridad entre los seres humanos, coincide en que una sociedad así todavía tendría una oportunidad para fundamentar la democracia.

 

Yo me muestro escéptico a un horizonte como el dibujado en el párrafo anterior, pero creo que la cultura (no como un apartado más en las relaciones y las funciones de los humanos, sino como extensión de su propio ser) puede fortalecer la conversación, la acción inteligente y espontánea de los grupos sociales, y sobre todo la capacidad de pensar en los otros, no como infierno, sino como familia inevitable. Los partidos políticos, las “celebridades” de cualquier clase, y los gobiernos continúan ensimismados en el interés propio, en el insoportable lugar común y en la lucha por el poder. Mientras tanto la sociedad pierde consistencia y oportunidad. Fortalecimiento del individuo; divulgación de la cultura para fundamentar la conversación y el relato de los problemas y afinidades sociales; crítica de la democracia como simple suma de votos; y acción espontánea y reflexiva de los diversos grupos sociales, provocarían un bien en países no tan deteriorados política y económicamente como el nuestro. Nada de esto será sencillo ni inmediato.

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