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En los bordes de la ficción

‘Family Romance, LLC’, la película más reciente de Werner Herzog, puede verse a través de MUBI durante este mes; Laura Pardo la revisa

Laura Pardo | jueves, 9 de julio de 2020

Fotograma de ‘Family Romance, LLC’. Cortesía de Skellig Rock

El pez da la vuelta en la esquina y sus ojos se encuentran con los nuestros. Son los ojos tristes de un robot triste que nada en una pecera. Al momento lo acompañan una notas opacas, secas. Atrás, nos señala la cámara, brilla la piel de plástico del recepcionista que, por unos segundos, con su mecánico parpadeo, compite en fealdad. El robot sonríe. Incluso en medio la falsedad que despliega este hotel atendido por androides podemos encontrar destellos que recuerdan el otro extremo, el de lo real. Entonces, por fin, sabemos que estamos viendo una película de Werner Herzog.

No hay que esperar demasiado para entender el mecanismo de Family Romance, LLC (2019), aunque sí para encontrar sus mejores momentos, como la secuencia del hotel. Estamos ante un acercamiento muy simple, sin jactancias ni ornamentos, a una premisa casi increíble, tanto como un barco de vapor atascado en la selva o un ambientalista amateur devorado por osos, aunque quizá los supera: una empresa que alquila personas para satisfacer las necesidades afectivas de sus clientes. Herzog sigue conquistando lo inútil, aunque esta vez con pinzas, cuidando aquello que por poco se desmorona; avanza sin apasionamientos, a ratos con demasiada modestia. Nunca ha sido fácil asir las emociones.

En Japón existe una pequeña empresa, cuyo nombre titula la cinta, que renta actores para representar el papel que el solicitante pida. Con pequeñas viñetas directas y concisas, el director alemán construye un paisaje de almas solitarias, que en el momento de la representación se convierten en personas con otras vidas, más felices y completas. No hay actores activos ni espectadores pasivos, sino participantes de una mentira consensuada, un dispositivo sobre el que Werner Herzog ha vuelto una y otra vez y que, por lo demás, ¿no es la definición del cine mismo?

Alguien quiere un padre que la lleve al altar, otra mujer solicita un puñado de paparazzis que transforme una caminata casual en un subidón de autoestima, un hombre requiere que un sustituto reciba los regaños de su jefe por él. El hilo que une las historias es la relación que establece una niña de 12 años con el actor que encarna a su padre, Yuichi Ishii, contratado por su madre soltera, de buena posición económica, que lenta y fatalmente va estrechando lazos con el papá postizo. El intérprete es, en la vida real, el propietario de Family Romance, lo que da otra vuelta al rizo en ese juego de representaciones con el que el director, fascinado, nos confronta con la fragilidad de nuestras certezas.

Un ejercicio de austeridad

Una idea clara de la simplicidad define la gramática del filme. La intención es mostrar para luego zurcir, secuencia tras secuencia, un tejido casi transparente que deja asomar sin distractores las emociones de los protagonistas, todos sin experiencia previa frente a las cámaras. Planos medios y acercamientos ocasionales a los rostros para no mirar demasiado el entorno, aunque se trate de un Tokio idílico, con cerezos en flor (un desvío inevitable: ni siquiera Herzog se libra de la tentación de captar con un dron las esplendorosas copas rosadas) o una estación del tren bala impecable.

Filmar con poquísimos recursos, con actores no profesionales y sin controlar las locaciones, otorga un aura documental que ha desconcertado a más de uno. Quizá se olvida que el director ha hecho de sus procesos filmes en sí mismos, al utilizar métodos que propician un diálogo intenso entre ficción y realidad. Es conocida la historia del rodaje imposible de Fitzcarraldo (1982), pero también debe recordarse la elección de un músico callejero para el rol principal en El enigma de Kaspar Hauser (1974), el famoso Bruno S., o el reparto entero de Corazón de cristal (1976) actuando bajo los efectos de la hipnosis. En todos los casos el cineasta ha buscado lo mismo: borrar las fronteras de la representación, acaso para explorar los límites que, como espectadores, estamos dispuestos a traspasar.

Después de algunas cintas para el olvido, Family Romance, LLC es una buena noticia en la filmografía tardía de Werner Herzog. Su modestia exige paciencia, pero a cambio regala momentos de verdadera revelación, que no se veían desde Enemigo interno (2009). Un teléfono en una piedra junto al mar y una mujer que, quizá, llama a muerto. ¿Alguien se acuerda de la realidad?

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