Entre la psicodelia y el postpunk anglosajones hubo un eslabón extraterritorial. Mientras en el Reino Unido y los Estados Unidos se desarrollaban sucesivamente el progresivo y el glam, en Alemania apareció un conjunto de bandas que, herederas directas del espíritu psicodélico, regalaron al rock algunos de sus momentos más significativos. Si recordamos el postpunk como una era dorada de la invención sonora se debe no sólo a que esos músicos dieron continuidad al espíritu del “hazlo tú mismo” del punk, sino a que muchos de ellos se nutrieron de los hallazgos de Amon Düül, Can, Neu!, Faust, Cluster, Harmonia o Kraftwerk. En suma, la Kosmische Musik (o Krautrock, para la prensa británica).
Ante la noticia de la muerte de Florian Schneider (1947-2020), detengámonos en el grupo que fundó junto a Ralf Hütter a finales de los sesenta: Kraftwerk. Hijos de la posguerra, ambos se conocieron en el ambiente universitario del Conservatorio de Düsseldorf en el año sísmico de 1968. Schneider tocaba la flauta; Hütter, el órgano eléctrico. La banda que formaron se llamó Organisation, y la dotación instrumental de su primer disco, Tone Float (1970), incluyó maracas, martillos de plástico y, por supuesto, flautas. Los sonidos improvisados, de ánimo colectivo, fueron puestos en cinta por Conny Plank, el productor insignia de la Kosmische Musik.
Lo importante, sin embargo, vino algunos discos después (luego de superada la “etapa arqueológica”, como la llamó Schneider), cuando la “central eléctrica” lanzó discos como Autobahn (1974), Radio-Activity (1975), Trans-Europe Express (1977), The Man-Machine (1978) o Computer World (1981). Son algunos de los discos más influyentes de los últimos cincuenta años: las deudas del tecno, el hip hop, el industrial y el electropop son innumerables. Kraftwerk fue responsable de electrificar la música popular contemporánea y de mostrar, con fina ironía y recursos tímbricos inagotables, la condición maquinal del hombre posmoderno.
En 2008 Schneider abandonó Kraftwerk, la banda que había dejado de componer música para convertirse en una suerte de instalación sonora, un depuradísimo espectáculo audiovisual que alcanzó la canonización artística con el espacio que le dedicó el MoMA en 2012. Había encontrado en la tecnología el vehículo para crear sonidos antes inexistentes, y patentó lo mismo una caja de ritmos que un sintetizador de voz (el Robovox). David Bowie lo imaginó como un cohete en “V-2 Schneider”, el lado B de “Heroes”. Es probable que, con los años, descubramos que la pareja musical que formó con Hütter fue incluso más influyente que la de Lennon-McCartney.