21/11/2024
Literatura
¿Cómo traducir los errores?
A partir de libros de Franco Nasi, Valerio Magrelli medita sobre el significado del error y sus implicaciones en la tarea del traductor
Existen dos grandes familias de errores. Una es la que envenena nuestra vida cotidiana. Se trata de errores propios o ajenos. Sólo con los míos llenaría este artículo, pero también sobre los de otros tendría mucho que decir, comenzando por la burocracia, para pasar en seguida al médico que olvidó agendarme una cita, al mecánico que destruyó el auto que le dejé en reparación o al capitán del barco que cargaba contenedores y bloqueó el Canal de Suez durante días. Pero estas son historias que todos conocemos. Mucho más interesante resulta el otro tipo de error y que se revela curioso, diverso, fecundo: se trata de errores que, en lugar de destruirnos la existencia, la enriquecen milagrosamente.
De estos últimos acaba de ocuparse Franco Nasi en Tradurre l’errore. Laboratorio di pensiero critico e creativo (Quodlibet). A Nasi se debe el afortunado ensayo La malinconia del traduttore (Medusa, 2008). Sin embargo, mucho más cercano a su último trabajo resulta otro título, Traduzioni estreme (Quodlibet, 2015), que examina una serie de textos “vinculados”, es decir, que se caracterizan por inmensas dificultades compositivas o contraintes. El lector no especializado puede sorprenderse, pero en realidad se trata de una cuestión central en el ámbito literario: ¿cómo traducir anagramas, acrósticos, pangramas, lipogramas, etcétera? Dicho de otro modo, si de inicio la obra prevé procedimientos creativos específicos, ¿cómo se pueden trasladar también a la traducción?
Texto intraducible
En su trabajo anterior Nasi se ocupó de textos que a primera vista eran intraducibles, pero que más tarde encontraron respuestas inesperadas y sorprendentes a través de las estrategias adoptadas por varios especialistas. El mejor ejemplo de estos procedimientos fue la novela publicada por Georges Perec en 1969, El secuestro, enteramente redactada según las reglas del lipograma. El término designa una composición en la que se omite una letra del alfabeto, descartando o modificando todas las palabras que la contienen.
Ahora bien, en las 312 páginas del relato desaparece precisamente la vocal más utilizada en la lengua francesa, es decir la “e” (presente, por cierto, cuatro veces en el nombre del autor). De este modo, Perec procuró extender sus posibilidades rodeándolas, y no por nada alguien habló de una auténtica circunnavegación de la “e”. Para hacerlo desplegó toda clase de acrobacias léxicas y sintácticas, dando vida a un lenguaje a la vez arcaico, redundante y estilizado. A pesar de ello, su escritura esconde este artificio perfectamente; basta recordar que algunos de sus primeros críticos no se dieron cuenta de nada, ignorando la existencia de una regla secreta como el lipograma, por lo que creyeron que se enfrentaban a un simple acertijo. A todo esto, Pietro Falchetta respondió con una excelente traducción, a su vez lipogramática.
He aquí una muestra perfecta de traducciones radicales. Para usar una imagen tomada de la dificultad en el alpinismo, podríamos hablar de un “sexto grado” de la literatura.
Traducir el error
Ahora bien, en algunos aspectos este tipo de escrituras constituyen el centro de sus más recientes investigaciones, recogidas bajo el título Tradurre l’errore. El porqué lo descubrimos muy pronto: también en este último libro Nasi analiza una familia de textos singulares, que define como inquietantes, provocadores, perturbadores, errantes y cargados de energía. Precisamente respecto a ellos la traducción pierde su imagen de práctica automática, para revelarse como un proceso crítico, complejo y consciente de su precariedad.
Sin embargo, es necesaria una premisa. Naturalmente los errores más o menos recurrentes en la traducción interlingüística han sido objeto de numerosos estudios especializados que examinan las dimensiones semánticas, pragmáticas y culturales de dos lenguas de manera comparativa/contradictoria. A esto se añaden algunos estudios relativos a los tropiezos en la traducción. Entre estos hay que señalar el de Romolo Giovanni Capuano, titulado 111 errori di traduzione che hanno cambiato il mondo (Stampa Alternativa, 2013). Se trata de un volumen de corte divulgativo y del que me ocupé en su tiempo, que inicia con el famoso equívoco surgido en el árbol del Edén, con el término mela [manzana] que terminó por sustituir a la palabra male [mal], debido a un intercambio entre acentos cortos y largos.
Igualmente resulta insólito el cambio que se produjo –siempre en el transcurso de una mala traducción– entre los sustantivos kamilos (“guindaleza”) y kamelos (”camello”), de los cuales surgió la imagen, inverosímil y presurrealista, de un comerciante aspirante al cristianismo que intentaría en vano cruzar con sus jorobas a través del ojo de una aguja… Un descuido posterior modificó la descripción de la célebre plaza de Moscú, que pasó del inicial atributo de “bella” al incorrecto pero ya inmutable adjetivo “roja”. Por no hablar de lo que sucedió en 1944 durante el cerco a la abadía de Montecassino, cuando los radiotelegrafistas norteamericanos, al interpretar un mensaje de los alemanes, confundieron la palabra Abt (es decir, “abad”) como abreviatura de Abteilung (que quiere decir “batallón”) y, creyendo que un destacamento de soldados nazis estaba alojado en el monumento religioso, lo bombardearon.
La poética del error
Dicho esto, habrá que precisar que Nasi no se ocupa de este tipo de errores, prefiriendo centrarse en otro género de casos imprevistos. Cabría pensar en lo que sucede con textos clásicos como el Huckelberry Finn de Mark Twain o el Ulises de James Joyce, donde la desviación de la norma es consciente y responde a una intención poética concreta. No por nada un personaje del Ulises advierte: “Un hombre de genio no comete errores. Sus errores son voluntarios y son los portales del descubrimiento”. Sin embargo, Nasi tampoco se detiene en estos modelos, y va todavía más allá hasta preguntarse: “Pero ¿cómo debe comportarse un traductor ante errores cometidos quizás involuntariamente, cuando el autor parece dispuesto a adaptarse a las normas lingüísticas, pero no lo hace por falta de cultura, o por interferencia con un sustrato dialectal, o por trastornos del neurodesarrollo –como la dislexia o la disortografía–, o por un lapsus, o por un juego libre de la mente, pero de modo que abren inesperadamente y con fuerza los portales del descubrimiento?”.
Taller del error
La aventura elegida por Franco Nasi es una extraña propuesta de traducción vinculada a un grupo de adolescentes con problemas cognitivos de distintas gravedades y que desde hace algunos años trabajan con el artista visual Luca Santiago Mora en un laboratorio llamado “Taller del error”. Los jóvenes hicieron diversos dibujos a partir de imágenes enciclopédicas de animales e insectos que, desde su interpretación, se convirtieron en una especie de ángeles/demonios protectores. Más tarde, los miembros del taller designaron nombres a sus creaciones y, en algunos casos, también narraron –escribiéndola alrededor del dibujo– la historia de su ángel/demonio protector.
La única restricción en todo esto es que está prohibido corregir el error. La riqueza del proyecto ha llevado a Marco Belpoliti a recoger en un catálogo ilustrado numerosas opiniones de críticos, psicólogos, filósofos y poetas que reflexionan sobre esta experiencia; mientras que, en el año 2015, durante la Expo de Milán, la colección de arte Maramotti (que alberga el taller) organizó la exposición Los hombres como alimento.
Pero aquí la cuestión es esta: ¿cómo traducir al inglés los títulos de estos dibujos y sus correspondientes leyendas? Los más recientes estudios sobre la traducción han desarrollado varias estrategias que pueden ayudar al traductor a pasar de su lengua materna a la lengua adquirida. Sin embargo, ¿qué ocurre si las frases a traducir son: “Por la noche, el vengador devora compañeros de clase a los que me acerco y ellos se alejan y me dicen que apesto”, o bien: “El verdugo de la perrera que devora a los demoníacos y a los policías y a los arrepentidos”, o: “El tiburónrasgado, sensual, que se lame las heridas”?
Evidentemente, estamos tratando con una lengua expresiva, altamente creativa, que nos invita a detenernos en lo elemental, manteniendo la tensión entre lo que está consolidado por la norma morfológica o sintáctica y lo que fluye imprevisible como la vida. Hay que entrar en ese juego, concluye Nasi, y al hacerlo se comprenderá que el proceso de traducción no equivale a una secuencia de acciones mecánicas, sino que consiste más bien en captar el problema en su totalidad, observando la construcción desde lo alto; de este modo, salimos de los límites que a menudo nos imponemos. La traducción de textos no estandarizados anima al pensamiento “a intentar caminos alternos, divergentes, a pensar de manera alternativa, outside the box, como se decía hace algunos decenios, y, sobre todo, a comprender la complejidad del texto”.
La energía del error
Caminos laterales, pensamiento alternativo. Ahora el panorama se expande repentinamente, y la función del error adquiere una relevancia inesperada gracias a una iluminadora cita de Tolstói. Es conocida la indignación con la que el novelista respondía a quien le preguntaba cuál era el plan de la obra que estaba escribiendo. La razón era que no había un plan inicial. Escribe Tolstói en una célebre carta: “Todo parece estar listo para escribir, para cumplir mi deber terrenal, pero sólo falta el impulso de la fe en sí misma, en la importancia de su efecto. Falta la energía del error”. Precisamente retomando esta fórmula en el estudio Lev Tolstói, el crítico Víktor Shklovski identifica en el autor de Guerra y paz una escritura capaz de brotar de la misma sed de búsqueda que impulsó a Colón a errar en mar abierto, descubriendo “por error” el Nuevo Mundo.
Volviendo al ámbito lingüístico, me viene a la mente un brillante ensayo de Andrea De Benedetti publicado en 2015 por Einaudi, La situazione è grammatica. Perché facciamo errori. Perché è normale farli. Desde el principio Benedetti explica que la posibilidad de equivocarse no sólo resulta la principal garantía de nuestra libertad, sino también, y sobre todo, el principal indicador de la vitalidad de una lengua: “¿Acaso existe, ya sea en nuestra lengua o en cualquier otra, algo más íntimamente gramatical que el error? No, de ninguna manera. El error es la quintaesencia de la gramática, porque no es una simple violación de una norma, sino una violación basada en una hipótesis alternativa del funcionamiento de la lengua, una infracción de la regla que supone otra idea de la norma, es decir, otra gramática”.
Sin embargo, las sugerencias que revela Shklovski a través de Tolstói van mucho más allá de la esfera estrictamente traductora y verbal. La idea de una fuerza que empuja a cruzar las rutas establecidas dentro de lo previsto y de lo programado, sin miedo a extraviarse, se convirtió en el centro del Errore, un libro publicado hace un año y medio por Mulino y firmado por Giulio Giorello y Pino Donghi. El texto, de orientación epistemológica, pero de extrema claridad, se concentra en la lectura de Charles Darwin, Karl Popper, Konrad Lorenz y, sobre todo, Ernst Mach (autor de Conocimiento y error), pero no sin antes de haber consagrado el capítulo inicial a la película Matrix. En lo que respecta a nosotros, basta citar la conclusión del volumen: “El error tiene un gran futuro por delante para cada uno de nosotros, aprovechémoslo al máximo”.
Sin embargo, cita por cita conviene volver a la investigación de Nasi, deteniéndonos en la página en la que se evoca la Pastoral americana de Philip Roth. Sería difícil resumir mejor el sentido de lo que se ha dicho hasta ahora, revelando la naturaleza profundamente humana, perturbadora y a la vez productiva del error: “Queda el hecho de que, de todos modos, comprender bien a la gente no es vivir. Vivir es comprenderla mal, comprenderla incorrectamente, otra vez de forma errónea y, después de un atento examen, todavía peor. Así es como sabemos que estamos vivos: equivocándonos”.