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Literatura

Siete poemas

Roberto Bernal comparte sus versiones de Giorgio Caproni (1912-1990), una de las figuras centrales de la poesía italiana del siglo XX

Giorgio Caproni / Traducción de Roberto Bernal | lunes, 6 de diciembre de 2021

Foto de Cristina Gottardi en Unsplash

Aunque poco atendido en nuestra lengua, Giorgio Caproni (Livorno, 1912 – Roma, 1990) es una de las figuras centrales de la poesía italiana del siglo XX. Autor, entre otros, de los libros Il muro della terra (1975) e Il franco cacciatore (1982), a los diez años se trasladó con sus padres a Génova, donde estudió música y aprendió a tocar el violín. El interés por la música no lo abandonó nunca, hasta el punto de convertirse en una característica fundamental de su producción poética, de la que llegó a decir que era “como una canción endurecida”. Tradujo del francés a Louis-Ferdinand Céline, Charles Baudelaire y Paul Verlaine, al tiempo que mantuvo una relación cercana con los poetas Mario Luzi, Eugenio Montale, Pier Paolo Pasolini y, sobre todo, Camillo Sbarbaro, de quien heredó la correspondencia. Después de su muerte, el filósofo Giorgio Agamben organizó su poesía inédita, que fue reunida en el libro Res amissa.

 

A Rina

 

Sin ti un árbol

ya no sería más un árbol.

Nada sin ti

sería lo que es.

 

 

Recuerdo

 

Recuerdo una iglesia antigua,

perdida,

a la hora que el viento palidece

y las voces astillan

bajo el arco del cielo.

Estabas cansada,

y nos sentamos en un escalón

como dos mendigos.

En cambio, la sangre fluía

de maravilla, al ver

cada ave en el cielo

convertirse en estrella.

 

 

Concesión

 

Aventé muy lejos

toda obra en verso o en prosa.

Nadie nunca logró decir

lo que es, en su esencia, una rosa.

 

 

Logro

 

Caminé. Caminé.

Buscaba dónde poder detenerme.

Ahora estoy sobre el límite.

Donde termina la hierba

y comienza el mar.

 

 

Experiencia

 

Todos los lugares que he visto,

que he visitado,

ahora sé –estoy seguro–

no están, nunca han estado.

 

 

Revelación

 

Me decidí.

Miré atrás.

Observé,

uno por uno, en los ojos

de mis asesinos.

Tenían

–todos ellos– mi rostro.

 

 

Marzo

 

Después de la lluvia, la tierra

es un fruto recién cortado.

El aliento agrio de la hierba

humedece, pero la claridad del sol

sobre los prados de marzo sonríe

para una muchacha que abre la ventana.

 

Nota y traducción del italiano de Roberto Bernal

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