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Vuelve el horror sobrenatural

‘El legado del diablo’ traslada el terror de cabañas y bosques a casas modernistas; Guillermo Núñez Jáuregui revisa el filme de Ari Aster

Guillermo Núñez Jáuregui | jueves, 28 de junio de 2018

Fotograma de 'El legado del diablo' (2018), de Ari Aster

El primer largometraje dirigido y escrito por Ari Aster, El legado del diablo (Hereditary, 2018), está por cumplir su ciclo de exhibición en las salas comerciales de la Ciudad de México. Aún estamos a tiempo, entonces, no sólo de comentarla sino de confirmar el gusto de la casa productora A24 (que aquí funge como distribuidora) por un cine de horror incómodo con las limitantes comunes del género. A diferencia de otra casa productora que ha tenido éxito con el terror, Blumhouse, los filmes producidos o distribuidos por A24 parecen darle la espalda –hasta cierto punto– a los tópicos y clichés de los géneros populares (aunque algunos de sus éxitos comerciales y de crítica, como Ex Machina, encajan de lleno en sus convenciones, pero siempre con un pie en otro lado).

Si en varias de sus (monetariamente) exitosas cintas de horror Blumhouse ha decidido sumergirse en los pantanos de las franquicias y los universos cinemáticos, la estrategia de A24 es un poco más discreta, al optar por filmes con, digamos, aires de familia. Pensemos, por ejemplo, en En el bosque (Patricia Rozema, 2015) y Viene de noche (Trey Edward Shults, 2017), dos dramas de sobrevivencia que recuperan elementos que se han visto muchas veces en géneros populares (la ciencia ficción y el horror, respectivamente); o, más allá de sus temas, pensemos en la vuelta de tuerca que se le da a uno de los espacios más explotados por el cine de horror, la cabaña en el bosque. No se trata aquí de cabañas pequeñas o precarias (que típicamente evocan fábulas infantiles) sino de casas modernistas que parecen haber descendido en un claro en el bosque. Algo similar ocurre en El legado del diablo, donde la cabaña es sustituida por una casa laberíntica –con sus pasillos y esquinas oscuras– que recuerda la compartimentación de los cajones de boticario (un gesto formal que se enfatiza con las miniaturas que pueblan la casa).

Es sabido que uno de los legados del relato gótico para el horror contemporáneo es el fuerte contraste entre la vida que se desarrolla en el interior de una casa (o una mansión embrujada) y en sus exteriores: no debe sorprendernos que, a diferencia de los interiores en los que se desarrolla El legado del diablo, una cabaña-casa habitada por la familia Graham, el filme también muestre exteriores amplios y en gran medida desérticos (la cinta se filmó en Utah). Pero incluso en ese campo abierto opera una fuerza de dimensiones fatales (con el mismo peso del destino en los dramas griegos) que lentamente revela su rostro –como una marca en un poste, como una mujer inofensiva y consoladora, o como un destello de luz en un salón de clases…

Durante los dos primeros actos de la cinta se sugiere que el horror de El legado del diablo no es sobrenatural sino cotidiano, trágico. Tal vez sea esa la razón por la que se ha comparado a esta película con hitos del género como El exorcista o El bebé de Rosemary. Como en ellas, los elementos sobrenaturales (específicamente satánicos) se deslizan en la trama a través de detalles, y la trama avanza gracias a giros cotidianos (algunos chocantes, como el viacrucis de diagnósticos médicos al que se somete a una adolescente, en el caso de la película de Friedkin; otros satíricos, como el reto de lidiar con vecinos chismosos, en el caso de la cinta de Polanski).

Pero como su título en español recuerda, El legado del diablo es una cinta de horror en toda forma: aunque convive con el peso asfixiante de la trama trágica, el tercer acto pronto acelera hacia un terreno sobrenatural y un tanto espectacular (los cortes y abruptos movimientos de cámara contrastan entonces con los lentos encuadres y paneos del inicio, para no hablar de la inquietante banda sonora a cargo del saxofonista Colin Stetson o la proliferación de imágenes grotescas). Aster se permite entonces que el suspenso ceda hacia una experiencia desorientadora que, atravesando la imaginería gore o desagradable, curiosamente termina con un gesto satírico (subrayando los joviales pero inquietantes temas satánicos). Sorprende encontrarse con un cine de horror que regrese a las exploraciones sobrenaturales iniciadas por El exorcista sin dejarse seducir por la derivación.

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