16 de agosto de 2017

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Música

El hip hop o el nuevo pop  

Una charla con Jeff Chang, autor de ‘Generación hip-hop’, un libro sobre los alcances musicales y culturales del género musical

Miguel Ángel Morales | miércoles, 14 de noviembre de 2018

Imagen - Jeff Chang

Vivimos en la generación hip hop. Al menos esa es la sensación que se percibe desde hace más de una década. En 2008, meses antes de la elección presidencial estadounidense, Barack Obama dijo: “Me reuní con Jay-Z. Me reuní con Kanye. Y he hablado con otros artistas sobre cómo cerrar esa brecha potencialmente. Creo que hay potencial para que transmitan un mensaje de extraordinario poder que haga pensar a la gente”. Obama pensaba que el hip hop podía ser la herramienta idónea para involucrar a los jóvenes en temas como la educación y la delincuencia. Si alguien le hubiese preguntado en su tiempo a George Bush o a Ronald Reagan su opinión sobre algún músico, sería extraño que alguno diera el nombre de un rapero.

El ejemplo perfecto de la posición que juega hoy esta música en el imaginario social es la cubierta del icónico To Pimp a Butterfly (2015), de Kendrick Lamar, en donde dos docenas de personas (niños, hombres con el torso desnudo sosteniendo fajos de billetes, mujeres con botellas de alcohol y el mismo Lamar con un bebé en brazos) posan delante de la Casa Blanca. “Sólo buscaba tomar a un grupo de personas que no han visto y colocarlas en lugares que no necesariamente han visto o o que sólo lo habían hecho en TV y mostrarles algo distinto al vecindario”, dijo en su momento Lamar. La fotografía capta júbilo y orgullo en los rostros. ¿No es acaso un indicio de que aquella residencia, símbolo del poder, y la desigualdad para aquella comunidad durante siglos abrió (al menos en el plano de lo simbólico) sus puertas a la negritud?

A diferencia del blues y el jazz, sus ancestros del siglo pasado, el hip hop se ha desarrollado en un terreno en el que diversas disciplinas se reúnen no sólo por una cuestión musical. Si bien Afrika Bambaataa acuñó hace tiempo sus cuatro elementos principales –1) rapear, 2) scratchear, mezclar y hacer loops (DJing); 3) baile (b-boys/b-girls), y 4) artes visuales (grafiti-arte urbano)–, hoy en día el hip hop se ha expandido al grado de formar una cultura en sí misma. Desde el baloncesto callejero al skateboarding, el parkour o el beatbox (hacer bases rítmicas con la boca), su influencia se ha esparcido a toda la sociedad.

El Bronx fue el origen de todo. Las viviendas subsidiadas y con renta congelada de aquel distrito neoyorquino crearon un entorno en el que diversas familias de clase trabajadora (en su mayoría afroamericanos, aunque también de puertorriqueños e inmigrantes del Caribe) coincidieron en la precariedad, la violencia y el desencuentro con la renovación urbana en la Nueva York de los 70. De ello habla Jeff Chang (Honolulu, 1950) en un par de libros que bordean los tópicos de la negritud, el arte como ideología, la colonización y los movimientos por los derechos civiles: Total Chaos: The Art and Aesthetics of Hip-Hop (2006) y Who We Be: A Cultural History of Race in Post-Civil Rights America (2016). Sin embargo, Can’t Stop Won’t Stop (2005), su primer libro, es el que ha generado más preguntas sobre este movimiento, el más popular entre los jóvenes en la actualidad. Explora cómo temas sensibles en la historia norteamericana (y en el mundo) se han vuelto cada vez más necesarios de discutir y repensar: la raza, la conciencia de clase, los privilegios y el capital generador de desigualdades.

Chang expone el camino al que llevaron las políticas neoliberales, la especulación, el racismo y el clasismo institucionales que dieron como respuesta expresiones creativas de la clase desposeída para manifestar su insatisfacción con el estado de cosas: bombardeos de aerosol en paredes y cualquier tipo de superficie, la formación y la proliferación de pandillas, quienes organizaban fiestas y bailes en la calle para inventarse un mundo lejos de la opresión. El hip hop, dice Chang, se instauró como sinónimo de lucha, una forma de contar historias y divertirse para liberarse un poco de las condiciones sociales deprimentes.

En 2014 la editorial argentina Caja Negra realizó la primera traducción al español del libro de Chang, bajo el nombre de Generación Hip-Hop. Significó una oportunidad para volver a reflexionar sobre el movimiento y su popularidad entre adultos, jóvenes y niños, ahora en desde la segunda mitad del siglo XXI, en donde el rap es el nuevo pop. (Es incluso una invitación para voltear a ver de forma crítica la producción de hip hop en América Latina). Más que asentir ingenuamente acerca del trono del hip hop, Chang desmenuza una compleja noción que hace tiempo ha mutado y se ha puesto en duda, la de generación. Chang cuestiona esa pretendida lógica de dominio simbólico por parte del rap: “El acto de determinar a un grupo de personas imponiendo una fecha de inicio y un final a su alrededor es una forma de imponer una narrativa. Son ficciones interesantes y necesarias porque permiten que los reclamos se refuercen en ideas. Pero las generaciones son ficciones. Sin embargo, a menudo se crean simplemente para satisfacer las necesidades de demógrafos, periodistas, futuristas y comercializadores”.

Con tres libros más publicados, Chang visitó hace unos días la Ciudad de México para presentar Generación hip hop en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Pretexto perfecto para iniciar la siguiente conversación.

 

Can’t Stop Won’t Stop es un libro icónico para todo aquel interesado en el hip hop no sólo desde la cuestión musical, sino también desde un punto de vista social y económico de una comunidad, la afroamericana. Ha sido traducido a muchos idiomas, pero fue hasta 2014 que Caja Negra hizo lo suyo al español. Sin embargo, esta es la primera vez que hablas en América Latina de Generación Hip Hop, como se tituló al libro en español. A este respecto, y como otra forma de abrir la discusión, me interesa saber si has pensado en añadir algunos cambios o iteraciones al documento.

El libro va de 1968 a 2001. Es claro que faltó mucho por cubrir, en el nuevo milenio han pasado demasiadas cosas. Creo que si tuviera la oportunidad añadiría una parte sobre la globalización del hip hop y su despliegue por todo el mundo, especialmente en la temprana mitad de los dosmiles. También añadiría otras dos secciones: una sería “Mujeres en el hip hop”, una historia que buscaría las raíces de esta implicación desde otro ángulo. Y un tercer artículo sería “El hip hop a partir de los movimientos sociales”, específicamente sobre el movimiento Black Lives Matter y cómo el hip hop ha representado a una nueva generación de voces jóvenes. Lo chistoso es que en Estados Unidos hay un mercado para quienes ahora son adolescentes, así que sería interesante sacar una versión con esos capítulos en otro Can’t Stop Won’t Stop. Definitivamente saldrá algún día.

Justo acabas de hablar de la globalización en el hip hop. Antes, creo, existía una idea de localidad, de defender un territorio, de pelear incluso por él. Pero con la llegada de la globalización y su forma de tomar elementos de muchas partes del mundo, esta noción del barrio adquiere otras dimensiones, la lucha se reconfigura. ¿Ves alguna transformación en la forma de transgredir y enfrentarse a lo amenazante? Me surge una duda: si ya no se defiende un pueblo, una colonia, ¿qué defenderán los autores venideros?

Creo que en algún sentido estás preguntando por la globalización y el advenimiento del hip hop como cultura popular. Esto es cierto en muchos sentidos. Hay un camino del hip hop que lo ha llevado a ser mainstream, ha ampliado sus posibilidades. En Corea, incluso, hay una versión del hip hop, el K-hip hop. Una apropiación estandarizada que no se siente que venga del alma negra, y sin embargo existe. A lo que me refiero es que hay un fenómeno de masas que está ocurriendo en el mundo del hip hop. La cultura lo ha distribuido en todo el planeta y diferentes tipos de personas de distintas sociedades están cada vez más adoptando lo que antes era propiamente música y estilos afroamericanos, y lo más sorprendente es que se están abriendo paso en la industria y son muy populares. Al mismo tiempo creo que la música hip hop es un movimiento demasiado amplio que abarca a gente joven haciendo spoken poetry, baile, grafiti, siendo DJs. De esta forma expresan lo que sienten y lo que pasa en sus barrios. Aún hay espacios de localidad en muchas partes. Considero que ese tipo de hip hop no es tan escuchado como aquellos espectáculos masivos, pero así es como se reproduce y como desarrolla una especie de voz, a través de las preocupaciones, las necesidades y los deseos de la comunidad joven que no tiene nada más que el hip hop para decir lo que siente.

«El auge de Trump y el auge de Kanye son un tanto diferentes. Creo que el involucramiento de Kanye con Trump tiene que ver con la celebridad y la reputación, que en la economía actual son el capital principal»

Últimamente en diarios y diversas publicaciones se hace mención del hip hop como una forma incluida dentro de la mercantilización, un producto cultural integrado a la cultura de masas. Esto es evidente en filmes taquilleros recientes como Venom (en donde Eminem hizo el tema principal), en las grandes ventas que tuvo Black Panther y en la apropiación cultural de la que se ha acusado a artistas como Justin Bieber. Me surge la duda en torno a la transgresión en el hip hop. Si bien hay discos como los de Kendrick, abundan las propuestas que se acumulan en este regodeo del entretenimiento. ¿Se ha diluido su poder disruptor? ¿De qué forma escapa el hip hop a esta práctica en la industria?

Es un baile interesante el que le ha tocado al hip hop, algunas veces desde la marginalidad, otras desde arriba. Lo cierto es que como artista, uno no aspira a morir de hambre, uno espera que su trabajo reditúe. Esto ha pasado relativamente hace poco tiempo en el hip hop. Después de mediados de los 90 se pensó que se podía hacer mucho dinero con el hip hop. Una determinada cantidad de raperos representaba un espectro de negritud que recibía una mejor capitalización; artistas cercanos a lo gánster eran más aptos para generar ganancias. Por otro lado tienes a las mujeres raperas de finales de esos mismo años, que de cierta forma fueron borradas del hip hop mainstream. Eso está fuera de toda duda. Después de Lauryn Hill, Foxy Brown y Lil’ Kim hay una gran disminución de mujeres en el género. Eventualmente, por supuesto, llega Eminem, en el 2000. En ese punto se siente como si toda la industria diera un vuelco. Pese a todo hay una cosa que pienso del hip hop: siempre puede sorprendernos. En poco tiempo alguien puede pasar de lo underground a lo mainstream. Hace tan solo seis años Kendrick Lamar estaba haciendo mixtapes y no ganaba gran cosa de dinero como K-Dot. Ahora es una superestrella. A Bob Dylan le tomó cuatro décadas ganar todo el reconocimiento masivo que tiene. Creo que el asunto con el hip hop es que nos toma por sorpresa. Es la juventud negra la que ha innovado históricamente, pero también  hay artistas que no pertenecen a la comunidad afroamericana, por ejemplo Lil Pump y Post Malone. La pregunta podría ser: ¿el hip hop seguirá el camino del jazz? Cuando voy a festivales de jazz la mayoría de los artistas son blancos. Creo que el hip hop es todavía poderoso por su relación con la juventud y, también, por las tecnologías y la inmediatez. Y sí, se ha movido a un lugar donde hay mucha capitalización. Con la llegada de Internet todo cambió. En el hip hop tenemos este interesante baile de trabajar con o en contra del capitalismo. Creo que es algo que tiene que ver con la identidad y la representación, con llegar a las masas y llevar un mensaje. Si el capitalismo es una forma de lograrlo, los artistas lo tomarán como una oportunidad.

Hay una discusión presente sobre la raza en Estados Unidos, una deuda pendiente que no ha sido atendida a nivel de derechos humanos. Se ve en movimientos como el Black Lives Matter, que mencionaste anteriormente, y las movilizaciones en torno a la búsqueda de igualdad. A la par, creo, esta discusión se ha vuelto también una pugna sobre la identidad. Beyoncé en Coachella hizo un statement paradójico: uno no sabe si está abrazando causas sociales o reafirmando su liderazgo en lo que se llama capitalismo negro. ¿Qué opinión te merece el tema de la raza, el ego y la identidad?

Hablar hoy en día de identidad más que de raza me parece bastante positivo, como una superación del racismo. El concierto de Beyoncé en Coachella es bastante ilustrativo. Antes había cantado con la leyenda “Feminist” al fondo de un escenario y aludió a las Panteras Negras en el Super Tazón, lo cual nos sugiere que es más algo de estilo, una afectación. Al hablar del auge del hip hop de finales de los 80 y principios de los 90, Angela Davis mostró su preocupación de que este tipo de actitudes se volvieran un asunto de primer orden y dejasen de lado cuestiones políticas y sociales que estaban afectando a la comunidad afroamericana. Creo que hay una línea muy delgada bastante interesante ocurriendo ahí: por un lado, ella [Beyoncé] está desvelando mucha de esta historia oculta; si en la escuela no te enseñaron o no leíste acerca del partido de las Panteras Negras, entonces ella te lo muestra en la televisión y en el Super Tazón, de tal manera que todo mundo se interese. Eso es muy positivo. Por otro lado lado, ¿es posible que se desmantele la casa del maestro con las herramientas del mismo maestro, que un posicionamiento, hecho desde una determinada posición, inhabilite el poder de un grupo aludido? ¿Cuáles son los límites de una artista como Beyoncé en Coachella? No es una línea pura que pueda responderse fácilmente. Lo que es verdaderamente interesante del hip hop, al menos para mi generación, es que la gente tenía una línea muy clara y pura, en contra de las contradicciones. Es un asunto generacional, no necesariamente la mejor estrategia. Creo que ahí reside la lógica del hip hop, en lidiar con las contradicciones, por una parte, enfrentar estas cuestiones de justicia racial; por otra, enfrentar estas cuestiones de agresión sexual y violencia doméstica; hay diversos problemas de los que un joven puede hablar cuando le das un micrófono.

Han pasado diez años de la publicación del álbum 808s & Heartbreak, de Kanye West. Un disco paradigmático que estaba bastante adelantado. Había ahí una sensibilidad particular, expuesta y vulnerable. Fue una especie de predecesor de Frank Ocean o lo que hoy hace The Weekend. ¿Encuentras alguna conexión en esta forma de sensibilidad poco usual en el rap de los dosmil y el auge de una cultura de la celebridad que ha encumbrado lo mismo a Kim Kardashian que a Donald Trump?

El auge de Trump y el auge de Kanye son un tanto diferentes. Creo que el involucramiento de Kanye con Trump tiene que ver con la celebridad y la reputación, que en la economía actual son el capital principal. Kanye tiene una situación complicada ya que está lidiando con asuntos de salud mental y tiene un gran deseo de permanecer en los reflectores, a pesar de que debería estar recibiendo tratamiento. Esta conducta puede rastrearse a partir del momento en que su madre murió, en 2007. Su madre, parece ser, era un modelo a seguir en su vida. Ella era una activista muy fuerte. Después de su muerte ha sido muy duro para él lidiar con la celebridad, lo vemos en sus intervenciones ridículas, irracionales y dementes. Vemos este fenómeno en diversas estrellas pop, el mismo camino y el mismo regreso. Trump, por otra parte, es un tipo racista que creció con privilegios. Es una persona que nunca conoció el hambre o la pobreza, alguien que es poderoso porque mantiene un dominio sobre las personas y hace lo necesario para ejercer este dominio. Lo vemos en la forma en que construyó su imperio a partir de ser un terrateniente racista, explotando tanto afroamericanos como latinos. Ha vendido el discurso de alguien que se hizo sí mismo, sin la ayuda de su padre, que representaba la figura del sueño americano. Trump compitió para ser presidente de Estados Unidos porque era la única forma de mantener su celebridad. ¡Y ganó! Y aquí estamos ahora, con Trump y Kanye. Hay muchas similaridades entre ambos. No creo que Kanye sea racista o que apoye políticas o leyes racistas. Trump sí que lo hace. Utiliza todo su poder para excluir y oprimir gente; continuamente frustra la igualdad. Los dos son hombres hechos en la economía de la celebridad. Bueno, sería injusto decir eso de Kanye, porque tiene una obra impresionante, aunque también mucha basura. Solo está unido a Trump en este momento muy particular. Resulta curioso que cada vez que sale de su cueva es para hablar de Trump. Vive un momento de crisis, eso es evidente.

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