21/11/2024
Artes visuales
Reimaginar lo indígena en el museo Kode
Un recorrido por la exposición ‘Historias indígenas’, en el complejo cultural de Bergen, Noruega, con una sala dedicada al arte de México
México desembarcó en Noruega como parte de la muestra colectiva Historias indígenas, que se expone en el Museo Stenersen, parte del complejo cultural Kode, en el Parque Central de Bergen. La exposición, que permanecerá abierta hasta el 25 de agosto, se divide en ocho secciones dedicadas a distintas regiones. Una de ellas se concentra en formas de activismo indígena en el mundo.
Curada, entre otros, por Abraham Cruzvillegas, Historias indígenas aglutina creadores de diversas generaciones y tendencias. Además de mexicanos, incluye a artistas de Canadá, Australia, Brasil, Noruega, Perú y Nueva Zelandia. La muestra, me dice Torunn Myrva, jefa de proyecto de Kode, ha tenido gran éxito a partir de su apertura el pasado 26 de abril, luego de haber permanecido de octubre de 2023 a febrero de este año en el Museo de São Paulo Assis Chateaubriand (MASP).
Realizamos un recorrido por la exhibición el último jueves de mayo. En la entrada principal del Stenersen –el más joven de los museos de Kode– se encuentra Monopolítico, de Abraham González Pacheco, pieza mural monocromática que dialoga con las representaciones modernas de lo indígena y el mestizaje. Esta obra comisionada será destruida al final de la exposición. La visita puede realizarse en aproximadamente una hora, que permite recorrer todo el segundo piso del recinto, donde se despliega la selección, que abre con piezas de la cultura sami, pueblo indígena noruego. Algunas de estas obras, explica Myrva, han sido expuestas antes en la Tate Modern de Londres.
‘Historias indígenas’, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.
Antes de pasar por las secciones de América Latina recorremos las de Canadá, Nueva Zelandia y Australia. La mayoría de las obras –fotografía, dibujo, videoinstalación, pintura, textiles– pertenecen a artistas contemporáneos, muchos de ellos vivos, que establecen un paralelismo entre lo antiguo y lo nuevo. Hacen una lectura decididamente ácida para establecer fisuras y cuestionar el oficialismo, así como las posturas canónicas, el concepto de historia o el historicismo. Historias indígenas, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.
Brasil y Perú son un estallido de color y de denuncia del mercantilismo y la explotación. La sala dedicada a Perú presenta máscaras tradicionales y hace una declaración de principios, sobre todo en la disposición de las piezas: “Las obras están de cabeza, no son así originalmente, es una decisión de la curaduría”, comenta Torunn Myrva. La artista y curadora limeña Sandra Gamarra fue la responsable de este apartado.
Del Códice Borbónico a Frida Kahlo
Llegamos a México y llama la atención, entre muchas piezas, una de Frida Kahlo. “Es la primera vez que una pieza de Frida se expone en Bergen, alguna había estado en Oslo, pero en 1997”, comenta Maria Tripodianos, responsable de prensa y relaciones públicas de Kode. La obra de Kahlo es Allá cuelga mi vestido o Nueva York, de 1933, donde la artista representó un huipil tradicional y una falda del istmo de Tehuantepec.
En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Hermenegildo Bustos, María Izquierdo, Minerva Cuevas, Saturnino Herrán, Miguel Cabrera, Francisco Toledo y varios artistas jóvenes que trazan un camino donde se reapropian de eso que llamamos indígena.
En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Minerva Cuevas.
“Mi propuesta intenta producir diálogo y fricción entre obras de arte que abordan la identidad como concepto plural, inestable y del ‘yo’. El anonimato colectivo de los zapatistas puede ser visto como un emblema para la transformación de un necesario levantamiento armado de varios pueblos que comparten una urgencia común en una empresa cultural. […] Las siguientes obras de esta sección son diferentes ejemplos de tan precaria construcción (lo indígena), desde un amplio abanico de momentos y circunstancias, que no pretenden ser hilvanados de forma lineal ni cronológica […] Desde la época colonial, los indígenas han formado parte de un sistema de castas, considerados parias o sólo para servicios, se les ha negado el derecho a la educación, por no mencionar su ausencia en las estructuras económicas y de poder”, escribe Cruzvillegas en su texto de presentación del catálogo que acompaña Historias indígenas.
Este catálogo de 340 páginas, editado en noruego e inglés, incluye los escritos de cada curador y una muestra amplia de las obras exhibidas. Para el caso de México el libro abre con el retrato de la hermana del guanajuatense Hermenegildo Bustos, Dionisia de la Trinidad Bustos. En el área de color verde dedicada al país predomina la pintura, pero se incluyen también instalaciones, videos, fotografías y esculturas que amalgaman la rica y compleja visión estética de los artistas expuestos.
Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra La obsidiana y el mar aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo. De Tamayo se incluye un autorretrato. Sobresale también un enorme Chac Mool de Germán Venegas, que es también un Buda tallado en madera de ahuehuete. Una obra muy particular, además de la de Kahlo, es el Autorretrato 61 de Francisco Toledo, multiplicado e inestable en distintas Polaroid.
Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra ‘La obsidiana y el mar’ aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo.
Daniel Guzmán se atreve con un ritual documentado en video, donde fusiona danza y música en colaboración con Enrique Rangel, de Café Tacvba, y se cuestiona por qué él no está muerto y quién debería estar vivo, mientras viste un traje performativo basado en la representación de un tlaltecuhtli. “Caníbal es el indio. El proletario, el esclavizado, el revolucionario”: se trata de la arenga de Minerva Cuevas en Fiesta y hambruna, que alude a la explotación de los trabajadores del chocolate, usado como moneda durante la época precolombina y que fuera un preciado recurso en la Colonia.
Al recorrer esta sección el visitante puede llevarse también uno o dos carteles de papel a una tinta, apilados en torres, que, escritos en zapoteca y guaraní, preguntan: “¿Quién es analfabeta ahora?”. Otros artistas mexicanos que exponen en el segundo piso del Museo Stenersen son Mardonio Magaña, Alfredo Ramos Martínez, Andy Medina, Mariana Castillo Deball, Carlos Mérida, Yutsil y el Colectivo Cherani. La muestra reúne alrededor de 285 obras de más de 170 artistas en múltiples soportes, tipologías, orígenes y períodos, desde el anterior a la colonización europea hasta el presente.