Todo sonido es lo invisible bajo forma de perforador de coberturas.
Pascal Quignard
Sin previo aviso, la vibración del sonido es capaz de penetrar los cuerpos, de transitarlos por debajo de la piel expresando ecos y resonancias del inmenso rumor de una presencia. Al choque del encuentro con lo inesperado sigue la emoción de una experiencia fugitiva, aunque inmediata. Puede considerarse tan sólo el efecto de la experimentación del sonido, pero debería pensarse como la inmersión en la existencia de las cosas a través del sonido.
Tal es, por decirlo así, el punto de partida de Hyper-Rainforest (2011), instalación sonora en la que el músico experimental Francisco López entabla un diálogo entre selvas y bosques de Argentina, Australia, Brasil, China, Costa Rica, Cuba, Estados Unidos, Gambia, Japón, Birmania, Nueva Zelanda, Paragua, Perú, Senegal, Sudáfrica, Venezuela y México. Esta grabación analógica en 16 canales de audio, construida con materiales sin manipular ni procesar en estudio, nos adentra en un mundo naturalmente acusmático. El carácter espectral de esta situación de escucha, sin imágenes ni proyecciones, desencadena la extraña sensación de una presencia audible, más evidente que cualquier indicio visible.
Como un susurro, la acción musical directa, conducida por los oídos y no por los ojos, condiciona la manera en que el espectador preside este ambiente sonoro. Pues precisamente el oyente lleva la experiencia de la escucha a una praxis desconocida, por momentos exuberante, por momentos desconcertante, relacionada con una espiritualidad ancestral. Un continuum sonoro que rememora la primera audición, el preludio de la existencia fetal compuesto por las emanaciones del vientre materno: los latidos del corazón, el ritmo de la vida, el tono de la voz. Como bellamente expresa Quignard: “El oído es la percepción más arcaica en el discurso de la historia personal –está incluso antes que el olor, mucho antes que la visión– y se alía con la noche” (El odio a la música, 1996).
Escuchar, pensar
Hay que decir que Hyper-Rainforest es fascinante por la evidencia de lo que muestra. No podemos sino reconocer la belleza y la dicha de lo que escuchamos pero, sobre todo, la comunicación rapsódica de una variedad de presencias: la lluvia, las ramas, el viento, los insectos, las ranas, los pájaros. De este modo los sonidos se convierten en gestos, motivos cuyo desarrollo expresa un contacto muy profundo, lleno de vivacidad e intimidad. Este encuentro singular, tanto más abundante y bello cuanto más movedizo, responde a la complejidad y la profundidad de mundos acústicos que implican no sólo atmósferas sonoras sino campos de conocimiento, universos de imaginación y de exploración. Como explica el filósofo y músico español Ramón Andrés a propósito del fenómeno de la escucha: “Oír, escuchar, es presentir, y presentir conduce a pensar” (El mundo en el oído, 2008).
Hyper-Rainforest suspende los prejuicios propiciando la apertura a la disposición de escuchar. Procesos carentes de propósito, sonidos y nada más que sonidos nos conducen a la escucha atenta, a la disponibilidad de interpretar la existencia a través de la audición. Para Francisco López el acto fundamental de la composición es la escucha. Sonidos que sugieren sus propias proporciones y dimensiones que trazan un territorio carente de paisaje, abierto a la intuición y la imaginación. Los sonidos confluyen en una multiplicidad de puntos en el espacio de manera que la experiencia de cada oyente es singular, excluye toda medida común y produce, por una y otra parte, la escucha por cuenta propia.
La intimidad de esta inquietante vibración pone a funcionar la mente operando como un componente fluido y abierto que busca la interpretación y la no-obstrucción del sonido. Decía Pitágoras, con mucha razón, que los cuerpos celestes producían al moverse cierta sonoridad difícil de captar por nuestra capacidad auditiva. Algo similar, y no menos estimulante, es lo que han señalado compositores como Edgar Varèse, Pierre Schaeffer o John Cage, para quienes el sonido es una materia viva, un ente que genera pensamiento y sensibilidad propios. Cage escribe: “Ahora que estamos transformando nuestras mentes y tenemos la atención puesta en cosas invisibles, inaudibles, tenemos otras virtudes gelatinosas: flexibilidad y fluidez” (Del lunes en un año, 1967).
Una práctica inestable
Arte sonoro, música experimental o ruidismo, lo cierto es que los sonidos redefinen los campos estéticos de la escucha en un territorio nómada que no encaja en categorías fijas. A la vez biólogo, pedagogo y músico, Francisco López (Madrid, 1964) plasma una pasión multidisciplinaria llevando a cabo una práctica radical. Sus investigaciones en ambientes ecológicos han tenido un profundo impacto en su relación con la realidad y en la manera en que concibe el sonido.
A principios de los ochenta comenzó a hacer experimentos sonoros con técnicas analógicas como micrófonos, grabadoras y casetes. Proyectos como El internado (1982-1986) o La selva (1998) son producto de grabaciones de campo pero no responden a una lógica documental o representacional de paisajes sonoros, sino que se trata más bien de situaciones inmersivas en el sonido en sí. Células rítmicas derivadas del bosque y la selva evidencian una curiosa preocupación por el uso de la tecnología.
Un micrófono o una grabadora son para el autor herramientas ontológicas de penetración en la realidad, que permiten conectar con la naturaleza de una forma más profunda e íntima; son reveladores de aspectos y detalles de la realidad. El elemento fundamental de estos medios tecnológicos es por tanto la interpretación, no la representación. No se trata de una descripción sino del misterio absoluto del devenir sonoro de la vida natural: sonidos que pasan a través de diferentes situaciones, circunstancias y temporalidades; materiales que conectan con cualquier ser humano sin necesidad de explicación. Así, la escucha en la instalación no es la sensación de estar en la selva o en el bosque sino en un mundo hiperrealista. Un mundo más musical que documental.
Tecnología: uso y crítica
Interesado en la situación tecnocultural, López aboga por el uso de herramientas accesibles como computadoras, software gratuito y grabadoras. Esto supone una crítica a los usos de las innovaciones tecnológicas, una importante contribución a la equiparación de los medios y una valoración de las prácticas sonoras en el arte contemporáneo. A pesar del uso de tecnología, su trabajo se sitúa al nivel de lo fundamentalmente humano. Su obra responde a una estética que no sólo abarca lo inmediato, lo irracional, lo intuitivo o lo innato, sino que está basada en la accesibilidad, la incorporación y la sociabilidad de tecnologías.
Francisco López es una de las grandes figuras de la música experimental y electroacústica en España. La importancia de su extenso catálogo ha dejado huella en los programas de museos de arte contemporáneo como los de Barcelona, Buenos Aires o París, así como en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía o el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. Hyper-Rainforest se presenta en el Ex Teresa Arte Actual de la Ciudad de México hasta el 22 de agosto.
En una época de megarrepresentación, de abundantes medios de telecomunicación en los que proliferan imágenes y sonidos, Hyper-Rainforest saca de la esclavitud al oído humano; de la normalización de ruidos cotidianos que pueblan la vida diaria: el tráfico, la acústica del entorno, el habla de nuestros semejantes. El diario habitar el mundo nos distancia de su musicalidad. Este viraje de ecosistemas y constructos sonoros integra la escucha en un mundo de ruidos y silencios. Restituye la individualidad e intimidad de la escucha. Vivir de lejos la exuberancia y el éxtasis. Vivir su realidad azarosa aproximativa.