16 de agosto de 2017

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03/12/2024

Música

De Babilonia a Manhattan: Imperial Triumphant

En el extraño encuentro entre el free jazz y el black metal ocurre la música del trío neoyorquino, poblada además de gestos políticos

Juan Francisco Herrerías | jueves, 4 de julio de 2024

El trío estadounidense Imperial Triumphant

El trío neoyorquino Imperial Triumphant representa uno de esos casos en los que la misión del arte no es darnos un refugio ni descanso ni una alternativa, sino ofrecer a nuestra contemplación un fragmento pulido y exacto del horror. La lección es ardua, pero a veces del veneno viene la cura. Podemos confiar en su medicina: es un signo de salud, una sana paradoja, que una banda que retrata la sociedad de consumo haga música que es casi inconsumible, casi insoportable.

Proyecto conceptual, la música, las letras y los visuales conforman un objeto artístico completo que gira en torno a la ciudad decadente y plutocrática, lugar de lujo, placer y crimen, puntuada por rascacielos déco y pilas de basura reclamadas por las ratas, donde las personas más ricas y más pobres del mundo viven a menudo en la misma cuadra. Para poder acercarse a esa realidad, para transmitirla con fidelidad, el sonido de Imperial Triumphant es calculadamente caótico, opresivo, asfixiante, un alarido freejazzero que aprovecha ciertos elementos del metal para amplificarse.

El estilo de Zachary Ezrin, guitarrista, vocalista y miembro fundador, es único, inolvidable tras algunas sesiones de escucha: utiliza acordes de jazz para los riffs en vez de las tradicionales quintas, pero les añade una voluntad de disonancia y entropía que los vuelve decididamente brutales. Ya desde los primeros discos se podía encontrar ese carácter en algunos momentos, llegando a pasajes muy definidos como “From Palaces of the Hive”. Para ese entonces la banda contaba con el baterista Kenny Grohowski, quien además de tener una discografía profusa en distintos géneros es también un colaborador cercano de John Zorn y, por cierto, se le puede ver tocar por unos segundos en la reciente cinta de Mathieu Amalric proyectada en el FICUNAM 14, Zorn III, ante una Barbara Hannigan que admira con pasmo.

Fue hasta Vile Luxury (2018) que la formación de la banda quedó tal como está, con la llegada de Steve Blanco al bajo eléctrico, también director de varios de sus videoclips. Entre él y Grohowski suman tres o cuatro décadas de participar activamente en la escena del jazz de Nueva York, y significaron la consolidación de la base rítmica de la banda, ese caos sincopado que parece que Ezrin buscaba desde años atrás. En efecto, los primeros discos de Imperial Triumphant pueden entenderse como la lucha por despegarse de las convenciones de su género, a la par que iban encontrando la identidad temática que después los caracterizaría. Fue como si la claridad conceptual y el sonido se buscaran y afianzaran mutuamente.

En Alphaville (2020) la banda entregó un disco que se antoja perfecto. Es un viaje de cincuenta minutos donde quien escucha no halla paz, nunca, ningún lugar de reposo, ninguna tregua. A lo largo del álbum se toca un nervio muy sensible de la sociedad norteamericana, de la civilización occidental, y se lo deja al descubierto para ser disfrutado, como una herida que nos hurgamos por placer. Como ya lo demostró Hunter S. Thompson, el corazón de la oscuridad no se halla solamente en Camboya o en el Congo, sino también en un casino de madrugada en Las Vegas o, en este caso, en el Medio Manhattan.

El siguiente álbum, Spirit of Ecstasy (2022), aunque hacia la segunda mitad se pueda sentir un poco distendido, tiene momentos alucinantes, despiadados (“Metrovertigo” es un punto muy alto), además de que las letras ganaron en precisión conceptual y son exquisitamente amargas. Pero quizás es demasiado atravesar un disco entero de Imperial Triumphant en el primer intento: con sustancias tan intensas, mejor dosificar. Un buen lugar para empezar sería el videoclip de “Excelsior”, una suerte de homenaje a Taxi Driver, que muestra bastante bien el proyecto estético de la banda. El riff principal, como curiosidad, está inspirado en “Fleurette Africaine” de Duke Ellington.

La banda ha declarado que su única meta es acercarse a la realidad de Nueva York, sin juzgar si es buena o mala, pero su intensa representación de la ciudad alcanza una dimensión política innegable. Ya decía Simone Weil que no es necesario inclinar la balanza, una contemplación atenta nos da todas las claves. En la última canción de Alphaville, cuando se presiente el final de nuestra agonía, se repite varias veces –como un chiste de mal gusto en una sala de tortura– la mentira de la modernidad capitalista, una y otra vez:Todo es por el bien común”.

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