Ahora que las audiencias han vuelto al cine y se preparan mentalmente para volver a “discutir” en público sobre películas de superhéroes (con el alivio momentáneo de una nueva película de Cronenberg), ¿cómo se vería prestarle atención a algo que pasan en la televisión? Por un lado, me parece, sería como extender la medicina embrutecedora a la que nos sometimos durante el confinamiento de 2020, pero creo que ya se percibe algo de lucidez en el ambiente: se puede volver a discutir la televisión en clave cultural y no solamente como terapia de escape.
Me detengo para apuntar que este tipo de reflexiones son las que han poblado algunas de las producciones recientes de Olivier Assayas. En Doble vida (2018) la trama avanza a través de discusiones en torno al trabajo editorial francés bajo la industria digital global: es decir, sobre una crisis y cómo afecta a una comunidad. Las ventas contradicen las predicciones, los algoritmos ponen en jaque el trabajo de los críticos, los escritores se debaten entre generar contenido o ser artistas, el audiolibro parece vivir buena salud, etcétera. Hay un eco de esa película (y su trama de infidelidades y trabajos en peligro) en la miniserie Irma Vep (2022), de ocho episodios transmitidos por HBO (el último el 25 de julio).
Como en su película homónima de 1996 (la miniserie funciona como una secuela), Assayas vuelve a dar un vistazo a la industria del cine, pero con una visión panorámica que recuerda el diagnóstico del momento cultural de Doble vida. Del mismo modo, si Doble vida tuvo su espejo oscuro –en clave de género– en Basada en hechos reales (2017; dirigida por Roman Polanski, escrita por Assayas), Irma Vep –la miniserie– los tiene con el drama semierótico Viaje a Sils Maria (2014) y el thriller sobrenatural Fantasmas del pasado (2016). Sobre esta última película, el crítico A.S. Hamrah apuntó que en ella los europeos parecen “miembros de la clase creativa internacional, personas sofisticadas con el suficiente tiempo en sus manos para tener amoríos, pero no tanto para hacer sus propias compras o perseguir sus propios fantasmas”. Lo mismo podría decirse de la miniserie Irma Vep, aunque tiene un tono ligero, a veces cómico. En ocasiones, incluso, se permite el comentario cáustico sobre el momento que vive el cine de frente a la televisión a la carta (ayuda que la protagonista, norteamericana interpretada por Alicia Vikander, sea una especie de testigo con cierta distancia). Lo mismo se hizo en la película de 1996: si entonces se lanzaban dardos al cine de acción y las fantasías adolescentes encarnadas en las películas de superhéroes (inspirados por la Gatúbela de Tim Burton, el departamento de vestuario visita una sex-shop para crear el traje de Irma Vep), ahora se hace lo mismo con las grandes producciones hollywoodenses, la instrumentalización del feminismo en el cine espectacular y, sobre todo, con las series.
Esta miniserie acierta al insertar escenas que, se supone, pertenecen a la serie que, dentro de la ficción, se está filmando: una actualización del serial mudo Los Vampiros (1915-1916) de Louis Feuillade. Y lo que vemos de inmediato es reconocido por haberse tratado con esa lengua muerta de la televisión contemporánea, que aparece en incontables programas policiacos o de crimen (como ocurre también en Doble vida, cuando vemos algunos fragmentos de la serie en la que trabaja Selena, el personaje de Juliette Binoche). Se desenmascara así la homogeneidad de las series de crimen de época como El alienista (2018-2020) o Freud (2020), o aquellas que intentan trasplantar ese producto serial a nuestros tiempos, como Lupin (2021) o la enésima encarnación de Sherlock Holmes: no hace falta siquiera ver estas series para sentir que uno las ha visto ya.
Lo importante aquí es que, cuando en Irma Vep esas escenas se contrastan con las originales de Feuillade, algo ocurre. Lo mudo, en blanco y negro, vuelve a arrojar su hechizo y las imágenes parecen venir no sólo de otra época, sino de otro plano existencial. Como los inquietantes mensajes que recibe Maureen (Kristen Stewart) en Fantasmas del pasado, en Irma Vep varias de las escenas de Los Vampiros aparecen en la trama, afantasmadas, a través de teléfonos inteligentes. Invariablemente las pantallas de los celulares, aunque ubicuas, resultan ser insuficientes para lo que allí se muestra: es como si una noche, de pronto, escucháramos una voz en un teléfono que sabemos que está descompuesto, desconectado o sin batería.
El relato de crimen mantiene vivo el legado del relato gótico. Las imágenes que se han desprendido de estos géneros (los castillos siniestros, las ciudades húmedas, las sombras, los personajes que inspiran desconfianza…) han ejercido una fuerza poderosa sobre el cine. Han sido utilizados de relleno para el peor tipo de entretenimiento (barato, pasatista, palomero, industrial), pero también le han dado forma a sueños, recuerdos y educaciones sentimentales de múltiples generaciones. Ahora en MUBI, además de la Irma Vep de 1996, puede verse La bella cautiva (1983) de Alain Robbe-Grillet, otra película realizada bajo el hechizo de Los Vampiros de Feuillade, y que recuerda la fascinante experiencia de ver una película del Santo: a través de elementos fácilmente reconocibles de la cultura popular uno se da cuenta que está en presencia de algo más (la voz de una época).
Con Irma Vep Assayas logra un comentario que no alcanzó a formular en Doble vida (que concluye alegremente, como cualquier otra comedia de enredos burgueses): las condiciones materiales y los tirones ideológicos, de un momento a otro, pueden poner a una práctica artística de cabeza, pero en la medida en que sigan existiendo artistas permanecerá el deseo satánico de crear, a pesar de todo, en contra de todo, imágenes bellas y duraderas.