08/01/2025
Literatura
Para volver a ‘Gobernadores del rocío’
La novela de Jacques Roumain, obra central de la literatura haitiana, amerita que la reconozcamos entre las cimas de la narrativa moderna
Gobernadores del rocío, del haitiano Jacques Roumain (1907-1944), es sin duda una de las grandes novelas de la literatura mundial. En ella se aborda tanto la miseria y la injusticia social como expresiones diversas de la cultura popular –el vudú, el créole, las tonadas de faena y el trabajo comunitario del cumbite. El primer párrafo basta para dar una muestra de su carácter excepcional:
Nos moriremos todos… –y hunde su mano en el polvo: la vieja Délira Délivrance dice: nos moriremos todos: los animales, las plantas, los cristianos, ay, Jesús-María, Virgen Santa; y el polvo se cuela entre sus dedos. El mismo polvo que el viento abate con aliento seco sobre el campo devastado de mijo, sobre la alta barrera de cactus roída de cardenillo, sobre los árboles, esos cujíes herrumbrosos.
Sin embargo, su importancia permanece inadvertida, salvo para unos pocos. Ya Juan Rulfo colocaba a Roumain a la altura de los mejores en América Latina, como Guimarães Rosa, Arguedas y Lispector. Asimismo, Nicolás Guillén prologó en Cuba una traducción de Gobernadores del rocío y le dedicó su “Elegía a Jacques Roumain bajo el cielo de Haití”. Langston Hughes, además de ser su amigo, tradujo su novela al inglés.
El escritor caribeño concluyó su manuscrito en México el 7 de julio de 1944, mientras ejercía como encargado de negocios para el gobierno de su país, al cual volvería para morir sorpresivamente un mes después, a los 37 años, y su obra se publicaría en Puerto Príncipe ese mismo año. En español podemos consignar dos notables traducciones: la de la argentina Fina Warschaver, publicada por Lautaro en 1951, y la de la antropóloga venezolana de origen haitiano Michaelle Ascencio, publicada por la Biblioteca Ayacucho en 2004, que es la que citamos arriba y que viene precedida por un acucioso estudio de la investigadora.
La importancia de Jacques Roumain permanece inadvertida, salvo para unos pocos. Ya Juan Rulfo lo colocaba a la altura de los mejores en América Latina, como Guimarães Rosa, Arguedas y Lispector.
Si bien ese país caribeño está marcado por sus profundas desigualdades sociales, por el acoso de los desastres naturales, violencias diversas y diásporas, es claro que posee una inmensa fortuna cultural y artística. Una rápida mirada nos hace pensar, por ejemplo, en el documental experimental de Maya Deren sobre el vudú, Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti (grabado entre 1947 y 1951); la película Cumbite(1964) del cubano Tomás Gutiérrez Alea, basada en la novela de Roumain; el inmenso trabajo fílmico de Sarah Maldoror; las bandas de jazz y el bufón de los ritos funerarios registrados en Death in Haiti (2016) por Félix Blume y, muy especialmente, el trabajo pionero de Georges Liautaud, cuyas extraordinarias esculturas de hierro recortado, inspiradas en imágenes y símbolos del vudú, acompañaban las viejas cruces de los cementerios. En México contamos además con el volumen Haití: Historias y sueños, sociedad, arte y cultura, editado por El Colegio de México, a partir de la exposición homónima realizada en 2017 con grabados, máscaras, esculturas y pinturas.
Para abonar al conocimiento tanto de Roumain como de la vibrante cultura haitiana nos ha parecido pertinente traducir al español el posfacio de Eurídice Figueiredo a la segunda traducción brasileña de Gobernadores del rocío (Carambaia, 2020), a cargo de Monica Stahel (la primera salió en 1954 en una colección dirigida por Jorge Amado), pues en el medio hispánico no abundan los estudios al respecto. Con el fin de situar la formidable obra de Roumain la especialista nos remite a la historia cultural, social y política de Haití, así como a sus distintos movimientos literarios, con las indispensables alusiones a intelectuales como Aimé Césaire, Frantz Fanon y Jean Price-Mars.
Traducción y nota introductoria de Iván García y Vania Rocha
El haitiano Jacques Roumain fue un intelectual comprometido con las causas sociales y políticas de su tiempo, estudioso de la etnografía, escritor y ensayista. Además de Gobernadores del rocío (1944) publicó otras dos novelas, La Montagne ensorcelée [La montaña embrujada, 1931] y Les Fantoches [Las marionetas, 1931], así como un ensayo importante, Les Griefs de l’homme noir [Quejas del hombre negro, 1939]. Fundó el Partido Comunista de Haití en 1934, estuvo preso en varias ocasiones, creó la Revue Indigène en 1927 y fue uno de los principales ideólogos del indigenismo haitiano. Para el lector brasileño esta novela dialoga con nuestro ciclo de la sequía, en especial con Vidas secas (1938) de Graciliano Ramos, al recrear el ambiente de devastación provocado por la sequía, la miseria y la desigualdad social.
Gobernadores del rocío, considerada la novela fundacional de la literatura haitiana, inaugura un linaje en el que se incorporan dos elementos de la cultura popular: la tematización del vudú y el uso del créole. Hablamos de una novela rural con un fuerte llamado de la tierra y contenido social y político, aspectos que figurarán en las obras de generaciones posteriores. El protagonista, Manuel, que regresa a su pueblo natal después de haber trabajado durante quince años en los cañaverales de Cuba, donde descubrió el sindicalismo/socialismo, se encarga de reconciliar a los grupos rivales. Asolada por la sequía, dividida por una discordia familiar y por la sangre derramada, la comunidad tiene el reto de unirse para llevar agua al pueblo. Mesiánico, utópico, el libro puede leerse como una Pasión cristiana, insinuada desde el nombre del protagonista. Immanuel, de donde derivan Emanuel y Manuel, significa en hebreo “Dios está con nosotros” y aparece en la Biblia, en Mateo 1:23, para confirmar las profecías de que Jesucristo era el Mesías. El sacrificio de Manuel es necesario para acabar con la sangre de la discordia y traer paz a la tierra, en pos de la esperanza y la renovación.
Como podemos inferir de este rápido análisis, marxismo y religión están estrechamente vinculados, no hay paradoja ni antagonismo. Manuel no cree en los dioses del vudú, pero acepta participar en una ceremonia por respeto a sus ancestros. Otro rasgo importante de la novela, proficuo en desdoblamientos, es la incorporación del créole con el fin de desterritorializar al francés e imprimir una marca nacional y popular. Roumain no cae en la trampa, tan común en escritores naturalistas de fines del siglo XIX y aún en algunos modernos de los años veinte, de usar dos lenguajes diferentes, uno para la voz narrativa, otro para los personajes. El narrador usa un francés ligeramente creolizado, tanto a nivel fonético como semántico, elemento que pervivirá en la literatura posterior; el créole se hace todavía más palpable en los cantos del rito vudú.
El narrador usa un francés ligeramente creolizado, tanto a nivel fonético como semántico, elemento que pervivirá en la literatura posterior; el ‘créole’ se hace todavía más palpable en los cantos del rito vudú.
Para entender el contexto de su producción, es necesario desviarnos brevemente por la historia de Haití, cuya liberación se dio en 1804, en una revuelta de los negros que expulsaron a los franceses y abolieron la esclavitud en el proceso de independencia. Sus primeros líderes negros –François Dominique Toussaint Louverture, Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe– fueron sustituidos por mulatos, liderados por Alexandre Pétion, en una guerra que derrocó al rey Christophe en 1820. Los mulatos, que detentaron el poder político y económico durante un siglo, fueron destituidos durante la ocupación norteamericana (1915-1934). Muchos de ellos, grandes productores rurales, excluidos entonces del comercio de importación-exportación, partieron hacia Europa, aprovechando el usufructo de las enormes ganancias provenientes del boom del café.
Los jóvenes que crearon la Revue Indigène eran hijos de esos comerciantes; educados en los mejores colegios europeos, esos mulatos descubrieron el valor y el encanto del primitivismo y el art nègre, cultivados asiduamente por los artistas de vanguardia y sobre los que ellos, naturalmente, nunca habían reparado en su país. Al volver con sus familias a Haití en los años veinte, debido a la caída tanto del volumen de ventas como de los precios del café, comenzaron a ver al país de una forma diferente. Como otros artistas latinoamericanos, tomaron consciencia de la riqueza de la cultura popular local gracias a la mediación de la mirada europea de las vanguardias, llevando “el entusiasmo compartido allá [en París] por el ‘art nègre’, por la negritud, cuyo espectáculo, tan cotidiano en su país, no los había emocionado hasta entonces. A partir de ahí comenzaron a ver su entorno con otros ojos”1. El indigenismo constituyó un giro radical por parte de artistas y escritores, al incorporar la cultura popular, hasta entonces socialmente marginada; por lo tanto, se percibe una homología entre indigenismo, nacionalismo y haitianidad, implícita en la definición que da Roger Gaillard: “En Haití se denomina ‘indigenismo’ a la tendencia de los artistas a inspirarse (tanto en los temas como en la forma de sus producciones) en las costumbres, los valores (de la música, la religión y la danza) que pertenecen a la vida, la cultura nacional”2.
Si bien el indigenismo, de acuerdo con Gaillard, ha existido a lo largo del siglo XIX, desde la independencia del país, tiene su auge como movimiento literario con un programa definido a partir del lanzamiento de la Revue Indigène (1927), que contó con seis números. La palabra indigène designa al elemento autóctono, pero cabe resaltar que no se refería al “indígena” o “indio” natural de América, ya que en los textos haitianos de la época se usaba como sinónimo de nacional y podía asociarse al nativismo, particularmente reactivado a partir de la ocupación estadounidense, episodio traumático en la historia de la nación.
La organización de la Revue Indigène corrió a cargo de jóvenes mulatos, entre los cuales destacaron Jacques Roumain, Carl Brouard, Philippe Thoby-Marcelin, Émile Roumer. Roumain, que dio el nombre a la revista, se convirtió en los años siguientes en el escritor más importante del grupo, con una vasta producción, sólo interrumpida por su prematura muerte, a los 37 años. No obstante, los fundamentos teóricos del movimiento ya se habían propagado gracias a Jean Price-Mars desde principios de los años veinte, a través de artículos y conferencias. Desde el punto de vista artístico y literario, el indigenismo de los años veinte es un movimiento en consonancia con las vanguardias francesas, así como con el modernismo brasileño en sus variantes paulista y nordestina; los ideales estéticos se corresponden con el deseo de romper con las tradiciones artísticas y valorar los elementos populares.
La organización de la ‘Revue Indigène’ corrió a cargo de jóvenes mulatos, entre los cuales destacaron Jacques Roumain, Carl Brouard, Philippe Thoby-Marcelin, Émile Roumer. Roumain, que dio el nombre a la revista, se convirtió en los años siguientes en el escritor más importante del grupo.
Al volver a Haití, Roumain se dedicó a los estudios etnográficos para conocer mejor su propio país y los problemas del hombre negro, lo que lo llevó a fundar el Centro de Etnología en 1941. Al abrir una acusación contra Occidente por esclavizar al hombre negro, Roumain adopta una postura de identificación con todos los pueblos negros, similar a la negritud de Aimé Césaire. Sin embargo, tanto Roumain como Césaire y Frantz Fanon, sus contemporáneos, evitan una solidaridad basada en la exclusión del otro; por el contrario, como marxistas su perspectiva es la de un socialismo internacionalista que incluye a todos los oprimidos. Roumain percibe que los antagonismos de raza (entre mulatos y negros) constituyen la expresión ideológica de una lucha de clases que se pretende escamotear.
La herencia africana arrasada pudo emerger gracias a un ambiente idóneo que propició la aparición de diversos movimientos coincidentes. El primero de ellos fue el Harlem Renaissance, que reunió a poetas, artistas y músicos en los años veinte en Harlem, el barrio negro de Nueva York. Algunos de ellos, como Langston Hughes y Claude McKay, vivieron en Europa e influyeron en los jóvenes africanos y antillanos que estudiaban en París. Como resultado de esa efervescencia cultural, se advierte el florecimiento de varias revistas dedicadas a la causa negra en París en ese período, entre las cuales destaca La Revue du Monde Noir (The Review of the Black World).
Los jóvenes estudiantes Aimé Césaire (de Martinica), Léon Gontran Damas (de Guyana Francesa) y Léopold Sédar Senghor (de Senegal), que fundaron la pequeña revista L’Étudiant Noir (1935) en París, serían responsables de la creación del movimiento de la negritud, con obras de gran envergadura, como Pigments [Pigmentos, 1937], de Damas; Cahier d’un retour au pays natal [Cuaderno de un retorno al país natal, 1939], de Césaire; y la célebre Anthologie de la nouvelle poésie nègre et malgache [Antología de la nueva poesía negra y malgache, 1948], que, organizada por Senghor y con prefacio de Jean-Paul Sartre (“Orphée noir”), dio gran visibilidad a los poetas negros. Asimismo fue decisiva la influencia del psiquiatra Frantz Fanon, cuya obra –que incluye Piel negra, máscaras blancas y Los condenados de la Tierra– ha sido revisitada en los últimos años por Edward Said y Homi Bhabha.
En 1938 aparece en Haití, en la estela del indigenismo, otro movimiento conocido como negrismo, alrededor de la revista Les Griots, creada por tres negros, entre los cuales destaca el médico François Duvalier. Lo que surge como movimiento de vanguardia, con la fuerza reivindicatoria de la herencia africana, tan resaltada por el título de la revista con la alusión a los griots, desembocaría en la llegada al poder de Duvalier, el Papa Doc (1957-1971), que tras su muerte sería sucedido por su hijo Jean-Claude Duvalier, el Baby Doc (1971-1986), una dictadura sangrienta que provocó la diáspora de autores haitianos. Si se habla del color de los participantes –los mulatos del indigenismo, creadores de la Revue Indigène, y los negros del negrismo, en torno a la revista Les Griots–, es porque la diferencia era pertinente, en tanto designaba diferentes clases sociales que detentaban o reivindicaban el poder político. El conflicto se remontaba al período postindependentista, pues los mulatos tomaron el poder en 1820, tras un breve período de dominio negro, y desde entonces hubo un enfrentamiento feroz entre ellos, racializando el antagonismo. François Duvalier marcó, así, el ascenso de los negros al poder y la persecución de las élites mulatas.
El Caribe entero participa de esta ebullición cultural en la que proliferan movimientos negristas. Podemos citar a Nicolás Guillén, de Cuba, con su obra Sóngoro cosongo (1931), o a Palés Matos, de Puerto Rico, que escribió Tuntún de pasa y grifería (1937). La situación de República Dominicana es ambigua, ya que tradicionalmente rivaliza con Haití, país con el que comparte la misma isla. Con todo, incluso allí, surgen en los años treinta algunos poetas, como Manuel del Cabral, que expresan su solidaridad con los negros, sobre todo haitianos.
Como ningún otro país del Caribe tuvo una historia tan espectacular como Haití –y algunos todavía eran colonias o mantenían una relación de dependencia con Estados Unidos–, este fungió como icono de la revolución. La epopeya de la lucha por la independencia fue tema de diversos escritores.
Como ningún otro país del Caribe tuvo una historia tan espectacular como Haití –y algunos todavía eran colonias o mantenían una relación de dependencia con Estados Unidos–, este fungió como icono de la revolución. La epopeya de la lucha por la independencia fue tema de diversos escritores. C.L.R. James traza la historia de la revolución en Los jacobinos negros (1938), mientras que Aimé Césaire se refiere a Haití en su Cuaderno de un retorno al país natal como el país en el que la negritud se levantó por vez primera. El viaje de Césaire a Haití en 1944, que lo marcó profundamente, se trasluce en obras publicadas en los sesenta: la pieza La tragedia del rey Christophe (1963) y el ensayo histórico Toussaint Louverture: la Revolución francesa y el problema colonial (1962). Édouard Glissant también retomó la historia del héroe de la independencia en Monsieur Toussaint (1961). El cubano Alejo Carpentier recreó la gran epopeya negra en El reino de este mundo (1949), en cuyo prefacio forjó el concepto de realismo maravilloso, inspirado precisamente en las fuerzas mágicas del vudú, que conoció durante su viaje a Haití en 1943.
El indigenismo de Jacques Roumain y de otros intelectuales como Jean Price-Mars (1876-1969) tuvo una importante función desalienante, de eliminación de lo que Price-Mars llamó bovarismo haitiano. Había una verdadera dificultad para construir un imaginario cuando se reprimía todo lo que formaba parte del cotidiano, de las expresiones emocionales, de las experiencias vividas. Al volver a Haití en 1916, luego de unos años en Francia, Price-Mars comenzó a desarrollar sus investigaciones etnográficas con objetivos pedagógicos. En 1928 publicó Ainsi parla l’Oncle [Así habló el tío], en el cual pretendía estudiar el folclore para promover una reapropiación de la cultura popular haitiana, tan despreciada por las élites. Inspirado en el título de Nietzsche, sustituyó al superhombre Zaratustra por un personaje folclórico de Haití, el Tío Bouqui, el viejo negro contador de historias. En ese libro, que devino clásico, estudia la historia del vudú, los cantos y cuentos, las leyendas y sortilegios así como sus orígenes en África. Los dos elementos culturales rechazados con mayor énfasis por las clases letradas eran el vudú, considerado una superstición a ser eliminada, y el créole, considerado un patois, un dialecto que los hablantes practican, pero del que se avergüenzan.
El objetivo de los indigenistas era, especialmente, conceder al vudú el carácter de religión, haciéndolo digno de ser aceptado como cualquier otra, y reconocer al créole como lengua nacional de Haití. Esa misión, si no se alcanzó a plenitud, terminó cambiando, al menos parcialmente, el discurso sobre esas dos creaciones sincréticas haitianas. Al cartografiar y revalorar los elementos populares haitianos, relegados por siglos de alienación bajo el dominio/encanto francés, Price-Mars intenta romper con el bovarismo de las élites. El término adquiere un sentido antropológico, en referencia a la caída de las élites, proveniente de su anomia sociocultural. Según él los haitianos se veían como franceses de color y rechazaban todo lo auténticamente haitiano, considerado inferior y sospechoso. De manera que el peor insulto que se le podía hacer a un haitiano era señalarle su color negro y su ascendencia africana.
El libro de Price-Mars se sitúa en el contexto en que surgieron otros libros afines: Fernando Ortiz, en Cuba, y Nina Rodrigues y Artur Ramos, en Brasil, también comenzaban a estudiar las culturas negras. En las décadas siguientes surgen las obras clásicas sobre la formación del pueblo brasileño: Casa-grande & senzala (1933), de Gilberto Freyre, Retrato de Brasil (1928), de Paulo Prado, y Raíces de Brasil (1936), de Sérgio Buarque de Holanda.
Pierre Buteau afirma que Haití, un siglo después de su independencia, aún no se constituía como nación debido al hiato entre los discursos políticos y jurídicos sobre el país y la cultura experimentada por la mayoría de la población. Considerando, como apuntan Alain Touraine y Ernest Gellner, que la nación sólo se construye a través de la doble articulación de lo político y lo cultural, es decir, que la nación como ficción se conforma a partir de una fuerte proyección de lo cultural en el espacio político, Buteau diagnostica una dicotomía que proviene de la herencia colonial. Al imponer una visión negativa de África para justificar la esclavitud, Occidente habría inculcado en los negros un imaginario que no se correspondía con sus prácticas de vida. El indigenismo vendría a llenar ese vacío y corregir la alienación de excluir “la cultura popular de los lugares formales del Estado y la totalidad de las instituciones de la sociedad civil”3.
Pierre Buteau afirma que Haití, un siglo después de su independencia, aún no se constituía como nación debido al hiato entre los discursos políticos y jurídicos sobre el país y la cultura experimentada por la mayoría de la población.
El balance del indigenismo por parte de los críticos actuales es riguroso. De acuerdo con algunos, en el movimiento indigenista no hay propiamente contenido político, pues en la revista no se halla la menor crítica a la ocupación norteamericana, ninguna denuncia contra la miseria y la explotación, ninguna defensa de los oprimidos, “su única reivindicación es el derecho de la intervención de la periferia en el lenguaje poético [ya que esta] pretende ser, antes que nada, una vanguardia literaria”4. Así, la crítica habría sobrevalorado la consciencia social y subestimado su trabajo formal. Sin embargo, para otros críticos el negrismo de François Duvalier y su gobierno dictatorial serían una continuación del indigenismo. A decir verdad, dado el alcance que tomó el movimiento de la negritud, el propio término indigenismo se fue desvaneciendo. De hecho la cuestión política es sumamente espinosa, pues nadie quería ver asociado su nombre al de Duvalier, que intentó apropiarse del éxito de la negritud para sus propios intereses. Aimé Césaire (1913-2008) veía en Price-Mars y Jacques Roumain a sus predecesores, pero procuró separarse del negrismo de Duvalier a lo largo de toda su vida.
Alejo Carpentier, en el prefacio a El reino de este mundo, confiesa que su teoría del realismo maravilloso surge de su contacto con Haití, en cuya historia se inspira la novela. “Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso”5. A partir de tal descubrimiento Carpentier extiende la aplicación del concepto –de forma quizá un poco abusiva– a toda América. La fuente de inspiración de lo real maravilloso es el vudú, el cual engendra un caudal de elementos mágicos que se integran al cotidiano de los haitianos. Inspirada en Haití, la teoría de lo real maravilloso hallaría eco entre los escritores haitianos de aquella generación. Jacques Stephen Alexis presentó el escrito “Prolegómenos a un manifiesto del realismo maravilloso de los haitianos” en el Primer Congreso de Escritores Negros. En ese contexto de producción y presentación el realismo maravilloso haitiano de Alexis tiene un fuerte contenido “negro”, en oposición al racionalismo occidental (blanco). “Este arte no recula ante lo deforme, lo desagradable, el contraste violento, la antítesis en tanto medio de emoción e investigación estética”6. Es así como el realismo maravilloso, íntimamente ligado al mundo mágico del vudú y a sus prácticas, aparecerá en sus obras.
Para René Depestre lo maravilloso, entendido como todo aquello que se aleja del orden natural de las cosas, está impregnado en la vida de los haitianos. Pocos pueblos habrían avanzado con tanta audacia por ese camino, en la medida en que el sentido de lo maravilloso sería uno de los componentes históricos de la consciencia y la sensibilidad del pueblo haitiano7. Estos autores conciliaron marxismo y vudú, creando lo que Régis Antoine llama “realismo al mismo tiempo socialista y maravilloso”8. Depestre afirmó en una entrevista que no veía contradicción entre marxismo y vudú pues, a pesar de ser materialista, creía que “toda la conciencia del pueblo haitiano se manifiesta a través de una mediación religiosa”, por lo que “no basta con decir que no es científico”9.
A excepción de Frankétienne y Yanick Lahens, la mayoría de los escritores haitianos se halla en el exterior, debido a las difíciles condiciones sociales, económicas y políticas del país, de manera que la literatura haitiana es, sobre todo, la de la diáspora, de Canadá, Francia y los Estados Unidos. Hay pocas traducciones en Brasil, muchas de ellas ya antiguas, que sólo se encuentran en librerías de viejo: de René Depestre, El palo ensebado (Le Mât de cocagne), Aleluya para una mujer-jardín (Alléluia pour une femme jardin) y Hadriana en todos mis sueños (Hadriana dans tous mes rêves); de Gérard Etienne, La mujer callada (La Femme muette); de Dany Laferrière, Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse (Comment faire l’amour avec un nègre sans se fatiguer) y País sin sombrero (Pays sans châpeau); de Edwidge Danticat, Adiós Haití (Brother I’m Dying); de Louis-Phillipe Dalembert, El lápiz del buen Dios no tiene goma (Le Crayon du bon Dieu n’a pas de gomme); de Yanick Lahens, Fallas (Failles), un testimonio punzante del terremoto que destruyó parte de la región metropolitana de la capital, Puerto Príncipe, en 2010, matando a cerca de 200 mil personas y dejando más de dos millones de desamparados. Antes de esta publicación, Gobernadores del rocío (Senhores do orvalho) sólo contaba con una edición en Brasil, de 1954, con el título de Donos do orvalho, en la colección Romances do Povo, que dirigía Jorge Amado.
Eurídice Figueiredo es profesora del posgrado en Estudios de Literatura de la Universidad Federal Fluminense e investigadora del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq, por sus siglas en portugués)
- Roger Gaillard, “L’indigénisme haïtien et ses avatars” en Conjoction. L’Indigénisme, no. 197, enero-marzo de 1993, p. 13. [↩]
- Ídem, p. 9. [↩]
- Pierre Buteau, “Une problématique de l’identité” en Conjoction. L’Indigénisme, no. 198, abril-junio de 1993, p. 13. [↩]
- C.C. Pierre, J. Satyre, L. Trouillot, “La Revue Indigène et la critique de l’indigénisme” en Conjoction. L’Indigénisme, op. cit., p. 63. [↩]
- Alejo Carpentier, El reino de este mundo, EDIAPSA, México, 1949, pp. 12-13. [↩]
- Jacques Stephen Alexis, “Du réalisme merveilleux des Haïtiens” en Présence Africaine, nos. 8-9-10, junio-noviembre de 1956, p. 263. [↩]
- René Depestre, Bonjour et adieu à la négritude, Robert Laffont, París, 1980. [↩]
- Régis Antoine, La littérature franco-antillaise, Karthala, París, 1992. [↩]
- Entrevista con René Depestre de Maximiliene Laroche y Eurídice Figueiredo, Dialogues et cultures, Québec, no. 25, 1983, pp. 112-129. [↩]