16 de agosto de 2017

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Música

John Cage, pasajero

Estos días el Museo Jumex presenta ‘Pasajeros: John Cage’, muestra que documenta los viajes que el compositor realizó a México durante la década de los sesenta. Gerónimo Sarmiento revisa aquí, entre otras cosas, la propuesta museográfica de la exposición

Gerónimo Sarmiento Cruz | miércoles, 18 de julio de 2018

Hacia finales de la década de los sesenta, después de arduos años de precariedad consolidando su estatus como compositor y artista, John Cage tornaba su interés hacia la tecnología. Influido por las ideas de, entre otros, Mao Zedong, Marshall McLuhan y Buckminster Fuller, Cage se unía al ánimo rebelde que definía la década y depositaba muchas de sus esperanzas en la capacidad que brindaba la electrónica de extender, a su entender, las ideaciones de nuestros cerebros al mundo que previamente yacía fuera de ellos. Haciendo énfasis en su recién adoptada vocación por cambiar el mundo –que comenzaba a privilegiar sobre su vocación como compositor musical– Cage comentaba al respecto: “Quisiera que nuestras actividades fueran más sociales, y más sociales de manera anárquica.”

El paso de los años y los avances tecnológicos no han defraudado ni cumplido por completo los pronósticos de Cage. La influencia que su pensamiento ejerce en innumerables ámbitos del arte contemporáneo, sin embargo, confirman su trascendencia (en parte gracias a esa tecnología electrónica que se ha vuelto esencial en nuestras vidas: Internet). Quedan ahí, dando fe de lo incumplido, sus ambiciones sociales y anárquicas, sus ideas más radicales y utópicas de los sesenta.   

Es en este período Cage visitó la Ciudad de México por primera vez para participar en el programa de la Olimpiada Cultural, que se desarrolló de forma paralela a las Olimpiadas deportivas de 1968. Estos sucesos son los que aborda Pasajeros, muestra del Museo Jumex dedicada a dar cuenta de los viajes que Cage realizó a México en 1968 y 1976. La exposición –que forma parte de la serie “Pasajeros”, que consiste en microexposiciones documentales y biográficas– capta las ambiciones sociales de Cage al centrarse en el puñado de colaboraciones y amistades que desarrolló con figuras mexicanas.

A pesar de que el primer lazo que Cage estableció con México ocurrió décadas antes, cuando solicitó una composición para percusiones de Carlos Chávez cuyo resultado fue la Toccata para instrumentos percusivos (1942), el núcleo temático de Pasajeros es la amistad que mantuvo con Octavio Paz y las labores que éste emprendió para traer a Cage a México junto con la compañía de danza de Merce Cunningham, colaborador y pareja del compositor. De hecho, se podría decir que la pieza central de la muestra es la correspondencia que Cage y Paz mantuvieron. En 1966 durante una estancia en Nueva York ambos planearon un reencuentro en México –acuerdo que Cage conmemora al titular una de sus compilaciones de textos A Year from Monday (1967).

Además de los múltiples intentos por traer al compositor a México, la correspondencia permite entrever algunos de los detalles de su relación: entre correcciones y sugerencias sobre sus respectivos trabajos (por ejemplo, la serie de mesósticos que Cage dedicó a Cunningham) y planes de publicación para el material compartido, también se aprecian notas más personales. En un pasaje, Paz le advierte a Cage tener cuidado durante su visita a México con los sacrificios humanos; en otro le expresa el placer con el cual recibe la noticia de que a Marcel Duchamp le agradó el texto que escribió sobre él, mismo que recibió gracias a que Cage se lo hizo llegar.

Asimismo, Cage le platica a Paz que se encuentra trabajando en una computadora en la Universidad de Illinois –información que hoy parece irrelevante, pero que en realidad refería al proceso de creación de HPSCHD (1969), un colosal proyecto que Cage realizó en conjunto con  Lejaren Hiller. HPSCHD involucró la programación de siete solos para clavecín y 52 cintas generadas por computadora activadas de forma aleatoria. La duración de la pieza en su estreno fue de alrededor de cinco horas, y fue acompañada por proyecciones de imágenes, muchas de ellas diapositivas obtenidas de la NASA.

Pasajeros cubre la visita de 1968 con otros documentos que registran entrevistas, programas de eventos y colaboraciones editoriales para publicar en las revistas Plural y Pauta, fundada por Mario Lavista, que sería instrumental para que se diera la segunda visita de Cage en 1976. A través de Lavista y el patrocinio de la UNAM, Cage regresó a México para dar una serie de pláticas. Acompañado de la pianista alemana Grete Sultan, Cage presentó Études Australes (1975), ciclo de 32 estudios para piano que compuso para la teutona, con la que mantenía una amistad, empleando tanto métodos de interpretación aleatoria guiados por el I Ching como partes independientes para cada mano. La idea detrás de la ausencia de una armonía impuesta gracias a la independencia de cada mano tenía un trasfondo político para Cage, quien propuso una analogía entre la estructura musical y la posibilidad de disenso social en la articulación de colectividades alternativas.

https://youtu.be/o7Gzy1hGDg0

Sin embargo, dado el extenso espectro de posibilidades que la obra de Cage ofrece a una propuesta museográfica, la exposición del Museo Jumex se percibe un tanto escueta. Otros nombres se agregan a la lista de contactos que Cage enlazó en México. Además de una serie de piezas inspiradas por su presencia a cargo del artista visual Arnaldo Cohen, el escritor Francisco Serrano y el mismo Lavista establecieron relación con el compositor. Con excepción de una sola foto, la relación de Cage con Conlon Nancarrow pasa desapercibida. Nacidos el mismo año en Estados Unidos, Cage y Nancarrow, que después adoptaría la nacionalidad mexicana, son compositores cuyos métodos –Cage con el piano preparado y la composición aleatoria, Nancarrow con la pianola y la interpretación mecánica– son dignos de más profundas comparaciones y análisis.

Aunque se trata brevemente, se resiente en la muestra que no se documente el fervor colectivo que marcaban los sesenta. Casi nada se presenta al respecto de la sintonía de ánimos radicales y utópicos que compartían Cage y los movimientos sociales mexicanos que irrumpieron las dinámicas políticas del país. Las ramificaciones que se exhiben del pensamiento de Cage son pocas y no logran presentar el potencial y propósito con el que fueron concebidas. Queda pendiente entonces un recuento museográfico que haga justicia a los vínculos entre el México de aquella década y la transgresión anárquica con la cual Cage buscaba cambiar el mundo con sus creaciones.

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