21/11/2024
Artes escénicas
Lucha por la inmortalidad
Esta semana se estrenará La desobediencia de Marte, pieza escénica de Juan Villoro dirigida por Antonio Castro, en el Centro Cultural Helénico. Los actores José María de Tavira y Joaquín Cosío son los encargados de darle vida a los científicos Johannes Kepler y Tycho Brahe, respectivamente.
La historia es la siguiente: Brahe, astrónomo que tenía las mejores tablas de medición, y Kepler, el mejor matemático de su época, se necesitaban pero desconfiaban uno del otro; de esa mezcla de rivalidad y dependencia surgió la teoría que permitió descifrar las órbitas de los planetas.
Platicamos con José María de Tavira sobre su trabajo al interpretar a Kepler, una figura clave de la revolución científica, colaborador de Kepler, a quien sustituyó como matemático en la corte de Rodolfo II.
En la obra El corazón de la materia. Teilhard, el jesuita, a inicios de este año, interpretaste al paleontólogo que le da título. Esta es la segunda vez que das vida a un científico en el teatro. ¿Se trata de una coincidencia o de una decisión deliberada?
Soy un apasionado de la ciencia. Me hace sentir muy orgulloso ser parte de los esfuerzos de traducir los conceptos científicos al lenguaje coloquial. Carl Sagan y Richard Dawkins, dos hombres muy importantes en la divulgación de la ciencia, me cambiaron la vida. Una de las grandes virtudes de mi profesión es que es muy variable, así es que esta vez estoy haciendo mis pinitos en la astronomía.
¿De qué forma te aproximaste al texto de Juan Villoro para encarnar a Kepler?
En el texto se toma el encuentro mítico entre Kepler y Tycho Brahe. Se trata de una disyuntiva entre las personalidades de los dos astrónomos: mientras que Tycho es hedonista y hombre de mundo, Johannes es un tipo puritano, luterano, misantrópico. El conflicto de Kepler me conmueve. Él quería convencer al mundo de que el sistema solar encajaba con la idea de los círculos perfectos, que proviene a su vez de la idea de Dios. Por primera vez un científico decide ir en contra de sus creencias y sucumbe ante lo evidente: los círculos perfectos no existen.
La pieza parece jugar con el antagonismo masculino, no sólo en términos científicos…
Aborda problemáticas que se identifican con la masculinidad. Por un lado, hay un conflicto entre las figuras padre e hijo. La historia ocurre cuando Brahe, que posee un registro astronómico de treinta años, está en los últimos meses de su vida. Sólo que él no le puede dar sentido a esa investigación. El único capaz de hacerlo es Kepler, pero eso significa darle paso a la inmortalidad, que es una preocupación muy masculina. La rivalidad no sólo nace por la competencia por una mujer o desemboca en la violencia. Aquí se trata de una rivalidad intelectual, de [quién] tiene la razón. ¿Quién fue el verdadero visionario? La obra también plantea cómo dos actores intentan darle vida a los científicos…
¿Qué reto supone darle vida a una figura histórica?
Es complejo abordar a una figura histórica, pero no lo veo así, finalmente estoy interpretando al Kepler de Villoro. El Kepler real es inaccesible, está demasiado lejos. Yo le tengo que dar sentido a la canción que se toca en ese texto y cantarla lo mejor que se pueda. Actuar es como jugar e intentar una y otra vez. A veces, al estar en escena sientes que en la función 26, por decir algo, te acercaste de verdad al personaje por diez minutos, aunque luego la gente te contradiga y exprese que estuviste genial en el momento en el que te sentiste menos compenetrado. Es raro.