16 de agosto de 2017

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02/10/2024

Literatura

Juan Villoro: contar lo que resiste

Una entrevista con el escritor mexicano sobre sus publicaciones más recientes, entre ellas el ensayo ‘No soy un robot’ (Anagrama)

Eduardo Suárez Fernández-Miranda | miércoles, 2 de octubre de 2024

Juan Villoro retratado por Sofía Grivas

Tiene ese raro poder no para asomarse al abismo sino para permanecer en el borde del abismo, durante mucho rato, balanceándose y por lo tanto haciéndonos balancear a nosotros sus lectores con movimientos que surgen de la duermevela o tal vez de una lucidez extrema”. Estas palabras de Roberto Bolaño definen la obra de un autor, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), que como novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo y cronista ha ido fraguando una obra trascendente.

Algunos de sus libros recientes son la novela La tierra de la gran promesa (Literatura Random House, 2022), el relato No fue penal. Una jugada en dos tiempos (Almadía, 2023) y las memorias sobre su padre La figura del mundo (Literatura Random House, 2023). Galardonado con el Premio Herralde de Novela, miembro de El Colegio Nacional de México, su última publicación es el ensayo No soy un robot. La lectura y la sociedad digital (Anagrama, 2024). Hemos compartido con Juan Villoro unas preguntas para hablar de su trayectoria y del territorio literario que México es para él.

Tiene una relación de más de veinte años con la editorial Anagrama, que se inició con la publicación en 2001 del libro de ensayos Efectos personales, reeditado este año junto a De eso se trata en un solo volumen. ¿Cómo conoció al editor barcelonés Jorge Herralde?

A mediados de los años ochenta tenía deseos de instalarme en Barcelona, la ciudad donde nació mi padre, y pensé en mantenerme haciendo traducciones. Sergio Pitol había pasado por una experiencia similar años atrás y me alentó a que siguiera ese camino. Me dio una carta para Herralde y en 1986 me presenté en su oficina. Yo había traducido un libro de Schnitzler y a él le pareció apropiado que me hiciera cargo de Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori, que se ubica en el Imperio Austrohúngaro. Fue el inicio de una amistad que quince años después llevó a la publicación de mi primer libro con su editorial. 

Juan Villoro

En el prefacio a Diez novelas de César Aira Juan Pablo Villalobos recuerda que “durante diez años continuamos cazando sus esquivas publicaciones por aquí y por allá, leyéndolo y estudiándolo”. En su caso, ha publicado en Almadía, Anagrama, Interzona o Literatura Random House. Esta dispersión, sin ser comparable a la de la obra de Aira, ¿es buscada o preferiría que todos sus libros estuvieran publicados en una misma editorial?

El caso de Aira es único. Su producción es avasallante. Tengo unos cuarenta libros suyos, pero eso sólo significa que lo conozco parcialmente. Circula de distintas formas en distintos países, en registros muy diversos, de modo que, en rigor, es varios escritores. El Aira que conozco seguramente no coincide con el que tú conoces. Ha cultivado con enorme astucia la posibilidad simultánea de ser esquivo y estar omnipresente. Yo carezco de una estrategia parecida; simplemente trato de combinar las ventajas y limitaciones de las editoriales que pagan bien pero se interesan poco en mis libros con las editoriales modestas que se interesan mucho en mis libros.

La editorial mexicana Almadía –con sede, también, en España– ha reeditado recientemente Materia dispuesta (1997). En la introducción usted sentencia: “Quien lee vuelve propio lo ajeno; quien escribe vuelve ajeno lo propio”. Ésta, su “preferida hija rebelde”, puede considerarse una novela de aprendizaje. ¿Podemos atisbar en ella vivencias del propio autor?

Toda literatura tiene elementos autobiográficos, comenzando por los adverbios que elige el autor: la forma en que mira el mundo. Materia dispuesta registra en clave íntima la vida mexicana que transcurrió entre dos terremotos, el de 1957 y el de 1985. Hay, desde luego, un registro de asuntos reales, pero también hay mucha fabulación, comenzando por los nombres de los coches, con marcas inventadas por mí que ofrecen claves esotéricas para entender la novela. Curiosamente algunas de las cosas más delirantes (como el concurso del “Bello durmiente”, un hombre que estuvo un mes acostado en el escaparate de una mueblería) pertenecen a la realidad. 

Ha convertido a su país en escenario y protagonista de gran parte de su obra. Desde sus novelas El disparo de argón (1991), El testigo (2004) o Arrecife (2012), pasando por las crónicas de El vértigo horizontal (2018). Leer sus libros ¿es una manera de comprender la evolución del México contemporáneo?

“En sus mejores momentos, la crónica no sólo informa: revela. Lo que parece carecer de significado adquiere lógica. Es posible que se trate de una lógica perversa, pero el primer paso para superar el horror consiste en comprenderlo.”

No me he planteado ordenar mi narrativa en “episodios nacionales”, pero es cierto lo que dices. De manera un tanto azarosa he vinculado mi ficción con las transformaciones del país. El disparo de argón fue escrita cuando México se proponía entrar al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (no es casual que trate del tráfico de órganos). El testigo recupera el momento de la alternancia democrática, cuando el PRI perdió el poder luego de 71 años, pero el cambio político llevó de manera paradójica a la recuperación de un pasado anterior a la Revolución mexicana. Arrecife aborda el tema del cambio climático y la crisis del turismo. La tierra de la gran promesa establece una conexión entra la violencia que domina al México contemporáneo y la vida íntima de la gente. Escribo ficciones, pero en todas ellas está presente la tensión de la crónica.  

Juan Villoro

En los textos de La ira de México (Debate, 2016) se denuncia la devastadora situación provocada por el tráfico de drogas en su país. Están escritos por siete de las voces más reconocidas del periodismo mexicano. ¿Qué puede contarnos de este libro?

Sergio González Rodríguez, autor de Huesos en el desierto, sobre las muertas de Ciudad Juárez, y yo fuimos al festival de Edimburgo. Sergio tenía una notable presencia escénica; no en balde había sido músico de rock. Habló con tal dramatismo de la descomposición de la vida mexicana que la gente no dejaba de hacer preguntas y sólo salimos de ahí con la promesa de hacer un libro. México es uno de los tres países más peligrosos para ejercer el periodismo, pero una de las cosas más notables es que, a pesar del peligro, los periodistas no han cerrado los ojos. Sin embargo, el desafío de la crónica no consiste tan sólo en reflejar lo que sucede sino en descifrar su significado profundo: el sentido oculto en la marea de los sucesos. En sus mejores momentos, la crónica no sólo informa: revela. Lo que parece carecer de significado adquiere lógica. Es posible que se trate de una lógica perversa, pero el primer paso para superar el horror consiste en comprenderlo.

Escritores como Roberto Bolaño, Brenda Navarro o Fernanda Melchor reflejan en sus novelas la violencia que se ejerce en México contra la población civil. ¿Se pueden remover las conciencias a través de la literatura o sirve únicamente como constatación de una realidad?

“Si demuestras que alguien preserva la felicidad en medio del infierno logras que ese infierno sea más reprobable. Cuando la crueldad es absoluta sólo cuentan los cadáveres. Hay que contar lo que se resiste a la crueldad. El miedo de los vivos es más elocuente que el recuento de los muertos.”

Es una pregunta decisiva, que se puede responder de distintos modos. En lo personal creo que narrar la violencia es la parte más sencilla de la escritura. Lo complejo, como decía en la respuesta anterior, es darle significado, y lo más difícil es trascender ese horror. No hay nada más rebelde que defender la sensualidad, el humor y la belleza en medio de la tragedia. Fue lo que Dostoievski aprendió en Siberia. La descripción de la sangre es menos significativa que lo que se pierde con la sangre. Si demuestras que alguien preserva la felicidad en medio del infierno logras que ese infierno sea más reprobable. Cuando la crueldad es absoluta sólo cuentan los cadáveres. Hay que contar lo que se resiste a la crueldad. El miedo de los vivos es más elocuente que el recuento de los muertos.

La figura del mundo es un recorrido biográfico y evocador de Luis Villoro, su padre. ¿Está escrito a modo de homenaje?

Quise retratar a mi padre con sus luces y sus sombras. La figura del mundo está más cerca del homenaje que del ajuste de cuentas, pero hay heridas ahí. Lo decisivo es que se trata de heridas cicatrizadas. No quería asumir uno tono de reproche porque eso desviaba la atención hacia mí y me convertía en protagonista; deseaba entender al otro, el ser misterioso que fue mi padre. 

Volúmenes como El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica (1992) o El libro salvaje (2008) atestiguan su interés en la literatura infantil y juvenil. Algunos autores hablan de la dificultad que comporta escribir para los pequeños. ¿Está de acuerdo con esta apreciación?

Es dificilísimo escribir para niños porque se trata de lectores de enorme inteligencia que pierden la paciencia con facilidad. Un niño no lee para presumir ni para quedar bien en una reunión. Lo hace por gusto; si el texto no funciona, enciende la Play Station. La imaginación infantil es enormemente flexible y acepta toda clase de estímulos, pero tiene pasión por la lógica. No hay nada más serio ni riguroso que un niño jugando. No es casual que uno de los más imaginativos practicantes del género haya sido matemático: Lewis Carroll.

Juan Villoro

No soy un robot. La lectura y la sociedad digital es su último trabajo. En el ensayo analiza el nuevo contexto tecnológico relacionándolo con el libro y la lectura. ¿Cómo surgió la idea de este texto?

Me gustaría leer una crónica sobre la forma en que la imprenta cambió la vida de la gente en el siglo XV. Las relaciones familiares, el trato con la Iglesia, el acceso al conocimiento y las costumbres se modificaron para siempre. No me refiero a la crónica de un historiador sino de un testigo presencial. Fue lo que traté de hacer en el siglo XXI con No soy un robot, que aborda la forma en que leemos en la era digital.

Ha traducido a Gregor von Rezzori y a Truman Capote para editoriales españolas. En una ocasión Miguel Sáenz se preguntaba: “¿Por qué son incapaces de aceptar que una traducción tenga el acento de algún país de América? Y a la inversa: ¿por qué a veces, en América Latina, se califica a una traducción de mala, simplemente por ser española, sin atender más razones?”. ¿Se mantiene esta controversia sobre las traducciones de un lado y otro del Atlántico?

“Como traductor no creo en las versiones regionalistas. Borges no escribe ‘pollera’ en vez de falda ni Javier Marías describe la grasa corporal como ‘michelines’. Ambos tienen una clara conciencia de que son leídos por un campo cultural amplio y no sólo por sus vecinos.”

La controversia subsiste, lo mismo que las tensiones entre los idiomas. Como traductor no creo en las versiones regionalistas. Borges no escribe “pollera” en vez de falda ni Javier Marías describe la grasa corporal como “michelines”. Ambos tienen una clara conciencia de que son leídos por un campo cultural amplio y no sólo por sus vecinos. Por desgracia, esa actitud no siempre prevalece. Abundan las traducciones españolas llenas de giros taurinos, difíciles de asociar con lo que ocurre en la trama. En la traducción de una novela de Margaret Atwood una profesora se queja de que alguien “no entra al trapo”, circunstancia inverosímil en un campus de Toronto. Hay maneras de decir eso sin remitir a la Feria de San Isidro. El traductor debe trasvasar mentalidades, no llevar lo ajeno a su mentalidad. 

Al margen de la literatura, usted formó parte de los ponentes que redactaron la Constitución de la Ciudad de México. ¿Cómo surgió su participación en este proyecto? ¿Ha pensado en dar el salto a la política?

La Ciudad de México se convirtió en un estado en 2017 y necesitaba una Constitución que lo respaldara. El alcalde convocó a 28 ciudadanos para que hiciéramos un borrador que luego sería entregado a los diputados. Básicamente participaron juristas y activistas sociales. Sin embargo, había que ejercer una actividad que quise representar: la de lector. La mayoría de las leyes se escriben en un lenguaje abstruso que las aparta de la gente y las convierte en un pretexto para que litiguen los abogados. Logramos tener un texto más legible de lo habitual, que se aprobó sin demasiadas modificaciones. Es una constitución futurista en la medida en que defiende derechos que aún no se pueden cumplir, pero que anticipa un porvenir deseable. Mi participación se circunscribió a la importancia social del texto. Carezco de toda ambición, por no hablar de aptitudes, para incursionar en política.

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