21/11/2024
Artes visuales
Kader Attia: la memoria como reflejo
En marzo de 2020, como respuesta a las medidas sanitarias surgidas por la pandemia de coronavirus, el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) inauguró la Sala 10. A las nueve salas físicas con las que cuenta el recinto de la Ciudad de México se sumó un espacio virtual que, luego de la reapertura, permanece activo para posibilitar el acceso a piezas artísticas desde cualquier lugar (con conexión a la red). Así, los espectadores han podido apreciar a distancia obras de Francis Alÿs, Camel Collective, Teresa Margolles, Julieta Aranda, Forensic Architecture o Melanie Smith.
La Sala 10 tiene actualmente dos proyectos de video en línea: Continuum negro y Reprise (ambos de 2019), de Logan Dandrige, y Océano acústico (2018), de Ursula Biemann. A ellos se sumó el 15 de agosto Memoria refleja (2016), del artista argelino-francés Kader Attia (1970), que se inscribe en una línea de trabajo multimedia orientado al concepto de reparación y utiliza la noción de “miembro fantasma” para explorar el trauma y la pérdida en las sociedades poscoloniales.
“Me persigue la multitud de papeles que desempeña el reflejo. A veces como sombra, otras como complemento, en ocasiones como un fragmento, pero, aun siendo esquivo, el reflejo es una prótesis virtual; y como el esquivo objeto del deseo, se pierde para siempre”, explicó Attia en una conversación con el curador Cuauhtémoc Medina. Con un formato documental, Memoria refleja explora a lo largo de 46 minutos, como otros trabajos de su autor, el impulso de “reapropiación” de los herederos de las sociedades colonizadas, que aspiran a recuperarse del despojo operado por el “universalismo” de los imperios.
A través de entrevistas con médicos, psicoanalistas y pensadores, el video proyecta los síntomas de la ansiedad originada por pérdidas históricas, que se trabajan como miembros fantasma. La cercanía de significado entre reflejo y reflexión se hace patente, y el uso de la imagen especular –como antes en Tierra Santa (2006), Espejos y máscaras (2005) o La luz de la escalera de Jacob (2013)– funciona como una terapia de reparación, que no implica salir indemne del trauma sino volver visibles las cicatrices inmateriales.